6 novb.:
Invitados y exigidos
Lo
que nos deja hoy Lc 14, 25-33 es inmediato a lo de ayer. Y ayer nos estaba
exponiendo Jesús cómo se abrió la puerta del banquete del Reino a quienes no estábamos inicialmente invitados.
Ahora lo estamos, y nosotros llegamos a completar el “aforo” del Reino.
Agradecemos la invitación. Pero al “banquete” no se entra de cualquier manera,
ni se ofrece cualquier “menú”. “Si alguno se vine conmigo y no pospone a su
padre y a su madre, y a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede
ser discípulo mío”. Por consiguiente, estamos
invitados…, pero se nos exige algo para estar en el banquete del Reino. Habrá que decir que vale tanto este Reino,
que exige mucho estar en él.
Por
lo pronto, estamos invitados pero no
obligados. Otros se excusaron antes, y puede haber excusas en los nuevos
invitados. La propuesta de Jesús es condicional: Si alguno quiere… ¿Decimos
que queremos? Comienza, pues el código obligatorio para alcanzar la invitación.
Por lo pronto, puesto en in platillo Jesús, y en el otro todo lo demás, tiene
siempre que pesar más el platillo de Jesús. Más que el padre, la madre o los
hermanos y hermanas. Ellos son muy importantes pero “pos-puestos”: situados
siempre en un grado inferior a Jesús, de modo que nunca sea una razón de excusa
para no comer el banquete las influencias de aquellos.
Más
aún…, y hasta más peliagudo (en la práctica): Jesús tiene que estar más arriba y
por delante que uno mismo. Suelo decir que el “gran rival de Dios en mí
SOY YO MISMO”. Y ahí van ya puestas mis
apetencias, mi buen nombre, mis planteamientos, el “qué dirán”, el “no me gusta”,
o el consabido “no tengo tiempo”, y el más peligroso recurso al “yo soy así”.
Todo eso es el conjunto de sinceridades que tiene que dilucidar el que aceptó
la invitación.
La
reacción normal es decir: “qué difícil es el Evangelio”, “es que cuesta mucho
el banquete”. Ya lo sabía Jesús, y no se cortó por ello: ha invitado y es libre
la aceptación. Pero el que la acepta, tiene que llevar la cruz detrás de Mí para ser discípulo mío.
Y
como las parábolas son el gran elemento docente (que destensa pero no suaviza) en
la pedagogía de Jesús, cuenta ahora dos pequeños cuentecillos: un hombre que va
a construir una torre, primero tiene que ver calcular si tiene dinero para
acabarla. Pues igual el “invitado” ha de calcular
y tomarse la temperatura antes de dar el paso. De lo contrario, la gente se
reiría de aquel de la torre inacabada…, o de mí que dio un paso de ciego.
O
un rey al que le atacan con 20,000 soldados. Lo primero es plantearse si él
puede hacer frente siquiera con 10,000. Porque si no, envía por delante legados,
para pedir las condiciones de una paz honrosa. Jesús está planteando muy a
fondo que seguirlo a Él en ese Reino al que hemos sido llamados, no es un medio-estar,
un medio-cumplir… Por eso concluye –ahora
sin parábolas-: Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser
discípulo mío. ¡Y no nos
escapemos ahora por el tema de “los bienes”!
Porque muy por encima –y más peligroso que el dinero- está el YO-mismo, que es el que cuece
decisiones o fracasos, victorias y derrotas.
Advierto
–aunque ni sería necesario- que no es el YO quien tiene las fuerzas para vencer
y ni siquiera para decidir con plena determinación. Es indispensable siempre la
ayuda de la Gracia de Dios. Esa no faltará nunca para que lleguemos a poder
aceptar la invitación…, y ¡nos sobrarán fuerzas! Lo que sí es posible es
escurrir el hombro y dejar perder los impulsos que nos pone a la mano
Dios. Gráficamente podríamos expresarlo:
la “madera” con que estamos hechos todos es la misma. De esa madera salen
Santos y demonios; sobresalientes y vulgares; luchadores y “pasotas”; valientes
y pusilánimes… Para ser ese primer término de cada binomio, hay que posponer
muchas cosas, y hay que aceptar que seguimos a un Amo que lleva ya a cuestas su
cruz. Para ser el segundo elemento de cada binomio basta dejarse llevar por la
corriente, el ambiente, la comodidad, la desgana, etc., etc.
Es,
pues, el Evangelio de hoy una pieza esencial para el planteamiento de un
cristiano, seguidor del Cristo del Evangelio. Por eso Jesús nos ha puesto esas
dos parábolas para estimularnos a una respuesta en sinceridad. Ya sabía Él con la facilidad que nos colocamos
cada uno la medalla de nuestro buen hacer, y quería prevenirnos de que eso no
basta. Y el cúmulo de justificaciones y excusas subrepticias con las que
intentamos siempre dulcificar el Evangelio, son las “grandes aportaciones” que
le brindamos a los enemigos de la fe…, o –casi peor- que nos dejan contentos a
nosotros, en vez de sentirnos exigidos siempre a UN NUEVO PASO HACIA EL MÁS.
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