22 novb. Mi
casa es casa de oración
San
Lucas 19, 45-48 narra de una manera mucho más real que Juan el momento en que
Jesús echa a los traficantes que establecían sus tenderetes dentro del Patio de
los Gentiles, abonando a los sacerdotes un alquiler de espacio. Un negocio para
aquellos responsables del Templo, que son –e realidad- los verdaderos
destinatarios de la acción de Jesús. [El patio de los gentiles era un amplísimo
espacio al que podían entrar todos, y no era aún el Templo como tal, aunque
espacio ya “sagrado”].
Entra
Jesús en ese Atrio y encuentra la “feria” que se ha montado allí. [Que no debe
ser para nosotros nada extraño, porque bien sabemos que ahí buscan los
mercaderes sus ganancias en romerías, procesiones, “apariciones”…]. Y Jesús siente el dolor de lo que está en la
base de todo eso: los sacerdotes que se aprovechan de ello, y que son los
verdaderos culpables. Claro: ellos no
están allí o no están dando la cara.
Jesús
se dirige a los vendedores y les dice a ellos, para que los otros se enteren (y por supuesto también para que
ellos tomen mejor sensibilidad de lo que es el Templo): Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis convertido
en una “cueva de bandidos”.
Bien
a las claras se deduce que Jesús no aplicaba tales expresiones a unos feriantes
que se ganaban la vida en donde mejor podían. La expresión “cueva de bandidos” es una cita del Antiguo Testamento, que Jesús
une a la otra cita “escrita”: “Mi
casa es casa de oración”. No eran “bandidos” los que vendían unas palomas o
cambiaban unas monedas… La cita que trae aquí Jesús va mucho más alusiva a
quienes debiendo cuidar del respeto al lugar, se aprovechan con sus ventajas
económicas de los alquileres.
A
pelo viene el versículo siguiente: los que se dan por aludidos y quieren quitarlo de en medio no son los feriantes; son los sumos sacerdotes, los doctores, los
senadores (= ancianos o sanedritas). Y con todo lo que podría haberse
levantado en contra de Jesús por parte de aquellos mercaderes o de la gente que
pasaba, sin embargo los responsables no se atrevieron a actuar contra Jesús, porque el pueblo entero estaba pendiente de
sus labios. O sea: aun echando fuera
del recinto del templo todo aquel tinglado, la gente estaba colgada de su
Palabra, porque veían en Jesús la congruencia del hombre verdaderamente
religioso, que no admite que la casa de
Dios sea usada irrespetuosamente.
El Templo, aun en los “aledaños”
exteriores, ya era “Casa de Dios”, “Casa de oración”. Y eso, al que tuviera un
mínimo sentido religioso, ya le producía una actitud de veneración. Y eso que
allí no estaba presente Dios, separado allá en el Sancta Sanctorum en sus símbolos sagrados.
Ni que decir
tiene lo que me da que pensar todo esto en nuestros Templos (consagrados, con
el Sagrario que encierra realmente a Jesús…, en donde algunos están haciendo
oración a Dios…), y viendo tantas veces a las gentes (¿se les podrá llamar con
propiedad: “fieles”?) que hablan como
si estuvieran en el patio de su casa o en el mercado…; o esas molestas
situaciones de quienes están en la iglesia charlando entre sí tranquilamente –como
si tal cosa, y sin la menor consideración con quienes están en su rezo u
oración-, e incluso con una creciente falta de educación cívica (no digamos
religiosa) respondiendo en voz alta una llamada del móvil.
Yo
comprendo que hay incultura religiosa, piedades populares, formas de “devoción”
que necesitan un sustentáculo “visible” para plasmar su creencia. Hasta admito
y respeto esa fe del pueblo sencillo
que no entiende de sacramentos, ni sabrá –quizás- que durante la Misa no es
correcto estar practicando una “piedad lateral”. No comulgarán –es posible- en años de su vida…,
pero no se perdonarían no “comunicar” con el santo de su devoción una parte de
su limosna, o “tocar” un “pie de imagen”, o llevarla a hombros en Semana Santa.
Esas cosas las entienden y las palpan y les entran por los sentidos. Todo eso
es mucho más perdonable que las actitudes directamente irreverentes que he
indicado antes.
“La
Casa de Dios” es casa de oración, y cada cual puede tener “su modo de orar”.
Pero no es orar (ni deja orar a otros) lo que es absolutamente ajeno a la vida
del templo, en sus muy diversas facetas y modos de expresión.
Por
eso merecería un consideración pensar cómo actuaría Jesús… Con los mercaderes
aquellos no puso mucho más acento…; con salirse fuera de la explanada y
situarse en el exterior, en las puertas del recinto, estaba solucionado todo.
Lo que no se solucionaba era que los que debían cuidar el lugar santo fueran quienes
lo estaban llevando a profanación.
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