Novena al
Sagrado Corazón
Día 7º: La pasión del pueblo judío
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LA ROCA
El
Sermón del Monte concluye con una parábola de mucho fuste. Y más, si se tiene
en cuenta por dónde ha empezado Jesús a hablar: por la diferencia total que hay
de la palabrería religiosa a ponerse
delante qué es lo que Dios quiere. Con un ejemplo gráfico –muy al
estilo de su pedagogía- Jesús hace caer en la cuenta de los muchos que llegan a
Él con un “Señor, Señor”…, o lo que
hoy se traduciría igual: con muchas estampas y medallas y devociones y rezos de
papagayos…, pero siendo un pueblo que
está lejos de mí; su religión es de cosas humanas, y su corazón está en otras cosas. Y Jesús contrapone toda esa
hojarasca externa (si se queda sólo en esas cosas), con lo que es buscar
y hacer la voluntad de Dios. Porque la autenticidad de la fe tiene que
empezar y que arraigarse en ese buscar hacer lo que Dios le agrada, y luego, saber aprovechar elementos que
puedan ayudar y conducir a ello. Las devociones piadosas pueden ser instrumentos
válidos, con tal que no sean el “lugar” de parada sino “pasos” de tránsito
hacia lo fundamental. Y lo fundamental es hacer
la voluntad de Dios.
Entonces
ilustra Jesús ese principio fundamental con la parábola de la casa construida sobre roca y la casa construida
sobre arena. Cuando las parejas de novios se encuentran en el Ritual con
esa lectura, la pasan de largo como quien le habla de las musarañas. Yo vengo
advirtiéndoles de antemano que cuando lleguen a ese evangelio, cambien la
palabra “casa” por “hogar”, “matrimonio”… Y entonces suelen elegir tal evangelio,
porque tiene un enorme sentido a la hora de planificar una vida.
Ahora
también advierto que en vez de “casa” se ponga “oración”, “servicio al prójimo”,
“actitudes personales” (religiosas y humanas y familiares), “carácter”, “vida
interior”… Y a partir de ahí poder comprender qué dice Jesús cuando contrapone
la casa
construida sobre roda, que resiste todos los envites que le llegan
desde fuera. Si Jesús dice: vientos, ríos que descargan contra la casa…,
nosotros tenemos que leer: contrariedades, incomprensiones, malas
interpretaciones, enfermedades, tragedias personales…, etc. Quien ha pasado de
la verborrea o los modos externos de “religión” a la fe arraigada en Dios, ninguna
de esas calamidades le tumba. Está asentado
sobre roca.
En
el extremo contrario está quien construye
sobre arena, aquel cuya religión está prendida de una estampa, un santo,
una vela, una fotocopia, una amenaza, un problema fútil como “la partículas”, “las
promesas”, una “práctica matemáticas” que han de repetirse bajo peligro de
desgracias; o quien ha centrado “su fe” en si comulgar en la mano o en la boca,
de pie o de rodillas. Quienes han constituido pareja sobre naipes de cartulina
(sexo, “amor a mi manera”, libertad… Y quienes se quedaron en una fe prendida
con los alfileres de “lo fácil” (las procesiones, las romerías, las devociones
de “portar andas”…) Y cada cual podemos tener
nuestro índice particular.
Jesús dice que es construir sobre arena “una casa”, que cuando
vienen sobre ella los vendavales o se le desbordan los ríos, se hunde totalmente. Hemos visto
caer “estrellas del cielo y columnas del firmamento”
religioso. Hemos visto deshacerse matrimonios que parecían enamorados.
Hemos visto hogares destruidos por el egoísmo… ¡Habían construido sobre arena! Y a la menor contrariedad,
dificultad, “ego” no satisfecho, incapacidades para vivir PARA EL OTRO…;
piedades sin Evangelio ni exigencia…, todo
se viene abajo.
Y lo grande es que la gente que
escuchaba a Jesús (y que bien podemos imaginar que no es que estaban en grandes
compromisos personales), se admiraban de
la enseñanza de Jesús, porque enseñaba
con reciedumbre y autenticidad (=con “autoridad). Es que LA VERDAD y LA
HONRADEZ tienen su atractivo.
Una referencia a la 1ª lectura, la
que defino como la pasión del pueblo
judío. Ayer teníamos la emoción y la belleza de la adoración hacia la
Palabra de Dios, el Libro de la Ley de la Alianza. Hoy, en 2Re 24, 8-17, nos
encontramos con la tragedia mayor a la que podía llegar el Pueblo: deportación
de su patria, expolio de sus tesoros sagrados para profanarlos, Templo
destrozado, jefes y familias llevadas al exilio… Y aún no habían tocado fondo,
porque hasta aquí perdían bienes materiales, religiosos o patrióticos. El gran
desastre se producirá cuando los jóvenes, olvidándose de la Palabra y mandato de
Dios, emparentan con los hombres y mujeres del lugar (Babilonia), y eso les
arrastra al abandono de su propia fe.
Se me viene a la mente nuestro
mundo, nuestras “nuevas generaciones” (y la infección de muchos “antiguos”, que
han cambiado también a Dios “por la
imagen de un toro que come hierba”, como dice un Salmo. Porque los criterios
que lleva en sí la fe cristiana, los principios morales esenciales, las
actitudes y hábitos, la falta de fidelidad y respeto a la vida sacramental…, me
recuerda a aquel pueblo tan amante de Dios…, que el día que entró en el ámbito
pagano, se olvidó del mismo nombre que llevaban…, de la fe que habían mamado,
del Dios a quien habían servido. Y se pone carne de gallina.
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