Liturgia
La liturgia de este domingo está centrada en la esperanza de la
resurrección. O lo que es igual: en la certeza de que la vida adquiere su pleno
sentido en el final, que es el principio de una nueva era. Los hermanos
macabeos a los que intentó el rey inducir a la apostasía (2Mac 7, 1-2. 9-14),
se niegan uno tras otro a las prácticas prohibidas para ellos, arrostrando el
martirio. Todos tienen una seguridad en que la vida que le quitan aquí abajo
será recuperada con renovado esplendor en la otra vida. Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios
mismo nos resucitará.
El evangelio también en esa línea (Lc 20, 27-38) es la
discusión de Jesús con los saduceos, que niegan la resurrección. Jesucristo les
responde que los que resucitan a otra vida viven otra realidad distinta, de
modo que allí no se casarán, porque los que resucitan a la vida eterna son como
los ángeles del cielo. Son hijos de Dios
que participan de la resurrección.
El tema no es una mera discusión de escuela rabínica. Está
de por medio nada menos que el hecho fundamental de la resurrección de
Jesucristo, que cimenta toda la fe cristiana. Si no hubiera resurrección, como
pretendían los saduceos, Cristo no hubiera resucitado. Y si Cristo no hubiera
resucitado, los cristianos seríamos los más desgraciados e infelices de toda la
humanidad, porque estaríamos viviendo de una quimera y esperando sin una razón
para la esperanza.
Precisamente la 2ª lectura (2Tes 2, 16-3, 5) tiene su punto
central en la afirmación de que Dios, nuestro
Padre, que nos ha amado tanto, nos ha regalado un consuelo y una gran
esperanza, y nos consolará internamente
y nos dará fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Y
concluye que el Señor dirija vuestro
corazón para que améis a Dios y esperéis en Cristo. Ahí, precisamente ahí,
en el sentido de la esperanza, es adonde apunta toda la liturgia de este día.
Un tema menor
en medio de ese planteamiento de altura es el que se puede suscitar a propósito
de la expresión de Jesús, que dice que en el cielo no se casarán. Pero un tema
que puede suscitar cierta perplejidad en aquellos matrimonios que han vivido su
unión feliz en la tierra, y que no se conciben ya separados el uno del otro,
aunque la muerte los haya separado temporalmente.
Yo digo
siempre que meternos en esos terrenos es crear ciencia ficción porque lo que es
el mundo del más allá, el mundo del cielo de los bienaventurados, no lo podemos
ni imaginar ni comprender. No tenemos las capacidades posibles para entrar en
ese mundo de lo sobrenatural.
Lo que nos ha
de quedar como fondo esencial es que el cielo será el lugar de la felicidad
plena sin carencia alguna. Y por tanto que todos los deleites que aquí podemos
imaginar como felicidad con Dios, los vamos a tener. Dios nos va a condensar
toda la felicidad con su presencia y su posesión. Y no va a quedar resquicio no
satisfecho de nuestros más nobles deseos.
Ahí, en ese
axioma básico está contenida toda explicación y toda posible respuesta a la
casuística que nosotros podemos hacernos desde nuestras coordenadas humanas. Seremos plenamente felices y poseeremos
todos los resortes de la felicidad. No podemos ni ir más allá, ni quedarnos
en el más acá. El cielo es el conjunto de
todos los bienes, sin mezcla de mal alguno. Y nosotros desde nuestra
limitación y finitud no podemos ni vislumbrar lo infinito y eterno.
La Eucaristía nos condensa todo. La vivimos aquí en la
tierra con un anuncio de la muerte salvadora de Jesucristo, pero con esa
seguridad de ALIANZA ETERNA y que por tanto ya nos proyecta hacia la eternidad.
De este modo nuestra participación en la Eucaristía nos está abocando a nuestra
propia resurrección, de la que es PRENDA DE VIDA FUTURA, de modo que cuanto
sembramos en la tierra en lo que es nuestro vivir cristiano, es ya una siembra
que se recoge en el Cielo. Todo en nosotros mira, pues, hacia la esperanza y
seguridad del encuentro definitivo con Jesucristo y con Dios nuestro Padre.
Vivimos ya el Cielo en esperanza, y sabiendo que cuanto podamos soñar que será
la otra vida, en realidad es pura imaginación que no puede ni barruntar todo lo
mucho y pleno que nos espera.
Llenos de esperanza, confiados en la palabra de Dios,
presentamos nuestras peticiones.
-
Haznos vivir el tiempo presente con la mirada puesta en la felicidad
que nos espera. Roguemos al Señor.
-
Danos la fuerza interior de superación de nuestras dificultades, porque
tenemos ya nuestro pensamiento puesto en el Cielo. Roguemos al Señor.
-
Da al mundo una luz que le eleve y le haga recuperar el sentido de lo
espiritual. Roguemos al Señor
-
Que la participación en la Eucaristía nos sirva como prenda de la vida
eterna a la que nos dirigimos. Roguemos
al Señor.
OREMOS: Que
vivamos cada día con un sentimiento de esperanza y que nuestro proceder diario
responda a personas que viven ya con su corazón en el Cielo.
Por Jesucristo, N. S.
La Resurrección desde un punto de vista sentimental, nos anima y fortalece nuestra esperanza de poder recuperar, tras la muerte, lo mejor de nuestras relaciones humanas que hemos vivido a lo largo de la vida...pero, sin querer que la resurrección se quede como una prolongación eterna de nuestra vida terrenl, con los peligros propios de la concupiscencia.
ResponderEliminarLa fe nos dice que en la vida eterna no se pierde nada de lo auténtico que hemos vivido; que tendremos nuestra identidad, nuestra historia, nuestra memoria y que todo, al participar de la vida divina, todo quedará transformado. Sin dejar de ser padre o madre, hijo o hija, esposo o esposa, sobre todo seremos hijos de Dios y esto creará entre nosotros un vínculo común, muy especial, de fraternidad espiritual que ahora ya existe, pero entonces será evidente y más fuerte que todos los vínculos de la tierra.
Los cristianos nos llamamos hermanos, esperando la manifestación plena de esta fraternidad, cuando todos seamos hijos en el Hijo.