Liturgia
La circuncisión era el ritual más sagrado del pueblo judío porque por
él entraba el varón a pertenecer al pueblo de Israel. Lo que para nosotros es
el Bautismo, que nos introduce en la Iglesia. Claro que la diferencia es
abismal. Por el rito de la circuncisión se pertenecía a un pueblo. Era un rito
externo. Por el Bautismo somos hechos en la realidad, hijos de Dios, y
herederos de su gloria.
Pues bien: allí donde la circuncisión había tenido un
sentido, Pablo hace el traspaso a los nuevos “circuncisos”, que somos nosotros (Filip 3, 3-8), precisamente
porque servimos a Dios DESDE DENTRO,
Y PONEMOS NUESTRA GLORIA EN Cristo Jesús
sin confiar en lo exterior.
Pablo quiere hacer fuerza en su comparación identificándose
a sí mismo como un judío que –como tal- tendría motivos para darle al rito
antiguo un valor especial, él circuncidado
a los 8 días y hebreo por los cuatro costados, y para más abundamiento, fui perseguidor de la Iglesia, y en
cuanto a su conducta judía, irreprochable.
Pues bien: todo eso
que para él fue ganancia, lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún: todo lo estimo basura con tal de
ganar a Cristo. Pablo ha dado el salto desde lo que fue (y lo fue con todas
las consecuencias), a lo que ha llegado a ser. Y ha llegado a ser cuando se ha
encontrado con Cristo. Al lado de eso, todo
lo estimo basura.
Pablo ha encontrado ese tesoro escondido que merece la pena
de venderlo todo y perder todo, con tal de poseerlo. Ha encontrado a Jesucristo
y su vida se ha polarizado alrededor de él, de tal modo que ya nada tiene sentido
y valor si no es Jesús y la vida que trasmite Jesús. Es el mensaje que quiere
trasmitirles a los filipenses, como la herencia más grande y rica que podía
dejarles.
Siguiendo esa línea, el evangelio nos trae la vena más
íntima de Jesucristo: su misericordia. Lc. 15, 1-10 es el exordio del más
maravilloso capítulo del evangelista, en el que insiste en dos ideas
esenciales: la búsqueda de algo que se ha perdido, y la alegría comunicativa
del encuentro. Sin entrar en la pieza sublime de la parábola del padre
bueno, describe esos dos casos del pastor al que se le ha perdido una
oveja, y la busca denodadamente hasta que la encuentra, aun a costa de dejar en
los pastos a las 99 ovejas restantes. Esas están seguras, pero a lo que no se
resigna es a perder “esa oveja” se ha separado del redil. Y la busca hasta que
la encuentra.
Pero no sólo es que se goza él en haberla encontrado. Es
que su alegría es contagiosa y por eso convoca a los otros pastores y a sus
amigos y vecinos para hacerles partícipes de la alegría de haber encontrado la
oveja perdida.
El mismo argumento con la mujer que perdió una moneda. [San
Lucas suele siempre bascular de manera que donde hay un varón, haya una mujer.
Y si ha hablado del pastor que perdió una oveja, ahora pone a la mujer que perdió
la moneda]. Como digo, el argumento es el mismo. La mujer barre y busca…, y
encuentra finalmente su moneda, y ya podía darse por satisfecha. Bastaría para
el sentido principal al que va a aplicar Jesús estas parábolas. Pero Jesús le
añade también la nota de la alegría. No basta encontrar lo perdido. Es también
alegrarse y contagiar a otros la misma alegría de haber encontrado.
Es que Jesús ha entrado en el campo de su corazón y el
corazón de Dios. Ha entrado en el terreno de la misericordia. Y ahí se explaya
con sus dos sentimientos más grandes. San Lucas ha introducido el capítulo con
una nota discordante de los fariseos que lo critican porque dejaba que se
acercaran a él los publicanos y los pecadores, que querían escucharle. Los
fariseos, que no tienen ni misericordia ni corazón, rompen por la calle de en
medio criticando a Jesús: ese acoge a los
pecadores y come con ellos.
Y Jesús les responde con esas parábolas del corazón y de la
compasión, de la misericordia con los pecadores y con la alegría de su corazón
cuando ellos entran en el reino: se
acercaban a escucharle. Y por eso insiste Jesús en los dos aspectos: uno,
por lo pronto, el hallazgo de aquellos pobres que se han acercado a escuchar,
dentro de que se saben mal vistos. El otro aspecto es que Jesús se goza en ese
hallazgo.
Y concluye el
relato con una mirada mucho más honda aún: Os digo que la misma alegría habrá entre los
ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. El Cielo se
alegra por el pecador que ha vuelto al redil. Ese es el Corazón de Dios.
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