Liturgia
Apoc 14, 14-19. El
resumen sería: el Imperio Romano que mata a los cristianos, es “vendimiado”
(destruido) por los enemigos en batallas sangrientas, como preludio del triunfo
de Cristo sobre los perseguidores romanos.
Pretender meterse en la explicación de
cada término de la profecía es encontrarse con una serie de posibles
interpretaciones, de las que los mismos expertos comentaristas en el texto no
se ponen de acuerdo. Por eso creo más útil para “traducir” esta perícopa del
Apocalipsis, ir a lo que parece el objeto directo de esta profecía: la
destrucción del Imperio Romano, el perseguidor de los cristianos y el que hizo
tantos mártires.
Cada “ángel” de aquellos que se
enumeran, cada uno con su característica, podrían ser los pueblos que hostigan
a Roma, ya en su decadencia que “siegan”, “vendimian” (términos muy bíblicos
para expresar la destrucción del poder del Imperio). Y que vienen a ser
respecto del cristianismo como Ciro fue libertador de los judíos ante el poder
de Nabucodonosor (podría ser ese “angel sobre las nubes”, revelando así un
poder superior al de los otros pueblos y al mismo poder de Roma). Hubo, eso sí
mucha sangre, que subió hasta los bocados de los caballos, que pisotearon el
lagar del Imperio Romano, derrotándolo.
Lc 21, 5-11 nos trae otro fracaso
humano, pero anterior al del Apocalipsis: se trata de la destrucción de
Jerusalén por los ejércitos romanos. Pero Jesús lo está poniendo ante los ojos
de las gentes y de sus discípulos como advertencia de una realidad futura.
Estaban algunos admirados de la belleza del templo, y Jesús les advirtió que esto que contempláis, llegará un día en que
no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido.
La pregunta que se viene sola a la boca
es: ¿Cuándo?
Y Jesús ahora quiere enseñar que ni es
todavía ni hay que hacer caso de los típicos agoreros que se irán presentando
para crear miedos en nombre de Jesús: “el
momento está cerca”, y otras manifestaciones de apariciones y anuncios
terroríficos. No hagáis caso, dice
Jesús. No os dejéis llevar de esos pájaros de mal agüero. No tengáis pánico. Lo que va a suceder, sucederá, pero el final no
es inmediato. Jesús quiere que estemos siempre preparados, pero que no vivamos
aplastados por el terror del fin del mundo. Es un final que llegará, y del que
serán presagio los terremotos, las epidemias en varios lugares, las luchas de pueblos
contra pueblos, y aun la propia persecución dentro de las mismas familias.
En algún modo podemos comprobar estos
signos en nuestra historia actual. Basta observar las “noticias” de algunos
medios de comunicación para concluir que todas esas señales, y aun otras
también que llaman la atención por trágicas, se están dando ya. ¿Y no es lo
anunciado por Jesús, a ver si este mundo de hoy reacciona ante tales
calamidades, y no se encuentra finalmente con el desastre sin remedio? ¿No fue
esa la pedagogía de Jesús en ese final de su vida pública, en la forma en que
nos lo presentan los evangelistas?
Pienso que –dentro de ese estilo
propio de estas revelaciones de Jesús- tenemos otra lección que aprender. De
vez en cuando surgen en nuestro ambiente esos pájaros de calamidades, de
“revelaciones amenazadoras” de la Virgen, de supuestas revelaciones privadas
que anuncian desastres “si no nos convertimos”. Es evidente que son estilos
completamente contrarios a la pedagogía del evangelio, que –aun dentro de
anuncios duros, como hemos visto-, siempre anuncian una solución, una acción
salvadora de Jesucristo, un período de reflexión, una esperanza: con vuestra
perseverancia salvaréis vuestras almas”. El “fin del mundo” se ha anunciado
muchas veces, y creen sus “profetas” que es un elemento útil para alcanzar
conversiones. Pero la verdadera conversión de un alma no es la que se produce
bajo el terror de un peligro sino desde la admiración del amor del Corazón de
Dios, siempre de brazos abiertos para recibir al que vuelve.
Nos queda un resto de semana con
evangelios “apocalípticos” y habremos de ir sacando el provecho de lo que nos
predicen. Serán muchas imágenes aterradoras y simultáneamente llenas de
anuncios de la victoria de Jesucristo. Con esa victoria nos hemos de quedar, y
al mismo tiempo ir entresacando lo que nos ayuda a comprender que la vida es
una lucha y que no se alcanza la victoria sino en ese plano de superación
personal.
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