8 novb. ASTUCIA
Vaya
como marco de esta reflexión de hoy lo que Pablo escribe a los fieles de la comunidad
cristiana de Roma: para mí es cosa de
amor propio anunciar el Evangelio. Sería un prurito digno de embrazar por
cada uno de los lectores de este blog. Por mi parte, puedo asegurar que no intento en
cada comentario sino poner el Evangelio por delante; ofrecer un modo de ir aficionando
al Evangelio, y que pueda ser como una pequeña ayuda para que todos hagan
igual, aunque ya se sabe que cada uno desde la realidad de él mismo.
Hoy,
por ejemplo, sería muy fácil perderse en los detalles, cuando la parábola no
tiene más enseñanza directa que la frase final. Ni Jesús está contando una
actitud edificante, pues aquel administrador en un tramposo desde que es
presentado en escena. Ni Jesús está
alabando todo el trapicheo con que una mentira viene a tapar la otra. Todo eso
es rechazable moralmente. No obstante Jesús se ha fijado en un hecho que
admira: cómo para el mal y para las cosas de la vida, nos hacemos tan “finos” y
buscamos las vueltas para sacar nuestros intentos adelante. Y esa capacidad que hay para conseguir
humanamente lo que agrada, gusta, atrae, se desea…, eso sí es admirable. Quiere decir que cada persona tiene dentro un
almacén de recursos para sacar la suya adelante. Como aquel administrador,
mentira sobre mentira y trampa sobre trampa.
Admirada
la astucia, en cuanto capacidad para alcanzar lo que se quiere, Jesús pasa a lo
que va a dejar claro cómo desea que seamos en lo que respecta a nuestra vida
práctica creyente y de seguimiento de Jesús. Porque si los hijos de las tinieblas son tan perspicaces para obtener sus fines
malos, ¿cómo no va a ser posible a los hijos
de la luz poner en juego sus capacidades buenas para superar la dificultad
que puede ofrecer el crecimiento en la fe y en la vida cristiana?
En
mi trato con las gentes –de todas las edades- he escuchado miles de veces la
imposibilidad de las gentes para sacar un rato de lectura espiritual, de hacer
una Visita al Señor, de tomar unos minutos el Evangelio, el frecuentas más la
Eucaristía, o la Confesión, atender a un familiar enfermo…: “No tengo tiempo; estoy de la mañana a la
noche sin parar”. Yo dejo caer una pregunta inocente…: ¿viste tal programa de TV?; ¿viste el partido
tal?; ¿viste tan acontecimiento social?...
Y resulta que un altísimo porcentaje de ellos sí lo vio. Y les concluyo:
donde se pone interés, se saca tiempo…
Eso
es lo que –en su estilo de parábolas- ha expuesto Jesús. Jesús no hace sino
sacar de la vida diaria. Y desde ahí ponernos ante la personal realidad. Porque
de nada serviría la parábola, ni el discurso de un Doctor de la Iglesia, si al
final nos apoltronamos en esa mentira, a la que pretendemos hacer “verdad” para
convencernos a nosotros mismos de lo que realmente no podemos estar
convencidos. Hay que tener ya una patología muy acusada para volver –convencidamente-
lo blanco en negro.
Pongo
el caso de quien dice que no sabe sacar nada del Evangelio…, que no sabe hacer
oración meditada… Y comprendo perfectamente que no se nace sabiendo, y que el
aprendizaje no viene por ciencia infusa. Pero hay una consecuencia fácil: “no
sé” o “no saco nada”…, y por eso lo dejo: “yo no puedo hacer eso”. Y pienso siempre cómo se aprende un idioma, o
cómo se domina un problema algebraico… Es necesario tiempo y constancia, búsqueda
una y otra vez; “fallar” muchas veces (como el niño que aprende a andar y se
cae). No es fallo; es la dificultad del
aprendizaje.
Hay
personas con dificultad fuerte para la introspección. O le tienen miedo, o no
se han puesto de verdad. Cierto que se requiere una base de vida interior. Pero
una vez supuesto que una persona puede gustar en silencio de esos sentimientos
de Cristo (en el Evangelio), por poco que sea, y que –de hecho puede hacer su
oración-, el examen de sí mismo no es tan difícil. Lo que hace falta es no
ofrecerle un frontón de amor propio por el que se opone resistencia a esa
entrada dentro de si y el descubrimiento de un interior. Si se pusiera al servicio de esa “entrada en
uno mismo” la misma claridad (a veces, ratonera) con la que descubrimos los
defectos ajenos…, ¡ya hasta sus intenciones!..., ya estaríamos entrando dentro de nuestra alma, con gran provecho y
mayor eficacia en nuestros buenos deseos.
Jesús
puso la parábola para eso. Y perderse en los detalles es no entender nada e
irse por las ramas. Con frecuencia viene quien dice que no entiende el Evangelio…, y suelo responder que posiblemente es
que lo está entendiendo mucho mejor. Y cuanto más se adentre uno en él y en la
enseñanza de Jesús, más difícil se hace “entenderlo”, porque uno pretendería
tener a Jesus al alcance de sus manos y de su fácil práctica cristiana. Pero
ese Jesús, hecho a la medida de nuestros deseos…, de nuestra pequeñez humana,
no existe; no es el Jesús que nos ha revelado el Espíritu Santo a través de esa
riqueza de los 4 evangelios…, ese “libro que nunca se acaba”, que no puede “saberse
de memoria”, y que tantas veces vayamos a él, nos dará un sabor distinto (aun
en un mismo párrafo). Y es que la riqueza de la Gracia de Dios no es abarcable por
la mente y por el corazón humanos.
¡Siempre cabe MÁS…!, cuanto MÁS ES DIOS, por encima de toda capacidad
humana. Dios siempre4 desborda. ¡¡¡DIOS ES DIOS!!!
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