10 de noviembre de 2013 (Zenit.org) - El papa Francisco dirigió al
medio día de este domingo lluvioso de otoño, un mensaje de esperanza en Dios y
su promesa de la vida eterna, partiendo del evangelio del día.
Fue con motivo de la oración del ángelus, que rezó al medio día
desde la ventana de su oficina, ante la multitud reunida en la plaza de San
Pedro. A continuación transcribimos el texto incluyendo algunas improvisaciones
que realizó el santo padre.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús que se enfrenta
a los saduceos, quienes negaban la resurrección. Y es justamente sobre este
tema que ellos interrogan a Jesús, para ponerlo en dificultad y ridicularizar
la fe en la resurrección de los muertos. Parten de un caso imaginario: 'Una
mujer tuvo siete maridos, muerto uno después del otro', y le preguntan a Jesús:
'De quién será esposa esta mujer después de su muerte?'.
Jesús siempre manso y paciente les indica como primera cosa, que
la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de aquella terrena.
La vida eterna es otra vida, en otra dimensión, en la cual entre otras cosas no
existirá más el matrimonio, que está relacionado a nuestra existencia en este
mundo. Los resucitados -dice Jesús- serán como los ángeles y vivirán en un
estado diverso que ahora no podemos sentir ni imaginar. Y así lo Jesús
explica.
Pero después, por así decir, pasa al contraataque. Y lo hace
citando la sagrada escritura, con una simplicidad y una originalidad que nos
dejan llenos de amor hacia nuestro Maestro, ¡el único Maestro!
La prueba de la resurrección, Jesús la encuentra en el episodio de
Moisés y de la zarza ardiente, allí en donde Dios se revela como el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está unido a los nombres de los
hombres y de las mujeres con los cuales Él se relaciona, y este nexo es más
fuerte que la muerte. Y nosotros podemos decir esto de la relación de Dios con
nosotros. Él es nuestro Dios; Él es el Dios de cada uno de nosotros; como si Él
llevara nuestro nombre, le gusta decirlo, y esta es la Alianza.
He aquí por qué Jesús afirma: 'Dios no es de los muertos pero de
los vivos, para que todos vivan en Él”. Esta es una ligación definitiva; la
alianza fundamental es aquella con Jesús; Él mismo es la Alianza, Él mismo es
la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido la muerte.
En Jesús, Dios nos da la vida eterna, nos la da a todos, y todos
gracias a Él tienen la esperanza de una vida aún más verdadera que la actual.
La vida que Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la
actual: esa supera nuestra imaginación, porque Dios nos asombra continuamente
con su amor y con su misericordia.
Por lo tanto sucederá lo contrario de lo que esperaban los
saduceos. No es esta la vida que será referencia de la eternidad, a la otra
vida que nos espera; pero es la eternidad, es esa la vida que ilumina y da
esperanza a la vida terrena de cada uno de nosotros. Si miramos solamente con
mirada humana somos llevados a decir: el camino del hombre va de la vida hacia
la muerte, eso se ve; pero eso es solamente si lo miramos con ojos humanos.
Jesús invierte esta perspectiva y afirma que nuestra peregrinación
va de la muerte hacia la vida: la vida plena; nosotros estamos en camino, en
peregrinación hacia la vida plena y esa vida plena nos ilumina en nuestro
camino. Por lo tanto la muerte se queda detrás de nuestras espaldas, no delante
de nosotros.
Delante de nosotros está el Dios de los vivos, el Dios de la
Alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro nombre, como Él dijo, yo soy el
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, y también en Dios con mi nombre, con tu
nombre, con tu nombre con nuestro nombre. El Dios de los vivos.
Está la definitiva derrota del pecado y de la muerte, el inicio de
un nuevo tiempo de alegría y de luz sin fin. Pero ya en esta tierra, en la
oración, en los sacramentos, en la fraternidad, nosotros encontramos a Jesús y
su amor, y así podemos pregustar algo de la vida de la resurrección.
La experiencia que hacemos de su amor y de su fidelidad enciende
como un fuego en nuestro corazón y aumenta nuestra fe en la resurrección. De
hecho, si Dios es fiel y nos ama, no puede hacerlo en un tiempo limitado, la
fidelidad es eterna, no puede cambiar, el amor de Dios es eterno y no puede
cambiar, no es en un tiempo limitado, es para siempre, hacia adelante. Él es
fiel para siempre y Él nos espera a cada uno de nosotros con esta fidelidad
eterna.
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