LITURGIA
La
1ª lectura de hoy en Jue 11,29-39 es una de esas páginas que le gustaría
a uno que no estuvieran escritas. Por una parte el argumento en sí no encaja en
la mente occidental. Y por otra, en sana ley moral el juramento que hace Jefté
en un momento comprometido, no obliga su cumplimiento, porque todo juramento o
promesa para ser lícito tiene que ser mejor que su contrario. Y es evidente que
dar muerte a alguien como ofrecimiento hecho a Dios, no es mejor que “su
contrario”: el no matar.
Pero estamos en otra cultura, en
tiempos más primitivos, en una mentalidad en la que lo prometido tiene que ser
realizado pase lo que pase y caiga quien caiga. Jefté había hecho el voto de
sacrificar al primero que saliese a su encuentro si volvía victorioso de la
guerra contra los amonitas, y de hecho ganó aquella batalla. Volvía gozoso y
satisfecho y cuando regresa, quien sale a darle los parabienes es su hija
única. Y Jefté siente el zarpazo de su voto: debe sacrificar en honor de Dios a
su hija única.
Se lo comunica a ella entre lamentos
y ella acepta el voto de su padre, y solamente le pide dos meses de tregua para
llorar por los montes el hecho de que ha quedado como mujer inútil porque muere
antes de haber tenido hijos (que era el honor más grande de una mujer). Jefté
se lo concede. Y cuando pasan los dos meses, la hija vuelve y el padre cumple
el voto.
Aparte de lo que nos repugna el
relato, una lección nos debe quedar ahí: que las promesas hechas a Dios han de
cumplirse aunque sea con sacrificio. Pero no se puede tomar en vano el nombre
de Dios, y cuando le hacemos una promesa, debemos cumplirla. Otra cosa –y
también es lección para aprender, es que nunca debemos hacer promesas a la
ligera ni llevados de un momento de emoción. Y cae de su peso que una promesa
hecha de algo que no es recto, no sólo no es válida ni lícita sino que –por lo
mismo- no ha de ser cumplida si se ha hecho.
Mt 22,1-14 es una parábola que muy
bien puede completar la que veíamos ayer: Dios llama hasta última hora. Pero no
vale pensar que la respuesta del hombre puede darse de cualquier manera. Y la parábola se centra
primero en la invitación de Dios al pueblo judío para celebrar “las bodas de su
Hijo”. De hecho el pueblo judío no acudió a la llamada de Jesús y despreció la
invitación que se le había hecho.
Entonces Jesús lleva la parábola a
la invitación abierta a “los cruces de los caminos”, el lugar donde ya pasan
gentes de otros pueblos… La llamada de Dios se abre ahora al pueblo gentil, a
los no judíos. A todo el mundo. Pues a ellos se les invita a la celebración del
banquete. El “banquete” es ya símbolo del Reino. Está exponiendo Jesús la
llamada universal a ese reino de Dios.
Y la sala del banquete se llena de
gentes venidas de fuera y que vienen a sustituir al pueblo judío, que se ha
excusado y ha tenido “cosas más importantes” que hacer. Tema digno de mención
porque expresa el rechazo del primer invitado,
al que correspondía la primera llamada. Ha perdido la oportunidad. Y
providencialmente ha venido a ser el gran regalo para los otros pueblos, en los
que estamos nosotros. Somos invitados nosotros y hemos de acudir bien
dispuestos a ese banquete. Porque somos llamados, pero no a cualquier precio.
Tenemos que acudir con las debidas disposiciones.
Es lo que Jesús expresa en ese momento
en el que el rey entra en la Sala para saludar a sus convidados y se encuentra
con uno que no se ha preparado con su traje de fiesta. Y el rey le recrimina
que –ya que ha sido liberalmente invitado- no haya tenido siquiera la
delicadeza de vestirse el traje de fiesta.
Hoy tendría aplicación para algunos
que van a comulgar.
Natanael reacciona a la invitación de Felipe diciendo: No creo que pueda ser; como hubiera reaccionado uno de nosotros:" le conozco y no creo que pueda ser..." Casi siempre valoramos poco a lo que conocemos, como que nos parece mal que sean mejores que uno. Si de veras queremos entrar en una teología de la Paz, una buena decisión , imprescindible,sería intentar conocer a toda la gente que nos rodea e intentar conocernos también a nosotros mismos para poder relacionarnos de una manera justa, cabal y enriquecedora y, al mismo tiempo sentirnos amados y conocidos por el Señor. Sinceros y sin doblez como Natanael.
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