Jornada reflexiva
U
Saco la impresión de que hoy nos ponen las lecturas del día ante reflexiones
que van más allá de la visión primaria que podemos tener de nosotros mismos y
de nuestras reacciones y sentimientos.
Porque
San Pablo (1 Co 6, 1-11) plantea dos cuestiones sobre un único hecho: que
miembros de la comunidad cristiana lleven sus cuitas ante tribunales civiles
(paganos). Y sobre eso dice dos cosas: una, que ya le llama la atención que
haya contiendas entre cristianos. Otra, que diriman sus problemas ante
tribunales paganos (ajenos a la dimensión cristiana de unos cristianos). ¿Acaso no hay nadie en la comunidad que pueda
ser árbitro para solucionar esos problemas? ¿Por qué hay esos problemas?
Yo
tengo siempre “un vicio de aterrizaje”. Aquella comunidad era la que era, y lo
de los tribunales es hoy “una necesidad” en muchas querellas. Pero me bajo
hasta “lo cotidiano” y mi reflexión es: ¿por
qué andamos tanto entre dimes y diretes?; ¿por qué nos juzgamos tanto?; ¿por
qué tenemos los ojos tan abiertos para ver “defectos”? ¿No es que eso ya
desdice entre cristianos? ¿No es que ya da en rostro que tengamos que llevarlo
todo por delante y que parezca que no se nos escapa una?
Segundo
paso: ¿por qué cada una de esas visiones –ya
torcidas o retorcidas- se tiene que elevar a la categoría de “comentario”
[crítica interior o también exterior? ¿Por qué esos recelos de unos respecto de
otros? No será ya el hecho de llevarlos a un “tribunal pagano…, pero ¿no es
pagano el hecho de esa mirada crítica ante lo ajeno?
El
tema se va más al fondo: ¿estamos reconciliados entre
nosotros?; ¿estamos reconciliados de corazón con otros? Y si apuramos el tema: ¿Estoy
reconciliado conmigo mismo? Porque muchas veces será realidad que todos
esos juicios, miradas torcidas o críticas o incluso rechazos instintivos, provengan
de no estar uno reconciliado con su propio interior. Y cuando no se está en esa
paz honda del alma, lo que brota del corazón ya va torcido. Y como el recurso
más fácil es volcar sobre otros los propios sentimientos (resentimientos), el
fondo del tema se puede acabar centrando en la urgencia de propia reconciliación consigo mismo.
Sé
que es un punto de mucha hondura, mucha finura de espíritu y mucha reflexión.
Yo la he hecho y he visto resultados. Y como lo veo, lo propongo. Puede ser que
otros, más finos que yo, puedan encontrar ese “aterrizaje” que les haga bien.
El
Evangelio (Lc 6, 12-19) es el comienzo de la versión de este evangelista sobre
el “sermón del monte” de San Mateo. Para San Lucas, el Monte es solamente para
elegir a sus apóstoles. Luego se baja a la falda del monte para enseñar. Y yo
me quedo ahora en el “Monte”.
El
paso que da Jesús es de mucha envergadura, porque es ya “cerrar un círculo” en
torno a doce hombres. Cuando envía 72 discípulos a predicar, nada extraño sería
que unos lo hicieran mejor y otros peor…, que unos fueran mejores testigos del
Reino, y que otros no lo representaran tan bien. Entre muchos, cabe el posible
error y la posible sustitución. Ahora
Jesús ha cerrado el círculo, según el emblemático número de las tribus de
Israel. Ahora tiene 12, y con ellos le toca amasar una historia de continuidad
de Él mismo. ¡Y ya sabemos! Aquello fue hermoso con los Simón y Andrés, los
Zebedeos, Felipe y Bartolomé, Mateo y Tomas, Alfeo y el Zelotes y Tadeo… Cada
uno, con su mayor o menor actuación conocida, fueron apóstoles que continuaron
su obra y la extendieron por el mundo después de la muerte de Jesús. Pero uno
no salió limpio. Uno de entre 12 no estuvo en la línea. Estuvo CONTRA la línea.
Y
esto a mí siempre me ha dado mucho que pensar. Y esa situación no ha sido la
única en la historia. Y sigue siendo una realidad. Yo no digo que el Iscariote
fuera malo. Lo que digo es que no tuvo el corazón bueno. Que no fue dúctil. Que
no se dejó moldear. Que se mantuvo en sus “trece”. Que no se bajó de su idea.
Que se fue encerrando en su “seguridad”. Que se creyó el más acertado entre los
otros que “se equivocaban” (incluido el propio Jesús).
Yo
veo hoy (y casi que in crescendo) que
hay gentes parapetadas en sus ideas, en sus formas, en sus singularidades…, que
van contra lo habitual que ha establecido la Iglesia…
Y
cuando quiero hacerme a la idea de esas filas inmensas que se puede uno
imaginar, cada cual detrás de su nombre de apóstol favorito, pienso que se
necesita aquilatar mucho para saber con quién está uno identificado. Porque hay
dos principios establecidos por el propio Jesús: Quien no está contra nosotros, está con nosotros. Quien no está conmigo
está contra mí. Dos principios que deben entrar también en la línea de esa
doble reconciliación: la que mira
hacia afuera y tiene puentes (incluso mentales) para no eliminar a nadie ni a
ningún otro modo de servicio a la Iglesia. Y la que mira hacia adentro, porque
son los propios prejuicios los que nos alteran la paz y el equilibrio interior
en nuestros juicios y afectos.
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