15 novb.: La
verdad, más verdadera
San
Lucas ha adelantado a este capítulo 17 (vv.26-37, y lo que vimos ayer), algo de
lo que luego irá más desarrollado en el 21, que es el clásico contenido de los
sinópticos que se conoce como “apocalipsis
sinóptica”, una mezcla del desastre del Pueblo de Dios y del fin del mundo.
Que para ellos era igual, en aquel momento en que Jesús andaba por sus cales,
plazas y caminos.
Ayer
nos anunció el texto de la lectura continuada que el Hijo del hombre apareceré como relámpago que cruza de parte a parte
el horizonte. A la vez que una llamada presente a saber recoger su fulgor
mientras vivimos aquí, era también esa imagen de la última presencia de Jesús,
en su Majestad. Evidentemente ante ese relámpago
fulgurante que abarca el horizonte completo, cada cual se puede posicionar
de diverso modo. Unos, captan la luz y entran en su ámbito. Otros, pierden el
tren…
Enlaza
hoy con unos ejemplos que nos ponen en guardia: en tiempos de Noé había tantos
y tantas. Cuando llegó ese punto de discernimiento purificador –“diluvio universal”- Noé con su familia
entran en la imaginaria arca de los que se separan de la maldad que hay en la
tierra… Cuando Sodoma, también Lot escapa de aquella podredumbre que había en
la ciudad. La libertad humana, la
fidelidad a la Palabra que les anuncia Dios –“el relámpago que ilumina”-,
escapa de esa otra profunda mentira de quien ningunea a Dios, y pretende seguir
sus caminos.
Ante
la inspiración de Dios –ese relámpago
que cruza ante nosotros y nos pone ante la verdad o ante nuestra mentira- no
hay entonces que apresurarse ni a regresar del campo, ni a salir de la casa; ni
a bajar del monte, ni a subir a la azotea… Lo que ha sido la actitud de una
vida es lo que queda al final. Ya no vale ni subir, ni bajar, ni huir, ni esconderse.
Porque donde está el cuerpo acuden los
buitres, apostrofa Jesús con esas comparaciones tan suyas. Donde estés,
allí te llega la presencia del Hijo del hombre.
Y con esa medida tan suya de la verdad y el bien, sabe “automáticamente”
lo que hay en cada uno. De ahí que dos están juntas moliendo, o dos están juntos
en el mismo campo cultivando, y una o uno captaron el relámpago de luz, y otra u otro, no. Uno o una son tomados; otra u otros, dejados. Es la pura teología de la Salvación,
expresada en la sencillez del lenguaje plástico de Jesús.
En
el libro de la Sabiduría se lanza hoy ese gran principio: “todo es vanidad”…, vacío, cuando no se mira con ojos limpios y se
descubre así la verdad de Dios. Por eso son “vacíos”, “vanos”, “hueros”,
quienes mirando las obras de Dios en la Creación y en esta naturaleza que
tenemos al alcance, no descubre de inmediato a Dios, que la ha hecho. O hay una
mirada limpia, o se oculta la verdad, y la persona se hace “mentira”.
La
verdad es única y a la vez,
múltiple. Y no porque una verdad deje de serlo, sino porque una verdad que yo
veo y tengo es una parte solamente de otra verdad más amplia. “Mi verdad” puede
que lo sea, pero no excluye las otras caras del mismo prisma, que son
igualmente verdaderas. Las discusiones y tensiones proceden de la vanidad
(vaciedad) de la persona que pretende que su verdad sea la única cara de la
verdad de una cosa.
Claro:
la verdad tiene su “peaje”: necesidad de compaginar con otros aspectos de la
verdad; ceder una parte de lo que yo creí mi verdad, pero no lo era tanto,
necesidad de enderezar camino porque me había metido por un vericueto que
encerraba la verdad en los barrotes de mi egoísmo, mi comodidad, mi
conveniencia.
Noé
o Lot comprendieron que la verdad era la que obligaba a romper con “lo de siempre”. Pilato fue el que no quiso ni saber la
verdad. Pilato era un político cuyo interés era su vida, su puesto, su sueldo…
Jesús le hubiera complicado ese “rol”, y prefirió dejar un displicente: ¿Y qué es verdad?, muy propio de quien
no quiere saberla…, no quiere ni mirar el
resplandor del relámpago de luz que cruza ante sus ojos…
Y
lo que le pasó a Pilato nos puede pasar a cualquiera en lo “pequeño” diario, en
momentos de más envergadura en decisiones o toma de postura…, en situaciones
que sólo responderíamos honradamente si nos supiéramos silenciar por dentro y
fuéramos capaces de dejarnos iluminar por esa luz que no cruza de parte a
parte. Lo que pasa es que eso complica, y la consecuencia es esa “vanidad,
vaciedad”, realidad “huera”, de la que habla el libro de Sabiduría.
Mucho
hay que apelar al silencio del alma –tan
en desuso hoy-; al gusto por interiorizar y personalizar la inspiración que nos llega (generalmente)
desde la oración…, aunque también puede llegar de muchas formas imprevistas:
una sincera conversación con otro, un libro que se lee, un suceso que ocurre…
Desde el silencio del alma hay
posibilidades de “·traducción”, de encontrar aspectos diferentes de la verdad, y por tanto la gran
posibilidad de CRECER la persona. “El Hijo del hombre” ha llegado, ha
iluminado, ha advertido, ha completado… Noé o Lot captaron…, y cambiaron… A
nosotros nos siguen llegando muchas oportunidades para “entrar en el Arca de la
verdad”, o “salir de la Sodoma de la mentira”. Quedan muchas facetas por descubrir
que no llegaremos a agotar.
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