El apóstol, un
loco
Comencemos
con el Evangelio del día: Lc 6, 1-5. Los fariseos no le sacaron los colores a
Jesús, a propósito del no-ayuno de
los discípulos. Y ahora vuelven a la carga. No atacan directamente a Jesús;
siempre lo hacen indirectamente, atacando a los discípulos (que es tocarle a
Jesús en la niña de sus ojos). Los discípulos han atravesado en sábado un
sembrado y han tomado unas espigas, las han triturado entre sus palmas y se han
echado a la boca unos cuantos granos. [Quien no haya vivido esas experiencias
gozosas del mundo rural, no puede imaginar el grado de satisfacción que produce
ese hecho]. Algo tan inocente es tomado por los fariseos como una violación del
sábado: un “trabajo de trilla”. Y salen al paso y se lo recriminan a Jesús. Y
Jesús hace lo que tantas veces: rasga por medio y a falta de caldo, tres tazas:
le pone por delante nada menos que al venerado rey David, que, tras una
batalla, entra con un puñado de hombres en la Casa de Dios, y mata el hambre
comiendo de los panes ofrecidos a Dios (que sólo podían comer los sacerdotes).
Y da la puntilla final con una afirmación que se les clavaría en el alma a
aquellos atacantes: El Hijo del hombre es
señor del sábado. Estaba todo dicho. Y ellos, más callados que muertos.
Si
ayer concluía que el vino nuevo requiere
odres nuevos, aquí había otra muestra de la urgencia de unos corazones
nuevos para entender el Reino de Dios.
San
Pablo se ha ido calentando. Ya se presentó en el exordio de la carta como “apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios”.
Conociendo el estilo de Pablo, aquello llevaba cola. Y ya empieza a aparecer la
“cola”. Porque hoy va a dar fuerte en las aldabas de aquellos cristianos. “No os engriáis; ¿a qué tanto orgullo? Y con ironía les dice: ¡Ya sois ricos; ya habéis conseguido un reino sin nosotros!
Y
la ironía se vuelve profesión de fe apostólica: Por lo que veo, los apóstoles
somos los últimos; parecemos condenados a muerte, dados en espectáculo público
a ángeles y hombres. Nosotros, locos; vosotros ¡qué cristianos tan sensatos!
Nosotros débiles; vosotros fuertes. Vosotros, célebres; nosotros despreciados.
Hemos pasado hambre y sed y desnudez, recibimos bofetadas, no tenemos
domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras manos. Nos insultan y les
deseamos bendiciones. Nos persiguen y aguantamos. Nos calumnian y respondemos
con buenos modos. Nos tratan como a la basura del mundo, desecho de la
humanidad… ¡Y así hasta el día de hoy!
Conviene
leerlo despacio, y releerlo. El flash de Pablo no es ni el único que él hace,
ni el más fuerte. Pero ya basta para comprender una situación. Y yo me voy a
permitir hoy continuar la reflexión de nuestro buen Pablo.
Porque
los apóstoles de estos siglos XX y XXI
(por ceñirnos a lo más vivido), saben muy bien cómo lo están pasando (o lo han
pasado, y ya fueron martirizados) en su labor apostólica. Saben que esparcen
una semilla que tiene muy diversos “terrenos” en que caer.
Y sin ir tan
lejos a los lugares de misión, los sacerdotes podemos pensar en voz alta. Si
hubiera un “aparato” para medir los frutos (gracias a Dios ni lo hay, ni lo
puede haber, porque Dios es quien da el
crecimiento), expresaríamos el vacío (en una parte considerable), de esos
años, predicaciones, escritos, Ejercicios, horas de dedicación personal, noches
sin dormir, desgaste por el amor a Jesucristo y la atención a miles de
personas.
No
es hablar de memoria: ¡tantas veces que no se ha hecho más que acabar de
expresar y explicar algo, y llega el cristiano oyente ¡y dice o actúa exactamente todo lo contrario! La constatada
realidad de un auditorio en el que hay muchos “oyentes” y mínimos “escuchantes”.
¡Muchos “admirados” de lo bien que habló
el sacerdote!..., y ahí se quedó todo. No quedó nada más. Las originales “interpretaciones”
de esos cristianos que “adaptaron” lo oído a sus propias conveniencias…, o a “aplicar”
aquello a Fulanito, “porque le viene como anillo al dedo”. ¡Y tantas y tantas
cosas más que pueden decirse, entre las que no están lejos las interpretaciones
que hacen los “integristas” o los “progresistas” –ambos se sienten “católicos,
apostólicos romanos”- y van haciendo la crítica de lo que han escuchado.
¿Creéis
que esto desanima al sacerdote? Bueno: yo hablo por mí: nunca he actuado sacerdotalmente
“para ser alabado” [trabajo siempre por hacerlo lo mejor posible]. Nunca me han
desanimado los pocos frutos que he recogido. [Eso sólo lo sabe Dios]. He
hablado a auditorios mermados de oído y capacidad y ganas, y lo he hecho como
si estuviera dándole la meditación al mismo Papa. Jamás he realizado una labor
sacerdotal con sentimiento previo de derrota o inutilidad. Siempre puse la
carne en el asador. Jamás sentí vanidad por una alabanza de mi labor apostólica:
la “volteé” hacia el Señor, y alabé a Dios que aprovechó “mi rebuzno” (como en
el caso de Balán).
Por
todo ello me siento muy afín a las palabras de Pablo, y vivo íntegra mi fe y mi
ilusión sacerdotal, y sigo trabajando y creando como si fuera a vivir toda la
vida. Como sacerdote, mi labor es de fe; a veces de pura fe. Casi siempre, EN
FE DESNUDA…, la que sabe que he sido designado
apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios.
Tengo 43 años. Llevo exactamente diez (quizás algo más) tratando de vivir mi vida de acuerdo al Evangelio, después de llegar a la conclusión de que CRISTO es el camino y la verdad. Mis primeros años han sido muy intensos y comprometidos con eso que llaman apostolado o como yo lo he llamado desde el principio: "evangelizar". Empeñado en transmitir todo aquello que yo mismo iba recibiendo gratis por todos los medios a mi alcance. Primero de boca, y casi desde el principio también a través de internet. Mi objetivo "misterioso" ha sido "dar a conocer" lo que yo conozco. Para el mundo, imagino que soy un auténtico loco, debido a que mis objetivos en la vida en estos diez años van en la dirección contraria a los del mundo. Así que soy un loco. ¿Frutos? No conozco mucho de eso, aunque quizás alguna vez he dedicado más tiempo de la cuenta a pensar en eso. Por elegir este camino he pasado a veces necesidades, aunque también he visto mucha veces la providente mano de Dios. Me han intentado apartar del camino muchas veces. Me han animado a cambiar mi vida por otra. He sido flagelado a veces sin varas. He sufrido la envidia y los celos de los que no podían soportar que "yo también" pudiera hablar del Evangelio sin más carta de presentación que estar bautizado, confirmado y apasionado de las cosas de Dios y con una confianza de niño hacia su Padre celestial, sin títulos, sin estudios especiales, sin medallas o condecoraciones
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