Domingo 26-A,
T.O.
Seguimos con el tema de la
JUSTICIA, que ya se tocó el pasado domingo. Una JUSTICIA, la divina, que
sobrepasa todos los límites de la justicia humana, porque es la JUSTICIA DE
DIOS que
quiere que todos se salven. Pero
con la clásica expresión de San Agustín, “Dios,
que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.
Así en la 1ª lectura
de hoy (Ez 18, 25), Dios propone dos casos: el de la persona buena que lleva el
mejor camino, pero que en un momento de su vida trunca esa buena dirección y
obra el mal y se estanca en él: Ese tal no podrá aducir sus antiguas bondades,
porque su árbol se torció y cae del lado torcido.
A la contra, un malvado que pasa la vida haciendo el mal,
pero un día algo se le cruza en el camino que le hace recapacitar y su corazón
se endereza al bien. Y cuando le llega la muerte, su alma está asentada en el
bien y llega al abrazo de Dios. No se le tienen en cuenta sus años malos,
porque lo que importa es cómo ha vivido en esa etapa final.
Dicho de otra manera, el Evangelio nos pone el caso más concreto. Es una de las parábolas
intencionadas de Jesús: dos hijos a quienes el padre les encomienda ir a la
viña. El primer, instintivamente díscolo, responde un: No quiero”. Luego, se arrepiente y va. El otro, más suavón de carácter,
dice: “voy”…, pero no va. La parábola
no es un simple cuento. Está reproduciendo la realidad que vive Jesús: los
fariseos dicen que “sí”…, pero es que no. Y los publicanos y meretrices están
diciendo “no”, pero luego agachan la cabeza y van. Por eso ellos ganan la
partida y son los que entran en el Reino. No es la “justicia” humana que se
queda en las apariencias y buenas o malas palabras: se trata de los hechos
reales, que marcan el verdadero ser de la persona.
No podemos dejar a un lado la 2ª lectura de hoy, que puede ser una de las piezas decisivas del
mensaje cristiano. Escribe Pablo, desde su prisión, a los fieles de Filipos.
Escribe con el corazón en la mano y hasta parece que va a pedir compasión y
cariño para él. Dice: Si queréis darme el consuelo de Cristo y
aliviarme con vuestro amor…, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas
compasivas, dadme esta gran alegría… [¿Verdad que parece a primera vista el
buen abuelete que va a pedir cariño para sí?]. Pues Pablo continúa su secuencia
de esta manera: manteneos unidos como una
sola alma, en mutuo acuerdo, con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por
envidia ni por ostentación; dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino
buscad todos el interés de los demás… Bastaría ya esa petición del Apóstol,
esa norma de oro de lo que es vivir como cristianos… Bastaría para nuestro propio
examen de sentimientos y actitudes. Pero no se ha quedado ahí. Nos eleva ahora
a la razón esencial Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo
Jesús. ¿Y cuáles son? Cristo Jesús, Él,
a pesar de su condición divina [de
ser Dios por esencia], no hizo alarde de
su categoría de Dios. [No hizo el disimulo o ficción de “no ser”…, pero lo
soy…] Al contrario: se despojó de su
rango [se vació, se anonadó] y
tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. [O sea: se hizo
HOMBRE, tan hombre, que no mantuvo “el paraguas” de Dios para evitar la
tormenta]. Y así, actuando como un hombre cualquiera [porque era plenamente
hombre] se rebajó hasta someterse incluso
a la muerte ¡y una muerte de Cruz! [lo más bajo y humillante; lo más humano
deshumanizado].
Por eso Dios lo
levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre [la plenitud
de su plena realidad de hombre Dios], de
modo que toda rodilla se doble –en el Cielo, en la tierra en el abismo- y toda
lengua proclame: Jesucristo es Señor,
para gloria de Dios Padre.
Ante la plenitud de su
divinidad, que vive tras su abatimiento de hombre fiel y obediente, la Creación
entera dobla se inclina y adora: en el Cielo, en la tierra, y aún en los mismos
infiernos –a su pesar-.
Hemos llegado a algo fundamental y muy para el momento
actual: sólo desde ese abatir la soberbia humana, se verificará la resurrección
de un mundo. Frente a la rebeldía, la obediencia. Frente al endiosamiento, el
abajamiento. Y entonces se producirá esa eclosión de nueva gloria: las rosillas
dobladas ante Jesucristo, el Señor.
No nos definen las palabras sino los hechos.Somás cristianos de boquilla, o de corazón. Hacemos la voluntad de Dios siempre o sólo cuando nos apetece.Recapacitemos y veamos que lejos nos encontramos de lo que Dios nos pide cada día, cada minuto y en cada circunstancia.
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