Liturgia
Cerramos hoy el año litúrgico que se comenzó en Adviento. Las lecturas
marcan un momento final.
Apoc
22, 1-7. Final del año
litúrgico; final del Apocalipsis, final de la revelación. TRIUNFO DEFINITIVO.
-
Ríos de agua viva, como aquel de Ezequiel que sana y fecunda. Agua viva de la samaritana: el E. S., agua de
vida divina. Dos ríos, como en el Paraíso.
-lucientes:
Cristo es la Luz.
-
Salen del trono de Dios y del Cordero.
-
Nuevo árbol de vida. Da fruto continuo: eternidad, inmortalidad.
Vuelta al Paraíso, pero ya sin fin. Por tanto, ni enfermedad, ni muerte, ni
posibilidad de condenación.
Da
cosechas abundantes, una por mes. Medicinales para el mundo entero
-
Está en medio el trono del Cordero.
Si antes, “a Dios nadie lo ha visto”, ahora se ve cara a cara (el anhelo
profundo de la persona)
Recibe
adoración y alabanza; sin momento final: posesión de Dios: es ese tener el
nombre de Dios en la frente.
-
No hay noche (ni oscuridad, ni mentira); no hay, por tanto, necesidad de
lámparas
-
LA LÁMPARA ES DIOS.
-
Será estado eterno: por los siglos sin fin.
Garantía del
escritor y vidente Juan
Todo
es cierto (no fantasía o ficción)
lo
visto va a suceder
y
pronto.
VEN, SEÑOR JESÚS, será la
última palabra del Apocalipsis, aunque no se recoja en la lectura.
La recoge la antífona del SALMO.
Lc 21, 34-36, también “final” de capítulo y del anuncio del
mundo que se acaba, como se acaba Jerusalén y el templo. Advertencias finales
de Jesús: Tened cuidado: no se os embote
la mente con el vicio, la bebida, la preocupación del dinero…, y se os eche
encima de repente aquel día.
Jesucristo habló muchas veces y a través de diversas
parábolas sobre la necesidad de estar preparándose y vivir preparados, porque
el Hijo del hombre llega cuando menos se le espera. Es lo que vuelve a advertir
aquí. “No se os eche encima aquel día” sin haberos prevenido para acogerlo en
paz. De hecho ocurrirá que casi nadie se lo espera, aun con la certeza de que
pasaremos por ese día. Pero a la hora de la verdad “cae como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra”.
Escuchamos que alguien ha muerto y siempre pensamos que eran otras
circunstancias. A uno parece que nunca le va a tocar, incluso los que parecen
estar más dispuestos a recibir ese instante. ¡Que pocos lo ven venir sobre sí!
Yo conozco a quienes a diario parecen estar para morir –así
lo piensan ellos-, pero que les llega un dolor de cabeza y se sienten muy
preocupados y pidiendo al médico que les cure. Verdaderamente no estamos hechos
para acoger la muerte. Y eso es hermoso porque nos da impulsos de vida. Pero
que no nos aturda la idea de que eso va a llegar. Lo que Jesús nos dice es que estemos siempre dispuestos, pidiendo fuerza
para escapar de todo lo que está por venir (escapar de los miedos y
terrores y aferramientos a la vida). Lo que hace falta para concluir esta vida,
como concluye sin tragedia el año litúrgico, es mantenernos firmes en pie ante el
Hijo del hombre.
Eso es precisamente lo que atempera los temores y angustias
ante el final de la vida: saberse en las manos amorosas de Jesucristo. Sentir
en lo profundo del alma ese “Ven, Señor
Jesús”, o tener dentro el consuelo de que es Dios mismo, Jesús mismo, quien
en un momento nos dice: “Ven”. Porque el final de la vida es una llamada de
Dios al alma para que la persona se ponga ante el Señor y le diga
sencillamente: “aquí estoy”: “voy, Señor”,
como respondía el Beato Francisco Gárate a cada toque del timbre de la puerta
de su Portería. “Aquí estoy”, “voy, Señor”, para fundirse en un abrazo que ya
no cesará jamás. El desgarro de quien abandona este mundo queda superado y
compensado por la invitación amorosa de Dios que nos llama a estar con Él. Y
que será ya POSESIÓN que no se pierde jamás, como ha dejado expresada la 1ª
lectura.
Démosle gracias a Dios que nos ha traído hasta aquí…, que
nos ha dado poder cerrar el año que comenzamos en adviento pasado. Y recordemos
con respeto y emoción a los diversos conocidos que quedaron a medio camino.
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