LITURGIA
Llegamos hoy a uno de los momentos
más decisivos de la historia del primitivo pueblo de Israel (Deut 34,1-12):
Moisés, su caudillo, su libertador, el amigo de Dios al que pudo hablar cara a
cara, llega al final de sus días, a la edad de 120 años. Dios le muestra desde
el monte Nebo, aquella tierra tan rica y deseada que va a dar a ese pueblo, la
tierra que prometió Dios a Abrahán y a sus descendientes. Moisés es enterrado y
–misterios de la vida- el hombre que fue tan decisivo, queda en un lugar que no
se ha sabido nunca más de él. El pueblo lloró la muerte de Moisés durante 30
días, y Josué se hizo cargo de conducir a los israelitas. A Josué le había
impuesto las manos Moisés y le había trasmitido una parte de su espíritu, por
lo que estaba lleno del espíritu de sabiduría, pero ya no hubo otro hombre que
fuera como Moisés, que hiciera los prodigios de Moisés. Es una nueva etapa en
la historia de aquel pueblo.
El evangelio es el del perdón: Mt 18,15-20.
Jesús se dirige a sus discípulos y les enseña: Si tu hermano peca, repréndelo a solas. Si te hace caso, has salvado a
tu hermano. Tema de suma importancia y suma dificultad, porque ¡qué difícil
es en la práctica realizar esa obra de la corrección! ¡Qué poco dispuesto se
está a ser corregido! ¡Qué poco fácil resulta corregir! El amor propio aparece
tan fuerte que hace muy difícil aceptar que venga tu hermano a ponerte delante
un fallo que has tenido. Surge de inmediato la justificación y la autodefensa.
Cuando no es que el hermano te reacciona malamente y llegas a tener la
impresión de que ha sido peor el remedio que la enfermedad.
Jesús había dado una norma entre
hermanos. El problema es que los tales “hermanos” no se sienten hermanos y en
el momento que llega la corrección, el corregido ve al otro como enemigo. Y por
supuesto puede ocurrir que el que corrige no lo haga con delicadeza y espíritu fraterno. Sería un
momento en que la corrección ha dejado de ser lo que Jesús pretende; una obra
de caridad por la que se gana al hermano a quien se ama.
Sigue diciendo Jesús el modo de
actuar cuando el hermano corregido no hace caso o no recibe la corrección con
espíritu de mejora y crecimiento personal: que
se recurra a dos o tres testigos, que sean un aval de que la corrección se
ha hecho bien y que se ha hecho. ¿Es realmente un medio posible? Porque el
corregido se pone más recalcitrante cuando se ve más cogido y que tiene menos
escapatoria. Sin embargo Jesús lo indica, y partiendo siempre de relación entre
hermanos y la buena fe de unos y otros. ¡Ojalá surta buen efecto y se pueda
ganar al hermano! Que si no da resultado, entonces no es crítica ponerlo en
conocimiento de la comunidad de hermanos (¡ahí, en el sentido de la comunidad y
comunidad de hermanos, es donde está el acento!). Y la comunidad tendrá que
corregirlo de forma mucho más drástica, apartándolo de la comunidad. Y no como
castigo sino como escarmiento. Se trata de ganarlo y no de perderlo.
Y repite Jesús –al menos así nos lo
da el texto- que lo que atéis en la
tierra será atado en el Cielo. Es decir: esa corrección no se queda en acto
puramente humano sino que tiene unas dimensiones de mucha mayor trascendencia.
Lo avala con esa otra afirmación
positiva de que si dos se ponen de
acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Es un texto riquísimo de enseñanza y
de mucha importancia para plantearse el tema, lo mismo desde el ángulo del que corrige que del que es corregido.
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