Liturgia Conmemoración de
fieles difuntos
Es un día difícil de centrar en una reflexión porque no hay lecturas
fijas para alguno de los tres formularios de Misas que son posibles de celebrar
por cada sacerdote en este día. Por lo mismo no queda un pensamiento que vaya a
encontrarse aplicado en alguna de las Misas a las que se asista por parte de
los seguidores del blog, que muchas veces se ayudan de éste para comprender
mejor el sentido de las lecturas.
Haciendo una opción, y a sabiendas de que en un par de días
va a volver a salir el texto, tomo Filip 3, 20-21, un texto muy breve pero muy
elocuente en el que Pablo trasmite a sus fieles de Filipos la seguridad de que somos ciudadanos del cielo, de donde
aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo La salvación que él nos trae es
nada menos la de que él transformará
nuestra condición mortal según el modelo de su cuerpo glorioso porque él
tiene el poder y la energía para
sometérselo todo.
Lo que Jesús hace en nosotros es infundirnos la fuerza de
su misma resurrección –su cuerpo glorioso-, para que nosotros vivamos una vida
nueva. Nuestra condición humana es humilde, pobre, con un cuerpo que se
desmorona. Pero eso va a quedar transformado por la energía que brota de
Jesucristo, que nos va a levantar de nuestros sepulcros y nos va a situar en el
plano de su resurrección de entre los muertos, venciendo a la muerte y tomando
una condición nueva de personas resucitadas, que viven ya la gloria de Jesús.
Es la esperanza con la que vive un creyente. Vivimos el día
a día con nuestras limitaciones y carencias, con nuestras pobrezas y defectos.
Con dificultad nos levantamos de nuestras imperfecciones. Y sin embargo sabemos
que vamos tendiendo hacia una meta tan alta que no podemos ni imaginar. Pero no
son nuestras fuerzas ni nuestras capacidades. Es la confianza plena en Jesús
que va delante de nosotros y que ha resucitado de entre los muertos y con ello
ha vencido a la muerte, le ha arrancado su aguijón venenoso, y ha subido
triunfante a los cielos, y se ha sentado a la derecha de Dios. Y nosotros vamos
siguiendo su rastro, atraídos por su energía con la que ha sometido todo a sí
mismo, en ese glorioso sometimiento que infunde vida a lo que toca.
La historia de este misterio de muerte y resurrección ha
sido concentrada en un evangelio que une la muerte y la resurrección de Jesús,
para darnos así la visión conjunta de todo. Mc 15, 33-39; 16, 1-6 recoge por
una parte el dolor de la cruz, y del momento más duro de esa tragedia humana,
cuando Jesús experimenta el misterioso abandono que le hace exclamar: Dios mío, Dios mío ¿por qué me has
abandonado? Ese momento siguiente en que Jesús, dando un fuerte grito, expiró. Pero no fue el final, aunque
humanamente allí se había acabado todo. Hubo todo el dolor que encierra la
muerte en el que expira y en sus deudos. Hubo todo el fracaso que se encierra
en ese desmoronarse la vida. Hubo toda esa misma realidad que padecemos los
humanos en un trance sin remedio, que nos rompe todos los esquemas.
¡Pero no fue el final en Jesús, ni es el final en nosotros!
En Jesús se dio al tercer día la resurrección gloriosa que anunciaron los
jóvenes vestidos de blanco a las mujeres que habían ido con la idea de
embalsamar el cadáver. No está aquí; HA
RESUCITADO. Mirad el sitio donde le pusieron. Y en efecto el sepulcro
estaba vacío, en efecto Jesús había salido triunfal de su sepultura y se fue
apareciendo para dejar constancia visible de su VIVIR DEFINITIVO.
Es la suerte de los creyentes en Cristo. Es la suerte de
nuestros difuntos. Es la glorificación a la que estamos destinados. Es el
camino que siguieron los que ya nos precedieron y el camino que seguiremos
nosotros.
Si ayer celebrábamos a todos los Santos, hoy nos ponemos en
“la puerta” de esa santidad y hacemos el acto de fe profunda en la resurrección
de los muertos para saber que también ellos celebrarán el día de todos los
santos. Y para saber que nosotros –los que aun vivimos- estamos recorriendo los
aledaños de ese camino que nos conduce a la vida gloriosa, a la presencia de
Dios, donde quedaremos iluminados por esa luz de la gloria que nos dará la
posibilidad de VER A DIOS.
Es lo que pedimos para nuestros difuntos; es lo que pedimos
para nosotros, en la segura esperanza de las gracias de Dios, que nos han de
conducir al fin último para el que hemos nacido.
Hoy conmemoramos la festividad de Todos los Difuntos; ellos estuvieron ayer con los Ángeles alabando a Dios.
ResponderEliminarCon la refiexión del Evangelio caemos en la cuenta de que la muerte pone fin a nuestras limitaciones y a nuestras tinieblas que ahora nos obligan a mirarla con cierto respeto, casi con miedo...Ya podemos mirarla con afecto como la miraba San Francisco que la llamaba " hermana muerte".
Hoy, la Iglesia nos pide que oremos por todos los fieles difuntos; no sólo por nuestros deudos...No sabemos muy bien si nuestras oraciones son eficaces si el destino de todos se encuentra en las manos de Dios; pero la fe, nos hace pensar que sí. Hay que pensar que todas las oraciones contribuyen a la salvación de la Humanidad.