LITURGIA
Hoy es la fiesta litúrgica de la Dedicación de la
Basílica de Letrán que no tiene lecturas
propias y a la que, por tanto se le aplican las del “común” de “Dedicación de
una Iglesia”. Y para hacer referencia a ese sentido de la fiesta, aludo a la
bonita lectura primera de Ezequiel 43 en que se habla de esas aguas caudalosas
que brotan del lado oriental del templo y que van aumentando de caudal a cada
distancia, convirtiéndose en un mar inmenso, que expresa la riqueza que
proviene del templo y que acaba abarcando todo. Aguas dulces que fecundan y que
hacen crecer en las orillas toda clase de plantas, y que al desembocar en un
mar podrido lo purifican.
Es
todo un símbolo de los efectos curativos y fecundos del templo y,
consiguientemente, de la Iglesia, que es la que está representada por esas
imágenes.
En
la lectura continuada Pablo sigue aconsejando a Tito (3, 1-7) para que recuerde
a los súbditos que deben ser buenos ciudadanos que se sometan a las leyes y a
las autoridades, dispuestos siempre un
trabajo honrado, y amables con todo el mundo. La razón que aduce es el ejemplo
de ellos mismos –con Pablo incluido- que antes iban errados por su insensatez,
esclavos de las pasiones y odiándose unos a otros.
Mas cuando ha aparecido la bondad de
Dios y su amor al hombre, la misericordia de Dios nos ha salvado. No ha sido
por nuestros méritos no obras de justicia que nosotros hayamos hecho, sino por
esa misericordia de Jesucristo. Hay,
en efecto, un punto de inflexión en la vida de las personas: el momento en que
interviene Jesucristo…, el momento en que aparece
la bondad de Dios y su amor al hombre. Ahí se cambian las tornas y comienza
un mundo nuevo, que es el de la misericordia de Dios que nos ha llevado a
salvación. No eran los méritos propios porque no los había. Tuvo que venir la
salvación desde fuera. Y vino por ese amor
al hombre. La Vulgata (primera traducción latina de la Sagrada Escritura)
traduce esas últimas palabras como “la
humanidad de Dios”, lo que es muy sugerente porque sería una bella
expresión de la cercanía de Dios a la humanidad, de su ternura y su amorosa
compasión. Y por otra parte es una alusión directa a Jesucristo que es quien
realiza en sí esa humanidad de Dios
porque es el Dios hecho hombre.
Y
continúa Pablo diciendo que con el baño
del segundo nacimiento (el Bautismo) y
con la renovación por el Espíritu Santo, Dios se derramó copiosamente sobre
nosotros por medio de Jesucristo Salvador. Jesucristo nos ha traído ese segundo nacimiento y renovación por el
Espíritu Santo, y nos ha transformado en nuevas creaturas que justificados por su gracia, somos en esperanza,
herederos de la vida eterna.
Podemos
ver la riqueza que encierra esta carta, que nos ha situado en el centro mismo
del amor de Dios y de la salvación que Cristo nos ha traído. Y que ha puesto nuestro
Bautismo en el núcleo mismo de nuestro nuevo ser –segundo nacimiento-, que
evoca la conversación de Jesús con Nicodemo, arguyendo la necesidad de volver a nacer por el agua y el Espíritu
(casi copiado por Pablo en ese párrafo)
El
resto de la liturgia lo ocupa la ya conocida narración de los diez leprosos (Lc
17, 11-19) curados por Jesús, de los que uno regresó a dar las gracias y los
otros 9 siguieron adelante con su alegría, pero sin saber ir a Jesús para darle
las gracias por su curación. Y lo que debe quedarnos es que Jesús acusó el
golpe. No se quedó igual. Hizo recuerdo de que habían sido 10 los curados y que
sin embargo sólo había vuelto uno. Pero Jesús no se ha quedado en eso: Jesús se
ha fijado en que los nueve que no han vuelto eran judíos y el que ha vuelto es “un
extranjero”. Y esa lección la quiere Jesús dejar clara porque es una contante
en su vida. Los judíos, los de su raza, quedan mal por su falta de
reconocimiento y finura. El “extranjero” (seguramente samaritano, separado de
la fe de Israel) tiene más delicadeza y sabe apreciar más el bien que se la he
hecho.
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