La misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la
Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace
tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia;
todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre. Lo dice el papa Francisco
en su carta apostólica Misericordia et misera, que ha escrito el
finalizar el Año Santo de la Misericordia.
De este modo, además de dar una serie de indicaciones precisas
para que lo vivido este Jubileo se “prolongue” en el tiempo, el Santo Padre
reflexiona una vez más sobre este don de Dios.
Así, el Pontífice recuerda que el perdón es el signo
más visible del amor del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de
toda su vida. “No existe página del Evangelio que pueda ser sustraída a este
imperativo del amor que llega hasta el perdón”, asegura. De este modo, señala
que nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de
Dios “queda sin el abrazo de su perdón”. Por este motivo, explica el Papa,
“ninguno de nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será
siempre un acto de gratuidad del Padre celeste, un amor incondicionado e
inmerecido”.
El Santo Padre precisa que se necesitan testigos “de la
esperanza” y “de la verdadera alegría para “deshacer las quimeras que prometen
una felicidad fácil con paraísos artificiales”. El vacío profundo de muchos
–alienta Francisco– puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el
corazón y por la alegría que brota de ella.
En esta misma línea, el Santo Padre explica que hemos celebrado
un Año intenso, “en el que la gracia de la misericordia se nos ha dado en
abundancia”. Como un viento impetuoso y saludable, “la bondad y la misericordia
se han esparcido por el mundo entero”, asegura el Papa.
Ahora, concluido este Jubileo, “es tiempo de mirar hacia
adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo,
la riqueza de la misericordia divina”, alienta. Por esta razón, el Papa
pide que “no limitemos su acción; no hagamos entristecer al Espíritu, que
siempre indica nuevos senderos para recorrer y llevar a todos el Evangelio que
salva”. Además, recuerda que “estamos llamados a celebrar la
misericordia”.
Por otro lado, el Pontífice pide abrir “el corazón a la
confianza de ser amados por Dios”. Su amor –añade– nos precede siempre, nos
acompaña y permanece junto a nosotros a pesar de nuestro pecado.
Respecto a la escucha de la Palabra de Dios el Santo
Padre recomiendo mucho “la preparación de la homilía y el cuidado de la
predicación”. Así, reconoce que será tanto más fructuosa, “cuanto más haya
experimentado el sacerdote en sí mismo la bondad misericordiosa del Señor”.
Tal y como explica el Papa en este documento, la Biblia es
la gran historia que narra las maravillas de la misericordia de Dios. Cada una
de sus páginas está impregnada del amor del Padre que desde la creación ha
querido imprimir en el universo los signos de su amor. Por eso el Santo Padre
manifiesta su vivaz deseo de que la Palabra de Dios se celebre, se conozca y se
difunda cada vez más, “para que nos ayude a comprender mejor el misterio del
amor que brota de esta fuente de misericordia”.
A los sacerdotes, renueva la invitación a prepararse con mucho
esmero para el ministerio de la Confesión, que es una verdadera misión
sacerdotal. Y les pide que sean acogedores con todos; testigos de
la ternura paterna, solícitos en ayudar a reflexionar sobre el mal
cometido, claros a la hora de presentar los principios morales, disponibles
para acompañar a los fieles en el camino penitencial, siguiendo el paso de
cada uno con paciencia, prudentes en el discernimiento de cada caso concreto
y generosos en el momento de dispensar el perdón de Dios. Asimismo, les
recuerda que “nosotros hemos sido los primeros en ser perdonados” y “hemos sido
testigos en primera persona de la universalidad del perdón”. No existe ley ni
precepto –asegura el Pontífice– que pueda impedir a Dios volver a abrazar al
hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a
recomenzar desde el principio.
Todos, reconoce el Papa, tenemos necesidad de consuelo, porque
ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión.
Por otro lado, también señala que en un momento particular como
el nuestro, caracterizado por la crisis de la familia es importante que llegue
una palabra de gran consuelo a nuestras familias. “El don del matrimonio es una
gran vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con al
amor generoso, fiel y paciente”, reconoce el papa Francisco.
La gracia del Sacramento del Matrimonio — indica el Santo Padre–
no sólo fortalece a la familia para que sea un lugar privilegiado en el que se
viva la misericordia, sino que compromete a la comunidad cristiana, y con ella
a toda la acción pastoral, para que se resalte el gran valor propositivo de la
familia.
En la carta apostólica, el Pontífice subraya que “termina el
Jubileo y se cierra la Puerta Santa” pero “la puerta de la misericordia
de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par”. Al respecto,
reconoce que durante el Año Santo, especialmente en los «viernes de la
misericordia», ha podido darse cuenta de cuánto bien hay en el mundo.
Existen personas –reconoce el Papa– que encarnan realmente la caridad y que no
llevan continuamente la solidaridad a los más pobres e infelices.
Es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia
para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. Ya que todavía
hay poblaciones enteras que sufren hoy el hambre y la sed, grandes masas de
personas siguen emigrando, la enfermedad es una causa permanente de
sufrimiento, las cárceles son lugares en los que las condiciones de vida
inhumana causan sufrimientos, el analfabetismo está todavía muy extendido, la
cultura del individualismo exasperado hace que se pierda el sentido de la
solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Por eso, el Papa precisa que
“las obras de misericordia corporales y espirituales constituyen hasta nuestros
días una prueba de la incidencia importante y positiva de la misericordia como
valor social”.
Por todo ello, el Papa pide
que nos esforcemos “en concretar la caridad” y “en iluminar con inteligencia la
práctica de las obras de misericordia”. Estamos llamados –asegura– a hacer que
crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del
encuentro con los demás. Asimismo, concluye asegurado que “este es el
tiempo de la misericordia”. Cada día de nuestra vida está marcado por la
presencia de Dios, que guía nuestros pasos con el poder de la gracia que el
Espíritu infunde en el corazón para plasmarlo y hacerlo capaz de amar.
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