4 novb.
Buscadores de recompensas
Poco
juego da hoy el evangelio para explicar o buscarle la vena. Una vez más Jesús
va a la médula de una situación que le hace daño en su alma: los que hacen un
favor, los que invitan a su banquete, lo hacen con la “ventaja” de que –a la
reciprocidad- serán ellos también invitados. Y eso le duele a Jesús, porque es
una actitud ventajista en la que falta la gratuidad. Y con sus modos extremos –a
ver si logra hacerse entender- enseña que la invitación al banquete se haga a
pobres, lisiados, ciegos y cojos. Ya de
por sí es llamativo que pretendiera incitar a esa clase de invitaciones, tan
poco gratificantes. Pero lo es mucho más cuando se conoce la historia de
Israel, que sentía muy especial aversión a los cojos y ciegos, por ese resentimiento ancestral que les había
quedado desde los tiempos de David, cuando una ciudad, a la que David intentaba
conquistar, mandó un legado para blasonar que se bastarían los ciegos y los cojos
para echar impedir la entrada al rey de Israel.
Era, por tanto, mucho más llamativo lo que Jesús estaba diciendo…, y lo
estaba diciendo con toda intención. Pero ahí estaba el botón de fuego que ponía
ante aquella realidad que da…, pero en el dar hay ya otra mano extendida para
recibir. Y eso es lo que Jesús no entiende ni quiere entender.
Son
esas cosas que –sin tener paralelo, ni casi parecido- me han martilleado hoy en
mi oración, cuando ha estado presente un reproche amistoso de la falta de
reconocimiento de las cosas buenas que puede haber ahí fuera, que puede haber
en otras personas. Ciertamente insisto siempre en esa expresión de Pablo: Y sed agradecidos, que es el momento en
que Pablo quiere decirle a sus fieles que no sólo deben serlo sino parecerlo;
que no basta reconocer un favor recibido, sino expresar esa acción de gracias;
que no sólo hay que ver lo bien parecido que está el otro/a, sino que hay que
decirle con palabras lo bien que está. Y eso es para mí una necesidad. Y
confieso –a la vez- que es en muchas ocasiones lo difícil, no por lo que cueste
hacerlo sino por el modo del “recipiente”.
Enseña
Jesús a invitar a quienes no van a agradecer. Y eso hasta puede ser mejor que
si ahora se echan encima un día tras otros esos ciegos y lisiados y pobres.
Porque se había pretendido estar libre de esos amigos y familiares y ricos que
pueden invitar, pero no a cambio de otra pléyade de personas que se cuelgan de
la levita. El agradecimiento es una cosa –y esa le gustaba a Jesús y hasta la
echaba de menos sino se daba-. El que se cuelga del brazo ya es otra cosa. Y
eso abruma primero y molesta después.
Por
eso puede provocarse una reacción de no
aparecer agradecidos, de parecer no saber reconocer los méritos…, porque lo
que Jesús estaba poniendo delante era una independencia para obrar, incluso a
la hora de algo tan íntimo como un banquete.
Y luego está la segunda parte de ese laberinto: cuando se le reconoce a
la persona un hecho o actitud y de ahí saca la consecuencia de que todo el
monte es orégano. Con capacidad de introspección,
hay que saber distinguir al ciego que viene porque es tal y al ciego que niega
su ceguera. El ciego que lo es para todo (y ahí hay que volcarse), y el que acaba
viendo, pero siempre se escapa por la tangente porque ve perfectamente a lo
lejos pero es incapaz de mirar hacia dentro.
Ahí se queda cercenado el reconocimiento expreso de muchas cosas buenas,
porque en el fondo no se sabe lo que hay detrás de esa “ceguera”. Lo bueno que
hay, lo hay, y merece todo lo mejor. Queda colgado el “pero” de lo que no se ve…,
de lo que se intuye…, de actuaciones paralelas…, que no siguen la misma línea
de ese bien.
Ya
decía San Pablo que Dios nos metió a
todos en el saco de la desobediencia, para poder tener misericordia de todos”.
O sea: o somos pecadores con toda la realidad reconocida de pecadores, y
entonces estamos en el saco de la misericordia de Dios, o no nos dejamos meter
en ese saco porque siempre dejamos fuera un brazo o una pierna. Y siendo así
que necesitamos tantísimo de la misericordia, resulta difícil englobarnos en la
desobediencia, porque –al menos la “cresta”- se ha quedado fuera. El abismo de la misericordia de Dios es sin
fronteras, e irrastreables sus caminos. Ahora toca que nosotros seamos capaces
de dejarnos abismar en él, allí donde la misericordia invade como un gozoso tsunamis
que purifica toda escoria y todo egoísmo, y toda mala vegetación que haya
crecido en nosotros.
Así
enlazaría con el principio: no invitar a familiares y amigos ricos es ya una
norma de grandeza, por cuanto que no se invitó para lucirse ni para sacar un
provecho. Invitar a pobres, etc., sí, porque los pobres no pueden corresponder.
Porque sólo queda ese agradecimiento de quienes tengan siquiera la finura de
hacerlo. Pero no habrá otra recompensa. Precisamente era lo que se buscaba…, lo
que Jesús quería expresar. El
agradecimiento debe estar ahí, y en la mayoría lo estará. Lo que no está
previsto es obtener “de matute” –ahora de los
pobres- lo que se había procurado evitar no invitando a los ricos.
Te pagarán los ciegos,lisiados...con su testifical el día del juicio final·
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