Hoy es PRIMER VIERNES
En Málaga tendremos la Eucaristía a las 19’30
ODRES NUEVOS
Comenzando por San Pablo, 1Co 4,
1-5, dos ideas resaltan en el Apóstol: que la gente VEA en vosotros servidores de
Cristo. Algo así como que el primer golpe vista que pueda tener quien
vea a los cristianos, sea el de verlos fieles
al Señor, a quien seguimos. Como administradores
de sus misterios…, y por tanto con la vida y las formas propias de Él.
Porque lo primero que se pide en un “administrador” es que sea fiel: que no puede llevar las cosas “a su modo” porque no
es dueño, y su misión es ser brazo derecho del señor a quien presta su
servicio. Las cuentas que se le puedan pedir al administrador no vienen ni de
los juicios de la gente ni de nada externo. Hay dos criterios (que se reducen a
uno) a la hora de ser juzgado: una es la
propia conciencia. Otra es el propio
Señor a quien se sirve. Se reducen a uno porque la verdadera conciencia es
el reflejo en el propio corazón del reflejo que emite el propio Dueño.
La otra idea: No juzguéis antes de tiempo;
no juzguéis a bote pronto, por primeras impresiones, por lo que aparece a
primera vista. Dejad que venga el Señor.
Y juzgaréis de acuerdo al Señor. Bajo su luz queda claro lo que esconden las
tinieblas y pone a flote los designios del corazón. Y Dios es el único que
puede juzgar. [Que ya sólo ese principio nos debiera invadir para nuestra vida
rdiaria].
El Evangelio (Lc. 5, 33-39) debiera
ser un revulsivo para quienes tienen espíritu de escarabajo pelotero para ir
recogiendo la mera porquería que ven o que juzgan ver. Porque juzgan antes de tiempo (sin saber
razones ni porqués, ni el trasfondo de cada hecho), y porque no hacen de administradores fieles sino de jueces
impertérritos. [La verdad es que ellos lo pasan peor que nadie porque no se
asientan nunca sobre la belleza de la vida]. Fue lo que les ocurrió a aquellos
fariseos y letrados de la Ley, que en su vicio crítico se preocuparon más de
que no ayunaban los discípulos de Jesús,
mientras que los de los fariseos, sí. Y Jesús les da la respuesta: No
ayunan porque YO ESTOY AQUÍ, y lo mío es una fiesta.
Y como la mejor manera de comprender
el tema era con una comparación, muy fácil de entender, se la puso por delante:
un odre o pellejo viejo de vino ya está suficientemente desgastado como para
que sólo pueda contener el vino viejo que ya tiene dentro. Echarle vino nuevo,
fuerte de grados, es lo suficiente para que revienten esas pellejas. Por eso,
si viene un vino nuevo, los odres tienen que ser nuevos para que se conserven
los odres y mantengan el vino. Era muy fácil de entender aquella comparación.
Pues bien: el ayuno, los
lavatorios, mover la cabeza como un junto a la hora de orar, alargar las
filacterias, agobiarse los sábados…, todo eso “entra” en vuestros “odres” y con
ellos tiráis adelante. Pero el vino
nuevo que yo traigo es de muchos más grados: no se queda en las prácticas
externas, exige el interior de la persona, mira a Dios en vez de a “las cosas”
y “cumplimientos”. Coge el corazón de la persona y le pide abandonarlo todo, probándolo todo y quedándose con los bueno y
mejor [nos lo decía ayer San Pablo]. El vino nuevo que traigo aporta verdad
que hace libres (una sinceridad en la que no caben los camuflajes, ni los
disimulos, ni las justificaciones…, las sordinas y las medias verdades…).
Todo eso requiere un espíritu (un
estilo…, un “recipiente”) absolutamente distinto. Y no valen las tablas de
piedra y las “obligaciones cumplidas”. Necesitan de un VIVIR DIFERENTE, de unos
desprendimientos profundos, de un saberse uno cuestionado por su propia conciencia,
que no puede decir “basta” o “hasta aquí es bastante”…, porque la conciencia siempre ha de reflejar a Dios…, y Dios
no tiene límites.
Cuando ayer los primeros discípulos
lo dejaron todo, creyeron que habían
hecho lo más… ¡Y no habían hecho más que empezar! Los tres años aquellos fueron
una lima constante para ir puliendo la tosquedad de “su todo”. Y el tiempo, y
la llegada del Espíritu, les hizo caer en la cuenta de que aquel primer “dejarlo
todo” había sido casi un juego de niños con zapatos nuevos… Les quedaba aún que
descalzarse…, ¡y cómo! Sencillamente les
quedaba dejar entrar en ellos el vino nuevo…, y que ellos tenían que
ser nuevos
odres a estrenar…, a estrenar por Cristo, a estrenar por el Evangelio
(a estar en una nueva dimensión).
¡Ellos! Porque en ellos se tenía que verificar esa transformación, antes
que salir a predicar el evangelio a todas las gentes.
Éste es el tema. Aquí está LA NUEVA EVANGELIZACIÓN. Y por lo que
oigo, no la hemos entendido aún, y andamos “cubriéndonos de gozo” porque
entendemos o hablamos evangelio. Pero
no nos hemos planteado el tema en su raíz: ¿soy yo –o voy en la línea de ser- un
CONVERTIDO AL EVANGELIO, con mi odre nuevo para poder acoger la novedad
absoluta del VINO NUEVO que Cristo ha traído?
Al menos hay que pensárselo con
sinceridad y verdad profundas en el silencio de nuestra oración.
El vino nuevo de la gracia necesita unas disposiciones en el alma renovadas: comenzando una y otra vez en el camino
ResponderEliminarDe la santidad, que es señal de juventud interior.El Espíritu Santo trae constantemente un vino nuevo, la gracia santifica te que debe crecer más y más. El vino nuevo no envejece pero los odres pueden envejecer. Las faltas de amor y otro muchos obstáculos in disponen el alma para recibir más gracas y la envejecen.