25 nvbre:
Cuando se da de corazón
Jesús
es muy observador. Mientras sus discípulos, posiblemente, estaban distraídos en
sus conversaciones y merodeaban sin objetivo fijo, aprovechando que Jesús se
había sentado en el templo, frente al cepillo de las ofrendas… -ellos pensarían
que como descanso-, Jesús estaba mirando el paso de aquellos donantes que iban
echando sus limosnas. Ya se veía por el atuendo, y hasta más aún por la formas,
que había ricos que echaban mucho, y alguno que otro pudiera ser que ostentosamente.
Jesús observaba. Evidentemente que iba teniendo sus sentimientos ante aquellos
que pasaban ante su vista, aunque lo más seguro es que nadie se apercibió de
aquel hombre que estaba sentado.
Una
mujer, humildemente vestida y con esa mirada baja de quien vive más dentro de
sí…, quizás por su propia pobreza, se acercó al cepillo y echó dos reales. Sin
ningún aspaviento se marchó. Nunca pensó que alguien había observado su
limosnita.
Jesús
había dejado a sus apóstoles en su “aparte” durante aquel rato. Pero de pronto
oyen que el Maestro les llama con prisa. Acuden a ver qué pasa, y Jesús les
hace fijarse en aquella mujer: ¿Veis a
esa mujer? ¡Una pobre viuda! (debía
llevar el manto de su viudez); pues ella
ha echado más que nadie. Se
extrañaron los apóstoles. ¿Cómo era posible que esa mujer hubiera echado más
que nadie, cuando ellos han estado viendo –sin pararse a mirar- que habían
pasado personas de muy buen porte? Porque
los demás han echado de lo que les sobra, pero esa mujer, que pasa necesidad, ha
echado todo lo que tenía para comer hoy.
Cuántas
veces pienso que Jesús se sienta frente a cada persona…; prudentemente mira,
observa… Ve lo externo, lo visible…, como es lógico, y ya en ello detiene una
atención. Pero “bajo el manto” de esa visión exterior ve el corazón, los
sentimientos, los íntimos secretos de cada alma. Ante sus ojos profundos
aparecen los actos de amor y servicialidad de tantos y tantas. Los sacrificios
ocultos de muchísimas personas, aunque nadie lo advierta, y aunque esas mismas
personas lo vivan ya sin darle importancia. ¡Cuántos heroísmos secretos que
quedan patentes a los ojos de Jesús! ¡Cuántas “pobres viudas” –viudos, jóvenes,
padres y madres, niños, jubilados, gentes en soledad o pasando necesidad real…-
cuyas vidas, sus penurias, sus méritos…, no pasan desapercibidas a los ojos de
Jesús!
Digamos
también que ve Jesús, apenadamente, bajezas, egoísmos, intenciones
subrepticias, medias verdades, ostentaciones, escurrir de hombros cuando habría
que meterlos…, apariencias, bondades ficticias… No sería objetivo pensar que
Jesús no ve eso… Lo intuyó muchas veces durante su vida, unas veces en sus
propios discípulos, otras en los fariseos…
Todo
esto nos debe hacer pensar. Porque nada hay oculto a los ojos de Jesús. Y de
nuestra parte debiera haber una sincera y objetiva mirada a nuestro propio
interior, porque hay muchas cosas ahí dentro que tienen valor (bueno o malo), y
lo que interesa es vivir con la honradez necesaria como para poder ofrecerle a
Jesús la alegría de una vida más a su gusto. Algo que, al fijar Jesús sus ojos,
pueda “llamar a sus discípulos” para decirles que ahí, bajo esa sencillez
exterior, se ha producido una realidad que tiene más valor del que aparece.
Pensándolo
por mí, ¡qué falta haría tener viva esa conciencia de que cada acto mío, cada
mirada, cada pensamiento, cada intención, cada palabra…, se están desarrollando
bajo una mirada de Jesús! Porque hay más
de una de esas cosas que serían de diverso, o muy diverso modo, si Jesús
estuviera ahí delante… Claro: ¡es que lo
está!
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