Corazón de
Jesús
Ayer
un Corazón humano traspasaba los linderos de este mundo material y venía a
palpitar a la derecha del trono de Dios. La Humanidad de Cristo, ascendida al
Cielo, colocaba el Corazón a la vera de Dios.
El
Corazón de Cristo es el Rey y centro de
todos los corazones.
Rey…,
no de este mundo. Reinado que no es
de cetros y prebendas de privilegios humanos. Es REY DE CORAZONES, Rey del amor
sublime, de los amores más puros o más contritos; Rey del mundo para servir al
mundo. Eje y centro de todo corazón noble, por inocente o por pecador que se
reconoce tal y se arrepiente. Centro de una constelación de humanos, que
giramos alrededor del AMOR DE DIOS y estamos colgados de él, porque de lo
contrario no podríamos sobrevivir. Todos los corazones, aun el de aquellos que
parecen no tener corazón, o que lo han dejado pudrir, formaremos esa constelación que vive el calor
que emana el Corazón de Jesucristo,
sentado ya en el Cielo, a la derecha del Trono del Padre, y gira, queriéndolo o
sin querer alrededor de ese foco de AMOR.
San
Marcos continúa por la entrada triunfal de
Jesús en Jerusalén. Vuelvo a preguntarme –como con el ciego-, si esta
narración va independiente de la larga secuencia anterior (lo hemos dejado todo…;
subimos a Jerusalén…: queremos la derecha y la izquierda…; disgusto de los
otros diez…; quien quiera mandar que se ponga a servir…; Jesús Hijo de David,
ten compasión de mí…, y da vista al ciego…), o si remacha el clavo del verdadero mesianismo, que Jesús quiere
dejar patente antes de su pasión.
Jesús
ha evitado y aun cortado de raíz toda pretensión de ser proclamado abiertamente
“Mesías”. Era muy equívoco aquel título por la parte que tocaba a los judíos. Y
tampoco Jesús quería ser aceptado “por propaganda. Pero cuando ya enfila la
semana que prevé como definitiva, Jesús quiere dar el “golpe de gracia”. Él
venido como Mesías. Lo es, aunque tan distinto del que esperan. Y prepara el
momento con solemnidad y a conciencia. Primero, con esa autoridad de quien
manda ir a dos apóstoles a la aldea “de enfrente” y desatar el pollino, con su
cría. Y prevé igualmente que –por lógica- les van a llamar la atención a los
dos emisarios. Bastará una palabra para que los dejen hacer: El Señor los necesita.
Y
aquel signo (anunciado desde la antigüedad) provoca la emoción de la gente, que
tienden un manto sobre la cabalgadura…, monta Jesús y se inicia una emocionada
procesión –entrada de rey- al que le tienden mantos y ramajes por los suelos,
simulando alfombra de reconocimiento de autoridad y majestad. Y ya en ese éxtasis
de exaltación, se lanzan los primeros gritos, vivas y cantos de corte
decididamente mesiánico: Bendito el que
viene en nombre del Señor, hosanna al hijo de David… Jesús no lo impide. Y
así se presenta en Jerusalén, el centro religioso de Israel, y llega hasta el
cogollo de todo el culto: el Templo.
Hoffman,
como artista imaginativo, pinta la gran plaza con dos cortejos en sentido
contrario: Jesús, en su pollinica –era vehículo regio en ese entonces- rodeado
de un grupo alegre, emocionado, cantando y moviendo los ramos… Y Pilato en su “silla
gestatoria” en la dirección contraria, con la mayor parte del pueblo alrededor,
que se da de espaldas con el primero. Un
símbolo.
Jesús
llegó al Templo sagrado. Aquí Marcos no señala ninguna aparición de
responsables del Templo que salgan al encuentro para protestar. Es Jesús quien –desde
su altura- pasa la mirada lentamente por el grupo que le está siguiendo (o que se
ha ido agolpando por curiosidad)… Y yo pienso (me gusta verlo así), una vez
cumplido el objetivo de mostrarse Mesías (para que nadie se llame luego a
engaño), Jesús desmonta y se vuelve ya como uno más de aquellos y toma el
camino hacia Betania, donde ha establecido ya su estancia para estar cerca de
la ciudad, pero fuera de ella. Y en el CORAZÓN DE CRISTO, tenía que quedar un
sentimiento: ¿Habrá iluminado algo el
gesto que acabo de dar? ¿Se volverá contra mí? ¿Habrá confirmado en la fe a mis
discípulos…, a TODOS…?
Nunca
se nombra en esta semana a la familia anfitriona. ¿Eran confidentes de Jesús?
¿Intervenían, aunque fuera en la sombra? ¿Sólo escuchaban y aprendían? ¿Se
mantenían al margen? ¿Presentían lo que había detrás de aquella visita más
prolongada de Jesús?
En
la liturgia, Pablo (Hech 19, 1-8) llega a Éfeso, donde hay discípulos que ni
siquiera han oído hablar del Espíritu Santo. Pablo les instruye y los bautiza y
les impone las manos para que reciban al Espíritu. Y enseña durante tres meses
en su sinagoga sin que tenga obstáculos ni oposición de nadie. Por eso el Salmo
ha ido por una alabanza gozosa: Reyes de
la tierra, cantad al Señor. Se
levanta Dios y se dispersan sus enemigos.
Horas buenas que no serán lo común, porque ya anunció Jesús que el Reino de Dios padece violencia. Pero
hay que aprovechar las bonanzas.
En
el Evangelio (Jn 16, 29-33) las anuncia Jesús. Partimos del supuesto de estar a
pocas horas de la Pasión… Pero ha de ser una convicción para todo momento de la
historia cristiana.
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