Liturgia
Acaba la carta de Pablo a los filipenses (4, 10-19) y casi se reduce el
texto a un agradecimiento de Pablo a aquella comunidad por las ayudas
materiales que le han hecho en varias ocasiones, siendo prácticamente la que ha
sufragado los gastos de Pablo. Pablo quiere dejar claro que no es esa la razón
de su predilección por ellos, porque él ha sabido vivir careciendo: Sé vivir en pobreza y en abundancia; estoy
entrenado en todo y para todo: la hartura y el hambre, la privación y la
abundancia. Todo lo puedo en aquel que
me conforta.
Es curioso el contexto de esa frase lapidaria, que más bien
esperaríamos hablando de temas mucho más sublimes y teológicos. Si lo hubiera
dicho a propósito de sus naufragios y persecuciones, sus azotes y sus
discusiones con los judaizantes, resaltaría ese estribillo final: Todo lo puedo en aquel que me conforta.
Pero para el caso es igual: la frase que le sale del alma
está ahí y nosotros podemos experimentarla en nuestras dificultades de
cualquier clase, para sentir que la fuerza que viene del Señor (aquel que nos
conforta) nos hace poderosos y capaces para muchas cosas que humanamente
parecerían imposibles. “Aquel que nos conforta” es el Señor, y su fuerza
interior es la que tenemos a disposición para vencer en nuestras dificultades y
tentaciones. Como decíamos ayer, el “no puedo” de muchos es más la confesión de
una falta de voluntad y de decisión (y en definitiva de amor eficaz), que la
realidad de no poder.
Bien podríamos imprimir en un boleto la expresión de Pablo y
tenerla delante de nuestros ojos para decidirnos a poner medios que nos hagan
capaces de dar pasos decididos en vez de acobardarnos y parapetarnos en un “no
puedo” que resulta demasiado sospechoso.
Continuación de la parábola del administrador injusto, es
hoy la exhortación de Jesús en el evangelio que tenemos entre manos: Lc 16,
9-15. Ha querido Jesús dejar patente que los hijos de las tinieblas (los del
mundo) son mucho más sagaces y luchadores para alcanzar sus fines que los hijos
de la luz para vivir el reino.
Ahora sigue con la comparación del dinero del administrador
tramposo para enseñar lo que quiere dejar manifiesto. El dinero no hace justos.
El dinero pone a la persona proclive a la injusticia. El dinero se pega a las
manos. Pues bien: dad la vuelta a la tortilla y haced del dinero injusto una
buena obra de justicia: ganaos amigos con
él. O lo que es igual: aprovechad vuestras posibilidades económicas en
hacer el bien, para que os reciban esos
amigos en las moradas eternas el día que ya no pueda valeros vuestro
dinero.
Y Jesús parece poner acento en pequeñas donaciones, en lo pequeño, porque el que es honrado en lo pequeño, lo es después en lo más grande. Y
viceversa: el que no es honrado en lo menudo, no lo será en lo grande. Y si en
el dinero, que se escapa de las manos, no fuisteis de fiar, ¿en qué seréis de
fiar?
Y sin dejar el tema del dinero como música de fondo, Jesús
aporta un principio básico que debe extenderse a cualquier otra forma de
posesión, de “idolatría” de las cosas: No
se puede servir a dos señores, porque si alguien se da a uno, no puede darse al
otro. No podéis servir a Dios y al dinero. No podéis estar en el YO y
pretender estar con Dios. Hay antagonismos esenciales que no se pueden unir de
ninguna manera. Salvo esa que Jesús ha indicado: Ganaos amigos con vuestra donación personal.
Oyeron esto unos fariseos y se burlaban de Jesús. Como lo
puede oír hoy tantos y tantos y pensar que Jesús está loco. En un mundo donde
el dinero lo mueve todo, donde el sexo se convierte en una falsa religión, en
donde el prurito del mando y del dominio despótico está a la orden del día,
¿qué dirían de Jesús las gentes? ¿Cómo tomarían a Jesús? Cuando menos, se
burlarían de él, como los fariseos. Cuando no es esa destrucción sistemática de
los principios evangélicos, de los criterios cristianos, de la referencia a
Dios y al mundo espiritual.
Me duele el mundo de hoy. Pero tengo que confesar que no me
duele menos la sordina con la que se está tomando la vida por parte de muchos
cristianos, demasiado metidos en esa baraúnda de los modos que pone el mundo.
Porque malo es no querer conocer la verdad, pero muy peligroso es conocerla y
no tomarla en consideración.
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