EL QUE TENGA
OÍDOS…
Comenzando
por 1Co 15 hemos de ver un capítulo en el que San Pablo ha entrado en el tema
de la Resurrección de Jesucristo. Empezó ayer de modo apologético frente a los
que niegan la resurrección de los muertos, llegando a la conclusión de que si
Cristo resucitó, nosotros resucitaremos. Porque si nosotros no pudiéramos
resucitar, sería igual que decir que Cristo tampoco pudo resucitar. Y como
resucitó y fue visto resucitado, es un hecho la realidad de que los muertos
resucitan, y es un hecho que nuestra gran seguridad es que el primero en
resucitar fue Jesucristo.
Hoy
sigue en el tema y se adentra en un difícil e inexplicable tema. Dado que es un
hecho que resucitaremos, ¿cómo será la resurrección nuestra de la muerte para
ir a la otra vida? Si algo queda claro es que no lo sabe Pablo ni lo
sabemos nosotros. Que podemos hacer mil
conjeturas y que ninguna es la realidad. Que es un salto tan grande el de la
muerte que lo único que podemos decir es que “allí” serán las cosas muy
diferentes. Y que “aquí” sembramos el grano de trigo (que se pudre en la muerte),
y allí somos espiga granada…, de la misma naturaleza que la semilla pero
completamente diferente.
Y
todo lo que pasa de ahí son elucubraciones mentales, como la diferencia que
podemos imaginar entre cuerpo carnal y
cuerpo espiritual. Quizás la última frase es la que mejor lo dice (sin
poder concretar nada): Nosotros somos
imagen del hombre terrenal; seremos también imagen del hombre celestial.
¿Hemos sacado
algo en claro? - Sí: que “aquello será
OTRA COSA, y que ahora, ni el ojo vio, ni
el oído oyó, ni el entendimiento puede entender lo que nos espera.
San Lucas8, 4
nos presenta la maravillosa parábola del SEMBRADOR. Hay una palabra que me ha
detenido hoy más que el conjunto del texto. Ha contado Jesús la parábola, Y concluye
con una de esas sus expresiones lapidarias, de inmenso sentido: quien
tenga oídos para oír, que oiga. No quiero que se me pase de largo esa
expresión que es un toque de atención
que Jesús pretende. Él sabe que la mitad de las cosas “no las oímos”, y casi
que “la otra mitad”, no la escuchamos. Él sabe que decimos que nos ha admirado
alguna explicación…, y que no sabríamos repetir ni una palabra. Sabe Jesús que
oímos muchas veces como si el sonido pasara por encima y no llegara a captarse
ni con el oído…, ¡mucho menos con la mente!, y a años luz del corazón. Sabe Jesús
que oímos pero no atendemos…, e incluso que oímos con el impermeable puesto…¡Vamos!:
que no oímos…, que aquello quedó en “hermosa música celestial”. Un oír que pasa
por el oído pero no toca el cerebro y –desde luego- ni roza siquiera el
compromiso.
Y por eso
Jesús ha hecho esa parada al acabar de contar la parábola, a ver si aquella
gente que se le ha unido para escucharlo, se despierta y OYE. Porque, si no, la
parábola no sirve de nada, y lo que pretende enseñar se queda en vacío.
¡No!, no me
quedo yo ahora “predicando”; estoy entrando en mí. Estoy parado en ese primer
caso de la Palabra que cae al borde del camino. Y lo que me coge el pellizco es
que ahí están muchas de las Palabras que me dice el Señor; que ahí tengo una
bolsa de Palabras de Jesús que no han encontrado aún eco en mí. Que las hay que
LAS OIGO…, pero que no tengo oídos para
oír…, y que su sonido no llega a tener articulación interior en mí para
hacerme eco real y llevarme a recoger esa semilla que está a punto de que los pájaros se la lleven y se la coman…¸de
que venga el maligno y la arrebate del corazón. Claro: es que la pregunta
es mucho más honda: ¿pero me ha entrado en el corazón? Porque las cosas que
llegan al corazón empiezan –por lo menos- a “picar”, a llamar, a pedir paso. Y
lo que tengo recelo es de haya Palabra que tuvo vocación de arraigar en mí y
sin embargo la dejé pasar…, la dejo pasar… ¿Siquiera la capto? ¿Siquiera he
tenido oídos para oír?
Éste es un
tema que siempre me deja en una perplejidad fuerte, y que suelo decir que
representa zonas mías sin bautizar,
aspectos de mi vida que pasan mil veces como fantasmas nebulosos ante mí, a los
que no acabo de echarles mano para “pelearme” con ellos.
Y hago esta
reflexión mía en voz alta porque me inclina a comunicarla el deseo de que pueda
haber otros, más capaces, “con mejor oído”, que ahí donde les habla una
determinada Palabra, tengan oídos para oír, Y OIGAN.
Que mi único
deseo es que la parábola de Jesús no se quede en cuentecillo sabido y agradable…
-“y que nos sabemos de memoria”-, pero que no se oiga allá en el fondo del
alma, donde la Palabra hace eco, donde el eco se traduce en efectividad, y
donde la Palabra de Dios puede dar el 30, el 60 o el ciento por uno.
Por eso, el
que tenga oídos para oír, QUE OIGA.
Después de referir Jesús las circunstancias que hacen ineficaz la semilla, habla de la tierra buena y señala tres características en la tierra buena:OIR con un corazón contrito y humilde; ESFORZARSE con la oración y mortificación para que esa semilla cale en el alma y no se a tenue con el paso del tiempo; COMENZAR y RECOMEN ZAR, sin desanimarse por no ver los frutos que esperamos
ResponderEliminarDios es agricultor y si se separa del hombre éste se convierte en desierto.El hombre también es agricultor y si se aparta de Dios también se convierte en desierto
Después de referir Jesús las circunstancias que hacen ineficaz la semilla, habla de la tierra buena y señala tres características en la tierra buena:OIR con un corazón contrito y humilde; ESFORZARSE con la oración y mortificación para que esa semilla cale en el alma y no se a tenue con el paso del tiempo; COMENZAR y RECOMEN ZAR, sin desanimarse por no ver los frutos que esperamos
ResponderEliminarDios es agricultor y si se separa del hombre éste se convierte en desierto.El hombre también es agricultor y si se aparta de Dios también se convierte en desierto