LITURGIA
Creo que es el escrito más
corto que hay en toda la Biblia: la 3ª carta de San Juan, y con un mismo
argumento básico que las otras dos, aunque con concreciones diferentes. Hoy se
dirige al Obispo de la comunidad y le reconoce sus méritos en la caridad con
los hermanos, aunque para él sean extraños. Pero ellos mismos han hablado bien
de ese obispo por su acogida. Y en la línea de ese amor que caracteriza los
escritos de San Juan, le pide que los provea de los fondos necesarios para el
viaje, puesto que ellos se pusieron en camino para trabajar en la causa de
Cristo. No aceptaron sufragio de los paganos, y eso mismo obliga a atenderlos,
cooperando así en la propagación de la verdad.
Y no hay mucho más que
decir de ese texto breve que nos ha servido hoy de primera lectura.
Hoy aprovecho que hay
menos materia que desarrollar para hacer una parada en el Salmo 111: Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón
sus mandatos. Son dos versos de una misma estrofa. Está construida bajo el
estilo de “paralelismo”, que es muy típico en muchos lugares de la Biblia. Un
verso explicita al otro. Y si en el primer término ha aparecido la palabra
“teme”, el segundo la cambia inmediatamente por “ama”. De modo que cabe
sustituir el primer término por el segundo.
Una cosa es la
traducción literal y otra es la comprensión pastoral. Suena mal y no hace
ningún favor decir “dichoso quien teme
al Señor”. Y sin embargo se entiende perfectamente: “y ama de corazón sus
mandatos”. Entonces yo NO LEO NUNCA “teme” y lo sustituyo automáticamente por
“ama”, que es su sentido real. Pastoralmente prefiero alterar el dicho literal
bíblico y darle así a los fieles el sentido que a ellos les va a resultar
comprensible. Y que no es falsificar la verdad sino poner precisamente lo que
de verdad ha querido expresar el autor.
Podrá alguien –de la
antigua usanza- defender el “temor de Dios” como un freno en la vida. Pero
coincidiremos que no se dice “el temor a Dios”. Y de las muchas veces que en la
Biblia sale la palabra “temor”, en todas está en paralelo con “amor”. Es lo que
la Sagrada Escritura quiere poner ante los ojos del creyente, aunque en una
lengua tan pobre de vocablos como el hebreo, estas matizaciones son muy
pequeñas. Ojalá el amor a Dios sea el determinante de nuestra manera de proceder,
y que nunca jamás haya que recurrir al temor como modo de invitar a la
conversión. Es un hecho que ha ganado muchas más almas la parábola del padre
bueno que las amenazas con que –en ocasiones- se ha pretendido atraer a
alguien.
El evangelio (Lc 18, 1-8) ha sido
comentado hace poco con ocasión de un domingo. Es la enseñanza de Jesús sobre
una oración insistente, para que nos acostumbremos a no desanimarnos cuando
nuestras peticiones parecen no acogidas o no atendidas por Dios. Dice Jesús que
insistamos. Y lo explica –a su estilo- con la parábola del juez que no
escuchaba las peticiones de aquella viuda, y la viuda yendo una y otra vez a
pedirle al juez que le hiciera justicia frente a su enemigo. Al final el juez
accede a la petición de la viuda por su insistencia. Jesús lo adorna con
situaciones extremas porque la comparación está puesta en el plano de los
humanos. La mujer llega a intimidar al juez, que hace su labor por el temor de
que aquella viuda ya exaltada, le pueda llegar a abofetear. En el plano humano
rige el temor. Pero cuando Jesús lo pasa al plano de la relación hombre-Dios,
Jesús nos dirá que “Dios hará justicia a
sus elegidos que le gritan día y noche”.
La
manera de presentar Jesús el tema es muy típica suya, porque quiere poner las cosas
en un extremo para llamar la atención de lo que quiere explicar. Y el fondo de
la explicación es que Dios quiere que haya insistencia en la petición y en la
súplica, y que Dios acaba escuchando las peticiones que se le hacen. Ese es el
fondo de toda esa presentación, y la lección que nos queda que aprender:
pedir-insistir-no desanimarse, sabiendo que Dios es buen juez y dirime la causa
a favor del que suplica. Sencillamente Dios responde con el amor y lo que le
gana el Corazón es el amor.
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