A raíz de mi rato de oración y como un complemento al texto que ya he
puesto en el blog, añado palabras de la Sagrada Escritura que se incluyen en
las Misas de difuntos y que bien merecen la pena tomar hoy como fuentes de
esperanza y sentido hondo de esta conmemoración.
Uno de los formularios posibles comienza con el libro de la
Sabiduría 3, 1-9 y dice así: La vida de
los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento, La gente
insensata pensaban que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, su
partida de entre nosotros como una destrucción. Pero ellos están en paz. La gente pensaba que eran castigados, pero
ellos esperaban la inmortalidad.
Sufrieron un poco, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probó como
oro en el crisol, los recibió como sacrificio de holocausto.
Palabra por palabra me han confortado mucho en esa oración
personal, y me han proyectado la mirada hacia mis difuntos. Y yo lo copio para
que todos podamos experimentar esa esperanza y esa paz profunda cuando pensamos
en los que ya no están aquí con nosotros. Y porque –finalmente- nosotros pasaremos
por ese momento de abandono definitivo en las manos del Dios misericordioso.
La otra lectura del mismo formulario está tomada de Rom 8,
31-35. 37-39. Si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo
entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará
a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica (=el que santifica). ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que
murió; más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por
nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción?, ¿la
angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro? ¿la
espada? En todo esto vencemos fácilmente
por aquel que nos ha amado, Pues estoy convencido de que ni muerte, ni
vida, ni ángeles, ni poderes, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura,
ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios,
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Y se cierra el formulario con la proclamación del evangelio
de Emaús (Lc 24, 13-35), el de unos hombres que huían de la muerte y se
encontraron con la vida. Huían de un Jesús fracasado y se encontraron un Jesús
resucitado. Huyeron de los compañeros porque ya no quisieron saber más, y volvieron
a ellos proclamando el gozo de haber visto al Señor.
Todo esto es un mensaje que llena de esperanza en este día
y nos hace protagonistas de esa esperanza.
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