COMIENZA LA NOVENA
al Sagrado Corazón.
Día 19: TEMA: Un mundo sin
corazón
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Jueves 19.
Elías y Jesús
Las
lecturas de hoy nos llevan –la primera
(Eclo, 48, 1-15)- a un panegírico de Elías, que ha sido el protagonista de los
días anteriores. Es descrito como profeta
de fuego, sin profeta que se le compare, preparado para aplacar momentos
difíciles de la historia de Israel. Arrebatado en un torbellino, dejó la
impresión de un profeta que no muere, hasta el punto que en vida de Jesús, sus
apóstoles siguen con la idea de que Elías tiene que volver. Y Jesús explica y
concreta que Juan Bautista es quien ha heredado el espíritu de Elías,
precisamente para ser el Bautista quien dé la cara en una encrucijada tan
difícil como esa entrada del Mesías en el mundo.
Y
Jesús, Mesías de Dios, revoluciona el modo de orar de las personas porque –contra
toda la tradición- se atreve a enseñar que a Dios hay que hablarle como de
hijos a padre. En efecto: Dios es el Padre nuestro del Cielo. La
relación que debe establecer el creyente no es con un Dios alejado, al que se
le considera amenazador. Si no a un Dios que es Padre y que está por la
humanidad: a favor de la humanidad.
Un
Dios Padre que, al estar en los Cielos,
está más cerca de cada uno y muy por encima de las pequeñeces humanas. Un Padre
al que queremos honrar como hermanos
(no podemos quedarnos en el intento posesivo de un “Dios mío”, hecho a mi
medida), y al que deseamos honrar desde nuestra
vida de santidad. Es evidente que
“santificado sea tu nombre” no es un mero deseo de que “sea Santo ese Padre
Dios” (¡ya lo es plenamente!), sino el deseo de que nosotros hagamos visible su
santidad desde nuestra vida ejemplar.
Oramos
–así lo presenta Jesús…, no meramente “rezamos”)- que el Reino de Dios venga a nosotros. El “estilo de Dios”, el estilo que
Cristo enseñó y vivió, esa modo de vivir la vida en el que el primer referente
es Dios…, porque bien sabemos que no habría felicidad, ni paz, ni equilibrio,
si Dios no está en el eje de la vida de la humanidad. [Y para que no
elucubremos, nos basta mirar al mundo de hoy, que ha dejado a Dios a un lado…,
que ha perdido a Dios…, que pretende vivir sin Dios (o sin el Dios verdadero…,
mientras se crea idolillos de cartón)… ¿Y qué panorama es el quje
descubrimos?].
Se
hace indispensable que Dios reine, que “los súbditos” de ese reino –los creyentes
en Dios- dejen actuar a Dios…, trasmitan la verdad de Dios, sean ejemplos vivos
de que vive Dios.
Y
entonces, orar con el alma entera para que la
voluntad de Dios se haga en la tierra como ya –de hecho- se hace en el Cielo.
La voluntad de Dios es siempre BUENA.
No puede ser mala ni querer el mal. Que se haga la voluntad de Dios debe ser el
anhelo más fuerte de toda persona creyente; la seguridad máxima para vivir la
vida feliz, abandonada y en paz. Como aquella preciosa oración de Carlos de
Foucol, cuya repetición por cada uno de nosotros, significará que realmente
hemos CREIDO EN EL DIOS PADRE, en el Dios del Cielo:
PADRE,
me
pongo en tus manos;
haz
de mí lo que quieras.
Sea
lo que sea, te doy las gracias.
Estoy
dispuesto a todo,
lo
acepto todo,
con
tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en
todas tus criaturas.
¡No
deseo nada más, Padre!
Te
confío mi alma,
te la
doy,
con
todo el amor de que soy capaz,
porque
te amo y necesito darme,
ponerme
en tus manos, sin medida,
con
una infinita confianza,
¡porque
Tú eres mi Padre!
Ahora cabe un
desafío a nuestra fe: ¿de veras somos capaces de orar así, sin recelos de
ninguna clase? ¿Es así nuestra verdadera confianza?
Si lo es,
HEMOS TOCADO EL CORAZÓN DE DIOS…, hemos entrado en el ámbito de quién es y cómo
es el CORAZÓN DE JESÚS. Estamos acercando nuestro sentir al del Evangelio. NOS
ESTÁ PIDIENDO EL EVANGELIO un algo nuevo… Nos vamos acercando a los
sentimientos de Jesús.
¿Podremos
hablar de Jesús a nuestro mundo de hoy con menos “amenazas de pecados mortales”
y con una presentación al vivo de aquel PADRE QUE ACOGIO SIN REMILGOS AL HIJO
QUE VOLVÍA? Ayudemos así a a otros a volver,
atraídos por la verdadera fuerza DEL AMOR DE DIOS.
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