01 de junio de 2014 (Zenit.org) - Queridos hermanos y hermanas,
¡buen día!
Hoy en Italia y en otros países se celebra la Ascensión del Jesús
al cielo, que se registró cuarenta días después de pascua. Los Actos de los
Apóstoles cuentan este episodio, la separación final del Señor Jesús de sus
discípulos y de este mundo. El evangelio de Mateo en cambio indica el mandato
que Jesús le da a los discípulos: la invitación a ir, partir para anunciar a
todos los pueblos el mensaje de salvación. 'Salir', o mejor 'partir' se vuelve
la palabra clave de la fiesta de hoy: Jesús parte hacia el Padre y les manda a
los discípulos que partan hacia el mundo.
Jesús parte, asciende al cielo, o sea vuelve hacia el Padre, quien
le había enviado al mundo. Hizo su trabajo y retornó al Padre. Pero
no se trata de una separación, porque él se queda siempre con nosotros, de una
nueva manera. Con su ascensión el Señor resucitado atrae la mirada de los
apóstoles --y también nuestra mirada-- a las alturas del cielo para mostrarnos
que la meta de nuestro camino es el Padre. Él mismo dijo que se habría ido
para prepararnos un lugar en el cielo.
Entretanto, Jesús se queda presente y operante en las situaciones
de la historia humana con la potencia y los dones de su Espíritu; está al lado
de cada uno de nosotros: mismo si no lo vemos con los ojos, él está, nos
acompaña y guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos.
Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y
discriminados, cercano a cada hombre y mujer que sufre, está cercano de todos
nosotros. Incluso está hoy aquí con nosotros en esta plaza. El Señor está con
nosotros. ¿Ustedes creen esto?
Lo decimos juntos, todos, 'El Señor está con nosotros'. Otra vez:
'El Señor está con nosotros'.
Cuando Jesús va al cielo, le lleva al Padre un regalo. ¿Han pensado
a esto? ¿Cuál es el regalo que Jesús le lleva al Padre?
Sus heridas, este es el regalo que le lleva al Padre. Su cuerpo es
hermoso, sin hematomas, sin las llagas de la flagelación, todo hermoso. Pero ha
conservado las heridas. Y cuando va a lo del Padre le dice: 'Padre, este es el
precio del perdón que Tú nos das'.
¡Y cuando el Padre mira las heridas de Jesús, nos perdona
siempre! ¡No porque nosotros somos buenos, sino porque él ha pagado por
nosotros!
Viendo las heridas de Jesús el Padre se vuelve más misericordioso,
más grande y esto es el gran trabajo que Jesús hace en el Cielo. Y Jesús
está también presente mediante la Iglesia que él ha enviado a prolongar su
misión. La última palabra de Jesús a los discípulos fue el mandato de partir:
“Id por lo tanto y haced discípulos a todos los pueblos”.
¡Es una mandato preciso, no es facultativo! La comunidad cristiana
es una comunidad 'en salida', 'que parte'. Más aún la Iglesia nació en
'salida'. Aunque ustedes me dirán: ¿Y las comunidades de clausura? Sí, también
éstas, porque están siempre en salida con la oración, con el corazón abierto al
mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos y enfermos? También ellos, con
su oración y la unión a las heridas de Jesús.
A sus discípulos misioneros Jesús les dice: 'Yo estaré con ustedes
todos los días hasta el final del mundo”. ¡Nosotros solos, sin Jesús, no
podemos hacer nada! En la obra apostólica nuestras fuerzas no son suficientes,
nuestros recursos, nuestras estructuras, mismo si son necesarias, no bastan.
Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu, nuestro
trabajo, mismo estando bien organizado, resulta ineficaz.
Y así vamos a decirle a la gente quién es Jesús. Pero no quiero
que se olviden cuál es el regalo que Jesús le llevó al Padre: ¿Cuál es el regalo? Las
heridas, así, porque con estas heridas le hace ver al Padre el precio de su
perdón.
Y junto con Jesús nos acompaña María, nuestra Madre. Ella está ya
en la casa del Padre, es Reina del Cielo y así la invocamos en este tiempo, y
Ella como Jesús, está con nosotros, camina con nosotros. Es la Madre de nuestra
esperanza”.
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