Texto completo:
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hoy en la Iglesia
inicia un nuevo año litúrgico, o sea un nuevo camino de fe del pueblo de Dios.
Y como siempre iniciamos con el Adviento.
La página del evangelio (cfr Mt
24,37-44) nos introduce a uno de los temas más sugestivos del tiempo de
Adviento: la visita del Señor a la humanidad. La primera visita se realizó con
la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda es en
el presente: el Señor nos visita continuamente cada día, camina a nuestro lado
y es una presencia de consolación; y para concluir estará la última visita, que
profesamos cada vez que recitamos el Credo: “De nuevo vendrá en la gloria para
juzgar a los vivos y a los muertos”. El Señor hoy nos habla de esta última
visita suya, la que sucederá al final de los tiempos y nos dice dónde llegará
nuestro camino.
La palabra de Dios subraya el contraste entre el desarrollarse
normal de las cosas y la rutina cotidiana y la venida repentina del Señor. Dice
Jesús: “Como en los días que precedieron el diluvio, comían, bebían, tomaban
esposa y tomaban marido, hasta el día en el que Noe entró en el arca, y no se
dieron cuenta de nada hasta que vino el diluvio y embistió a todos”. (vv.
38-39).
Siempre nos impresiona pensar a las horas que preceden a
una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas de siempre sin
darse cuenta que su vida está por ser alterada.
El evangelio no quiere inculcarnos miedo, sino abrir nuestro
horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que de una parte relativiza las
cosas de cada día y al mismo tiempo las vuelve preciosas, decisivas. La
relación con el Dios que viene a visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una
luz diversa, un espesor, un valor simbólico.
De esta perspectiva viene también una invitación a la sobriedad,
a no ser dominados por las cosas de este mundo, de las realidades materiales,
sino más bien a gobernarlas.
Si por el contrario nos dejamos condicionar y dominar por ellas,
no podemos percibir que hay algo mucho más importante: nuestro encuentro final
con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio,
“dos hombres estarán en el campo: uno será llevado y el otro dejado” (v. 40).
Es una invitación a la vigilancia, porque no sabiendo cuando Él vendrá, es
necesario estar siempre listos para partir.
En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar los
horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se
presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no
depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el
Señor viene en la hora en la que no nos imaginamos. Viene para introducirnos en
una dimensión más hermosa y más grande.
Nuestra Señora, Virgen del Adviento, nos ayude a no
considerarnos propietarios de nuestra vida, a no hacer resistencia cuando el
Señor viene para cambiarla, pero a estar listos para dejarnos visitar por Él,
huésped esperado y grato, aunque desarticule nuestros planes”.
El Papa reza el ángelus y después dice:
“Queridos hermanos y hermanas,
quiero asegurar que rezo por las poblaciones de Centroamérica,
especialmente las de Costa Rica y Nicaragua, golpeadas por un huracán y este
último país también por un fuerte sismo. Y rezo también por las del norte de
Italia, que están sufriendo debido a los aluviones.
Saludo a los peregrinos aquí presentes, que han venido de Italia
y de diversos países: a las familias, los grupos parroquiales, las
asociaciones. En particular saludo a los fieles que vienen de Egipto,
Eslovaquia y al coro de Limburg (Alemania).
Saludo con afecto a la
comunidad ecuatoriana de Roma, a las familias
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