7 novb.:
Encuentros y alegría
Entramos
en el mágico capítulo 15 del evangelio de San Lucas. El autor echó el resto en
ese capítulo. Si Lucas pretendió unirlo argumentalmente con lo anterior, quiere
decir que Jesús había expuesto una doctrina que había atraído precisamente a
los desechados de los dirigentes religiosos. Publicanos y pecadores –de aquel
grupo de “mucha gente” que ayer veíamos que seguía a Jesús- son los qe hoy
viene a destacarse y sobre los que Jesús habla y se explaya.
Otra
hipótesis es que Lucas ha dejado concluido ya su discurso anterior, y que ahora
quiere tomar una línea que va a caracterizar el “tercer” evangelio.
“Acercábanse
a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle”. Ni que decir tiene
que –enfrente y murmurando- estaban los fariseos: -Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Dos posturas ante una
misma situación. El necesitado, el pecador, el humillado, el despreciado…, se
acerca… El santón mira de lejos sin implicarse en nada, y murmura.
Y
Jesús “da sentencia” sin decir nada que parezca tal. Vuelve a su gran recurso pedagógico
de la parábola, una pieza fenomenal para decir lo que tiene que decir, a un
auditorio que así es como entiende, y sin buscar enfrentamientos
dialécticos. El capítulo se compone de
tres parábolas: dos “menores” y una que es la reina de las parábolas. En
realidad esa magna lección del amor del Corazón de Dios, no nos la va a brindar
ahora la liturgia. Se queda en las dos menores. En realidad expresan las tres
la misma idea.
La primera parábola es la de un
pastor, esa figura tan manejada por Jesús, y que la gente conocía en la vida
práctica diaria de forma tan familia: el pastor de un rebaño, que sale por los
montes en busca de pastos que alimenten a sus ovejas. Una vez en el monte, una
oveja se separa del rebaño y, cuando quiere acudir el pastor, se le ha
extraviado. No perdamos de vista que los
pastores conocen a cada oveja por su nombre; las tienen individualizadas… Ahí
donde cualquiera de nosotros las ve todas iguales, el pastor sabe cuál es cada
una. Y a este pastor se le ha perdido no
sólo “una oveja” sino tal oveja. Por
tanto, tiene en ella y con ella una “relación” personal. En cuanto la echa de menos, se va en su
busca. Las 99 restantes están en el monte y allí quedan. Pero la que se ha perdido, no puede dejarla
perder.
Yo he presenciado a un pastor que
arriesgaba su vida ante una oveja que por un tronco seco caído se había
encaramado en la techumbre de una casa en ruinas. Aquel pastor de la parábola
de Jesús también arrostra sus riesgos, pero logra llegar a la oveja y la
recupera. Cuando regresa a sus apriscos
con las cien ovejas, va gozoso por la oveja perdida que ha logrado
rescatar. Y como tal alegría no puede
contenerla dentro, porque para él es un triunfo que esa oveja duerma esa noche
junto a las otras, se va a los otros pastores, a los amigos y vecinos para
decirles: ¡Felicitadme!, porque había
perdido una oveja y la he encontrado.
Y aquello no era ninguna niñería, y los amigos y vecinos y demás
pastores se congratulan con él.
“Pues así habrá también más alegría en el Cielo por un pecador que se
convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.
Aquí hay más matraca de la puede sacarse a primera vista: oveja perdida y
encontrada, alegría del encuentro, alegría que se comunica. Pero ¿Quiénes eran esos “noventa y nueve que no necesitan convertirse? ¿Se refería Jesús realmente a 99 JUSTOS…, o
allí, en esos “noventa y nueve” están los tan pagados de sí mismos –los fariseos
murmuradores- que se consideran mejores que todos
los demás hombres? ¿Serán esos recalcitrantes que no tiene de qué
convertirse, porque se consideran impecables y superiores? ¿Será por eso por lo
que no participan de la alegría del pastor gozoso, pues no tienen ni la
capacidad de mirar por los ojos de otro y de los sentimientos de otro, porque
ellos van “a su bola”?
A mí me hace pensar mucho. Que el
pastor “dejara las noventa y nueve” por los montes, como si se despreocupara de
ellas, no es el núcleo de la parábola. Más bien sería que esas “noventa y nueve”
son las que “pastan al margen”… Al fin y
al cabo el capítulo 15 se introduce con estas palabras que definen las dos
actitudes: los publicanos se acercan;
los fariseos murmuran porque Jesús acoge
a los pecadores. Los “perdidos pecadores”, se dejan coger. Los altaneros fariseos,
miran desde lejos para murmurar.
En la otra semejante parábola de la
mujer que pierde la moneda y se deshace removiendo su casa entera hasta
encontrarla, Jesús repite el mismo esquema que en pastor, pero hay un añadido: la alegría entre los ángeles, alegría
contagiada por aquella mujer que no se ha limitado a buscar (hasta encontrar)
su moneda, sino que participa su alegría a vecinas y amigas.
Ese es el Corazón de Jesucristo…,
ese es el Corazón de Dios. Eso es el celo del bien de los demás. Esa es la nobleza
de sentimientos que preconiza Jesús. No ha entrado siquiera en dirigirse a los
fariseos, en comentar algo de ellos, en recalcar su fallo. Lo que ha hecho ha sido poner lente de
aumento en LO POSITIVO y expresar la alegría de lo bueno. Y que sean los fariseos quienes sepan escuchar
y sacar consecuencias de esas parábolas que no están de adorno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!