LITURGIA
El relato de hoy en la 1ª
lectura (Ex 33,7-11; 34, 5.9.28) es más de tipo ritual: cómo Moisés plantó a
alguna distancia del campamento la TIENDA DEL ENCUENTRO, que contenía el Arca
de Dios, y cómo Moisés se encontraba allí con Dios y hablaba con Dios, cuando
Dios bajaba a aquel santo lugar y la nube densa cubría la Tienda del Encuentro.
Cuando Moisés salía hacia ella, todos los israelitas salían a la embocadura de
sus tiendas, y cuando aparecía la nube, todos se prosternaban, conscientes de
que había bajado el Señor.
El Señor pasa ante
Moisés, proclamando: Señor, Señor, Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, que perdona
culpa, delito y pecado. El Señor se define a sí mismo ante aquel pueblo que
camina por el desierto en busca de la tierra prometida.
Moisés pide al Señor
que si he obtenido tu favor, que mi Señor
vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestros pecados
y culpas y tómanos como heredad tuya
Me he quedado
pensando. Nuestro pueblo del siglo XXI no se prosterna ante Dios. No reconoce
la “llegada del Señor” y por eso no sale en silencio respetuoso. No guarda
silencio ante la presencia de Dios. No tiene gestos de adoración ante el
Sagrario. Está en las iglesias hablando como en plena plaza. ¡No es ni
consciente de que bajado el Señor! La verdad es que no pienso sino que ha caído
en la ignorancia más fuerte de lo sagrado, y que se han dado las cosas de
manera que estas generaciones (que empiezan ya en los 50…) viven en una lejanía
del misterio. Unas veces es que no se les enseñó. Otras veces es que “la
semilla cayó en pedregal” o entre muchas zarzas… El hecho es que hoy se
advierte en el vulgo una ignorancia suprema de las formas y del mismo fondo.
Pero es que a mí me
parece que gentes que fueron formadas y que tuvieron en su momento las bases y
la práctica que corresponden, se han ido desvirtuando hasta vivir hoy en una
ausencia de respeto a los signos religiosos y a los templos y a los mismos
sacramentos. Muy lejos de aquella imagen que nos trasmite la lectura primera de
hoy.
El evangelio (Mt
13,36-43) es la explicación que da Jesús de
la parábola de la cizaña. La verdad es que también la podemos trasladar a los
momentos actuales para comprender que no es una simple parábola sino que Jesús
narraba realidades claras como la luz del día.
La vida real se
desenvuelve en el mismo espacio: el mundo. Y en el mundo hay muchos bueno
puesto por Dios y mucho malo que trae “el enemigo”. Y no son separables sobre
la marcha porque buenos y malos conviven queriendo o sin querer. Pretender
“arrancar la cizaña” es un imposible. Está ahí. Simplemente está ahí. Y con
toda la fuerza que da el vivir al margen de la ley. El “trigo”, la “buena
semilla” tiene siempre un límite: el deber, la referencia a lo recto. Y vive la
vida en desventaja con “la cizaña” que no tiene respeto a la norma ni a la ley.
Jesucristo, que es
realista como él solo, remite al último momento, ahí donde se va a verificar la
recolección, e un momento en que actúa Dios, y Dios va por derecho y justicia.
La cizaña, que había sido quien parecía ganar la partida, queda segada de
antemano y quemada. De nada ha valido esa hegemonía del mal, del abuso, del
intento de aplastamiento del bien. Todo eso es segado aparte y quemado.
Dios dará orden de
recoger el trigo y almacenarlo en los graneros del Reino. El bien, la ley, el
valor, van a quedar en el lugar que les corresponde. Aquí entraría (y se
comprendería) esa palabra de la 1ª lectura en que Dios advierte que no deja
impune la culpa. Y la realidad es que así es el pensamiento racional de la
gente de bien, que con frecuencia se queda mirando al mal y diciendo: “Esto no
puede quedar así”. Jesús nos lo ha puesto muy claro. Y aunque no es extraño que
luego vengan esos con una cierta “compasión” que quiere atemperar los efectos
del mal (haces de cizaña echados el fuego), la verdad es que el sentido común
nos dice que no puede tener el mismo final el que vivió su vida sometiéndose a
derecho que el que abusó de todo y de todos y vivió –como suele mal expresarse-
“a la buena de Dios” (que es precisamente “a la mala”, al contrario de lo que
Dios ha querido y enseñado,
Vivimos en una sociedad muy convulsa en la que todo se puede controlar desde un móvil; hasta la persona más sencilla, hoy, se atreve a manifestar su opinión. Se siente como si fuera importante, como si fuera el amo del mundo, como que Dios le sobra...Hay gente muy buena, que se toma muy en serio lo del Reino y se empeña para conseguirlo.Ha escuchado la Palabra y quiere florecer en la buena tierra; no permite que las pasiones ahoguen sus capacidades de luchar por el Tesoro. Huyen del mal que está en todo lo que destruye a la persona y le quita la capacidad de decidir, la esclaviza.Al Señor le tenemos que pedir la capacidad de discernir entre lo que es bueno y lo que es malo y, por lo tanto se opone al querer de Dios.
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