20 Novb. EL
REPARTO
No
hace mucho he escrito en otro foro sobre esta cuestión de “repartos” que Jesús nos expone de dos formas distintas en diversos
momentos. Más conocida es la parábola de “los
talentos”. Un reparto desigual de 5, 2 y 1. Y algún lector lo lleva a mal
porque piensa que supone una discriminación previa a la hora de repartirse unos
bienes.
Bien
puede responderse que todo empresario que quiere que su empresa medre, tiene
necesariamente que repartir responsabilidades y funciones de acuerdo con las
capacidades y características de quienes van a desempeñar un oficio. Y en ello
no hay discriminación sino adaptación a las posibilidades del sujeto. E incluso
la buena consideración hacia cada uno para no darle más responsabilidad de la
que puede llevar bien,
Como
si le hubiera llegado a Jesús los ecos de ese “disgusto” de algunos, hoy
expresa algo muy semejante pero con diversidades. En Lc 19, 11-28, el reparto
se hace por igual: cada uno recibe dos onzas. Y el amo se va a sus cosas, y los
receptores de las onzas empiezan a negociar con ellas. Como ya se suponía en la
primera parábola, no todos tienen las mismas capacidades, y se manifiesta
claramente en que con las mismas oportunidades, con el mismo capital, uno multiplica
por 10 y otro multiplica por cinco. Lo
cual es muy acorde con la realidad humana. Y cuando el amor regrese va a dar por
bueno lo uno y lo otro, porque bien sabía él de antemano que sus súbditos
tenían sus capacidades y que podrían responder de acuerdo con ellas. Por eso,
uno y otro reciben los mismos parabienes y el mismo premio: doblar la cantidad
que ellos mismos obtuvieron.
Y
queda el pusilánime de turno…, o el holgazán…, el que pretende justificar su nulidad
con razones tan absurdas que se vuelven contra él: porque viene con sus dos
onzas recibidas, impolutas, muy bien guardadas, porque sabe que el amo recoge
donde no siembra. O sea: lo contrario de lo que él ha hecho, porque no hay nada
que recoger porque él no sembró. Y consigue disgustar al amo y que éste decida
que le quiten las dos onzas y se las den al que tiene diez. Y los sirvientes
encargados de hacerlo protestan: ¡si ya
tiene 10…! - Cierto, puede responder
el dueño: tiene 10 y sabe sacarle partido; ahora con 12, sacará más. Porque si el que no ha hecho nada, hubiera
puesto mi dinero en el Banco -¡siquiera eso!- ahora yo recibiría unos
intereses. ¡Pero no hizo ni eso!
Los
dones de Dios a cada alma son un regalo misterioso, “con medidas de Dios” y no
humanas. Todos recibimos lo suficiente, y aun sobrado (en muchísimas
ocasiones). Lo que dará diverso rendimiento es el modo nuestro de “negociar” en
ese proceso de nuestra vida, tanto en lo espiritual como en lo humano, social,
familiar, y otros diversos ámbitos. Con los mismos dones recibidos, habrá
múltiples diversas respuestas. Y unas serán más exuberantes que otras. Dios las
da por buenas, si pusimos nuestra carne en el asador. Lo que no va a ser de su
agrado es el que se cruza de brazos, el que no hace por hacer, el que se
conforma en ser como es y no hace por fructificar… Y hay personas que vienen un
día diciendo que sienten un vacío muy
grande… Han escondido su vida en su
pañuelo, y eso es demasiado chico para lo mucho que Dios había esperado.
Todavía
llevo el tema a un aspecto social, aunque no sea el que yo vaya a entrar mucho,
pero que puede poner blanco sobre negro. Imaginemos una ciudad ideal en la que
a cada cual se le pone en la mano una cantidad de dinero. En poco tiempo se
verá que unos lo han malgastado y está sin blanca… Entonces ellos piden que el
que ha trabajado y aumentado su capital, “reparta con el que no tiene”. Para
volver a lo mismo al cabo de poco tiempo. Uno es el personaje emprendedor,
responsable, que se bate el cobre y tiene para sí y para su familia, y hasta
para más…
Pero
el que no ha dado golpe…, vividor u holgazán, lleva a mal que aquel tenga de
sobra y que a mí me falte. ¿Por qué no reparte) Y así hasta el infinito.
Pues
eso es lo que Jesús ataja en la parábola. Quien trabaja y vive honradamente, y
suda en su quehacer diario, ese es quien puede recibir más, casi a fondo
perdido…, porque ya se sabe que es fructífero. Quien no hace por dar golpe,
¡que le quiten hasta lo que tiene! (o sea: ni aprovecha lo que tiene, ni puede
estar viviendo de zángano toda su vida).
En
la vida del espíritu los hay que crecen y que parece que todo les va sobre
ruedas. Que hacen cosas mejores. Son los fieles a las gracias de Dios. Otros están
viviendo de las rentas, “a gusto” con lo que son y tienen…, y al final no son
felices. Dilapidan esos impulsos que les pone Dios… Lo curioso es que hasta los
hay capaces de convertir eso en celos, recelos, envidias, críticas, miras de
reojo…, porque “aquel” está ahí al pie del cañón y parece no decir nunca “basta”,
y el “celoso” no llega, unas veces porque es más cómodo y busca la ley del
mínimo esfuerzo, o porque intenta la cobarde postura del juego del “Don
Tancredo”, al que simplemente se le busca derribar (no emular). Siempre es más
cómodo ver a “Don Tancredo por los suelos y reírse de él, que haberlo mirado
con ansia de crecer.
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