La guinda
Con
el comienzo del MES DEL CORAZÓN DE
JESÚS, nos llega hoy la FIESTA DE LA
ASCENSIÓN DEL SEÑOR, la guinda del triunfo de Jesucristo.
Vamos
a seguir la liturgia, o pedagogía litúrgica de este día del Ciclo A. Por tanto,
con el evangelio de San Mateo:28, 16-20. San Mateo no habla de la ascensión.
Nos habla de un monte al que habían sido convocados por Jesús. Como es final de
evangelio y las palabras son de despedida, la liturgia lo sitúa como el momento
que hoy tiene su encaje. Cuando Jesús se presenta allí (que todavía hay quien
duda, según esta narración), Jesús empieza por una donación especial: el poder suyo, el recibido del Padre, Él lo
trasmite a sus apóstoles. Se me ha dado pleno poder… Pues ID AL MUNDO.
Un “ID” imperativo; una vocación misionera. [Ese “ID” es el mismo del final de
la celebración de la Misa. “Misa!= misión, envío. Y aunque se haya desvirtuado
su sentido con el tímido “podéis ir en
paz”, en realidad es el mismo mandato
de Jesús a salir a la calle , con el
pleno poder de Jesús, y llevar ansia misionera contagiosa].
ID,
haced discípulos…: contagiad por
donde vayáis, hacer notar vuestra fuerza [dar
razón de vuestra esperanza, que decíamos el domingo pasado], y bautizad, enseñando… Va todo
concatenado. “Hacer discípulos” es contagiar vuestra fe, es animar a la paz y
atractivo de la figura de Jesús… Es “bautizar”…: consagrar para Dios, y
primordialmente para Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Consagrar es una
dedicación comprometida y exclusiva; una pertenencia. Cuando se falla a esa “consagración”
se produce una profanación: de tener una
vida puesta en las manos de Dios, a arrebatarle a Dios el don que le ofrecimos
y darlo a otros…
Por
eso Jesús une el “bautizar” al enseñar.
Es absurdo buscar que los niños estén bautizados si no hay una mínima garantía
de enseñanza en la fe que se le ha donado. Y nosotros, ya adultos, no podemos
permanecer en “la fe del carbonero”, sino que tenemos verdadera obligación
moral de seguirnos formando, en medio de un mundo hostil, que puede rozarnos –y
no poco- nuestros principio cristianos.
Para
poder vivir todo eso, tenemos un aval de Jesucristo: sabed que Yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo. Lo cual engarza ya con la 1ª lectura,
que es la narración de San Lucas en su segundo libro de Hechos de los
Apóstoles: 1, 1-11. Ahí se nos habla expresamente de la ascensión de Jesús: comenzó a levarse…, inició un movimiento
significativo hacia las alturas. Los discípulos se quedaron mirando embobados
aquella marcha de Jesús. Pero pronto se interpone la nube que les quita la
visión de lo innecesario. ¡Ya hemos visto que Jesús cierra su triunfo con la
subida al Cielo! Pero Él ha dicho que estará
con nosotros hasta el fin del mundo, y ahora se hacen presentes aquellos
varones que se dirigen a los apóstoles y les dicen: ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al Cielo? El mismo Jesús que habéis visto subir, bajará.
Propiamente hay que decir: Ya ha bajado.
Está con vosotros hasta el fin del mundo.
Volved, pues, los ojos a la tierra y descubrid ahí la presencia de Jesús vivo.
Ahí es donde tenéis que vivir el mandato de IR AL MUNDO, HACER DISCÍPULOS,
BAUTIZAR Y ENSEÑAR.
¿Qué
hemos de enseñar? La 2ª lectura –Ef 1, 17-23- nos va apuntando líneas maestras:
Dios, el Padre de Jesucristo os dé espíritu de sabiduría y revelación
para conocerlo. Primera enseñanza: el buscar meterse en la Palabra de
Dios, que nos conduzca al conocimiento de la revelación de Dios. Dios ya ha
revelado; Dios ya pone a nuestro alcance del don de la sabiduría espiritual.
Ahora nos queda que BUSCAR NOSOTROS los medios para aprender, meditar, conocer
mejor le fe que creemos. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que
comprendáis la esperanza a la que os llama… “Ojos del corazón”, “corazón
para comprender”, “comprender la esperanza”… Parecen términos contradictorios.
El corazón siente más que ve… Y sin
embargo hay que ver con la profundidad del corazón, que así comprende (y no intelectualmente, sino
con la fuerza del alma) esa fe que nos hace vivir en esperanza, aun en medio de
tribulaciones, dificultades, oposiciones…
Con
el poder del Cielo, con la misión y mandato del Señor a vivir consagrados y
contagiando a otros, Jesús se hace presente todos los días hasta el fin del
mundo. Pero todo eso requiere una vida del corazón que se implica de verdad
en la fe y esperanza a la que somos llamados,
con la riqueza de gloria que nos da en
herencia, y la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, según la
eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo resucitado, y SENTADO A
LA DERECHA DE DIOS EN EL CIELO.
El
resto se nos queda aquí en la Eucaristía, como remate y llamada y MANDATO
concreto. Hay que ponerse en movimiento. HAY QUE IR…
No
podíamos empezar mejor el mes del Sagrado Corazón, porque este día nos mete
de lleno en su Corazón y no hace vivir la llamada a lo que es y supone ese
CORAZÓN…: cuando nuestro corazón es
iluminado por el de Jesús, comprende
(asimila, busca imitar) al de Jesús, y se nos va llenando de esa riqueza
de gloria en la fe en la que creemos, por la fuerza poderosa que desplegó
Cristo resucitado y ascendido al Cielo.
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