12 novb.: La
otra cara
D
San Lucas nos habló en otro contexto de un amo que al llegar tarde a su casa,
encuentra a sus sirvientes dispuestos, que le abren la puerta y que lo reciben.
El amo los sienta a cenar y él mismo les sirve.
Un contexto escatológico que refleja ese premio último final a los siervos
que permanecieron en vela para recibir a su amo a cualquier hora del día o de
la noche.
Hoy
el propio San Lucas [17, 7-10] nos dice otra cosa. Cambiado el contexto, nos pone
ahora en la vida diaria, ahí donde nos “retratamos” en nuestra verdad más
normal. El amo tarda, y cundo llega, pide a los criados que le esperaron a su
llegada, que les sirva la comida, y luego comerán ellos. Completamente
convencidos todos de que aquellos sirvientes están para lo que están y su
mérito (y su premio moral) es hacer lo que tienen que hacer y cuando lo tienen
que hacer. Y casi pueden decir que no han
hecho nada extraordinario, sino que hicieron su obligación. Exactamente es
lo que está pensando el amo. Lo que no quita que en su interior esté reconociendo
que aquellos sus siervos son gentes de fiar y a los que se les puede confiar
cosas mayores. No tiene que expresarlo,
pero él se siente bien servido y está orgulloso de sus criados.
Pienso que es
un evangelio de un realismo estupendo. Y que se presta a esa reflexión sincera
sobre nosotros mismos, entrando cada cual en su profundidad de alma. Podemos decir: me levantado y he hecho…;
luego he orado –siquiera 5 minutos, evangelio en mano-, o me he ido al trabajo,
o he compartido un pequeño momento más o menos sosegado del desayuno con mi esposa… [Sigamos cada cual nuestra pequeña historia
de hoy…, o empecemos a “corregir” ese esquema].
Un día –podemos
seguir esa visión- me fui a confesar. Salvo que hubiera alguna cosa más
llamativa, posiblemente dije al confesor que no tenía nada que decir especial.
O hubo algún detalle más llamativo y esa fue mi confesión. Ahí también
acabó. Y ahora me preguntó el confesor:
¿y su vida diaria: su carácter, sus reacciones, sus comentarios, su afabilidad,
su trato con sus hijos o sus compañeros de trabajo, o su rato con Dios…? Y la
persona se queda tambaleando porque no sabe ni qué responder, y se limita a
casi estúpido: “bien”. Y digo “estúpido” no por razón de la persona sino porque
esa persona sabe que ha respondido al buen tun-tún. De haberlo preparado, o
sabe muy bien que hay muchos detalles diarios que podrían mejorarse (y son materia
que presentar al Señor)…, o ni sabe que hay esas cosas (que es lo malo). El que
sabe, y al menos le queda “el cante” para otra vez hacerlo mejor, ese queda
entre siervos fieles, porque –en definitiva-
advierte que tenía que haber profundizado mejor en lo que es SU VIDA, lo que es
su fotografía real, la que
posiblemente le harían las personas que conviven con él o ella.
El otro, que
ni advierte ni se pone a advertir, es el criado que ni siquiera ha esperado al
regreso de su amo, y no lo encontraría disponible para servirle la cena.
Debe, pues,
quedar claro que la vida de lo diario tiene una importancia esencial, porque en
lo diario es donde nos manejamos. Y que “siervos útiles” o “inútiles” no está
dependiendo tanto de unos errores esporádicos que se pueden cometer, sino de
ese estar al pie del cañón en cada momento, situación o circunstancia. Que el error mayor pasa, pero que el momento
a momento va dando la “fisonomía interior” de la persona. Que el problema de un
creyente no es haber faltado a Misa, sino el poco cuidado en la relación con la
pareja, en la atención a los hijos, en la ”vida del teléfono”, en los
sentimientos que se albergan dentro, en los tiempos aprovechados, perdidos o
malgastados, en la falta de cultivo constante de su mundo espiritual… Todo eso, menos cuantificable que “haber faltado
a Misa”, pero mucho más vital. Lo
primero se puede identificar con el esquema: “ley-cumplimiento”. Lo segundo es la vida. Algo con lo que nunca se está perfectamente cumplido,
pero que marca mucho más el ritmo propio de un seguir a Jesús.
Aquellos siervos que esperaron a su amo, que estuvieron en su puesto
cuando tuvieron que estar, que se pusieron a servirla cena, como lo más natural…,
esos son los siervos normales, que han
hecho lo que tenían que hacer. Y ahí es donde uno puede entrara a pensar
sobre sí…, porque ser siervos normales
que han hecho lo que tenían que hacer, sería ya una definición preciosa de “buena
gente”… [Queda la otra parte, siempre
posible: yo no hago nada malo, y así he
hecho lo que tenía que hacer…, lo que supone el gran fallo de la inconsciencia,
que ni siquiera ve lo que no hizo de lo que debía haber hecho. Lo bueno es que haya capacidad para
replantearse la situación y descubrir que puede no haberse hecho algo “malo”…,
pero que ni siquiera se ha tomado en consideración lo bueno y mejor que quedaba
ahí…, eso que da la verdadera fotografía, porque no sólo saca la imagen sino
que deja patente cualquier otra cosa que “se cruzó” por medio en el momento de “disparar”
la luz.
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