Liturgia
Otro día poco atractivo para comentar. No es fácil
inspirarse con lecturas como éstas: una relación de fiestas y modo de
celebrarlas, o la degollación de Juan Bautista a manos de Herodes.
Lv 25, 1.8.17 determina las fachas de las diferentes fiestas
y el modo de vivirlas. Donde se puede centrar el comentario es en el sentido
misericordioso de esos cómputos de años pues cada cincuenta años ha de “vivirse
la moviola” de manera que todo aquello que hubo que malvender o que empeñar en
manos de otros más poderosos, debe volver a su primitivo dueño. Es un año jubilar y se ha de vivir con ese
júbilo de rencontrarse las familias, sus bienes, sus posesiones, sus
préstamos…, que en ese año han de regresar a sus dueños originales. Es un año santo en el que se ha de vivir la
generosidad. Cada cual ha de poder comer del fruto de sus campos, y cuando haya
que realizar operaciones de compra y venta, ha de hacerse al precio justo. Nadie perjudicará a uno de su pueblo. Y
se cierra la enseñanza con una palabra que ensancha el alma porque manifiesta
de dónde y por qué viene todo eso: porque Yo soy el Señor, vuestro Dios.
Ahí en esa realidad que vivía el pueblo judío, se
fundamenta la celebración de un año
jubilar, o Año Santo que la Iglesia Católica sigue conservando cada
cincuenta años, en los que se trata de vivir la amnistía en el terreno de lo
espiritual y caritativo. Hemos tenido recientemente y excepcionalmente un Año Santo de la misericordia con una
intencionalidad muy concreta de abrir el camino a una Iglesia misericordiosa,
que sobrepasara toda idea de los legalismos como norma de actuación. La
Justicia de Dios y la Justicia de la Iglesia (consecuentemente) habían de
entenderse desde la justificación o perdón y no desde lo justiciero y
condenatorio. Es fácil de comprender: una forma de actuar según el Corazón de Cristo, que vino a perdonar y a repartir el
amor de su Corazón. Así tiene que enfocar la Iglesia todas sus actuaciones, con
el metro-patrón de la misericordia de Jesús, que él repartió por donde quiera que
pasó.
Es la norma que vive el Papa Francisco, por lo que los
leguleyos y determinados sectores, lo tildan de “anticristo” y le hacen la
guerra sucia del desprestigio, porque son sectores aferrados a “la letra” al
estilo de los fariseos. O porque pretendiendo la defensa de la ortodoxia, no
aceptan que el Papa sepa acoger a todo hijo de Dios con el mismo corazón con el
que Cristo se acercó a los leprosos o no condenó a la adúltera. Es la reacción
repetida mil veces en la Iglesia cada vez que se toma en serio el estilo del
Evangelio, por delante de otras normativas canónicas. Y las persecuciones
vienen entonces de los mismos católicos (los que se suelen apellidar
“apostólicos romanos”) que no conciben la relación del hombre con Dios como la
de un hijo con su padre, la de un
enfermo con su médico, la un pobre con su salvador. Sencillamente: lo
difícil que es acoger a Cristo como Cristo fue y es y quiere seguir siéndolo a
través de los siglos.
Juan Bautista -Mt 14,1-12- hizo un inmenso papel de
preparación a la venida de Jesús. Fue un ejemplo de mortificación y de
fidelidad. Jesús lo consideró el más grande los hombres y lo alabó como modelo
ante sus mismos discípulos. Pero evidentemente el estilo de predicación y
enseñanza de Juan estaba mucho más acorde con las formas del tiempo anterior a
Jesús. Por eso mismo él envió emisarios a Jesús para saber si era el Mesías o
habían de esperar a otro, porque los modos de Jesús no le cuadraban al
Bautista. Por eso la muerte de Juan tiene un sentido trascendente más allá que
la historia de Herodes y el baile de Salomé. La nueva realidad de Jesús, con su
bondad misericordiosa y perdonadora, con su acogida de los pecadores y su
corazón dispuesto a los publicanos, tenía que romper por otro sitio diferente
al de la predicación de Juan. También Jesús proclamaba el año de gracia, la
amnistía…, como lo mostró en Nazaret aplicándose a sí mismo el párrafo de
Isaías en el que se declaraba el enviado de Dios, y precisamente para dar un
vuelco a la historia. Jesús venía a establecer el año de la misericordia, el estilo nuevo que Dios quería
implantar, y que es el Nuevo Testamento.
Juan había cumplido su misión y lo había hecho
ejemplarmente. Pero ahora ya no era su hora, y su muerte deja paso franco a un
nuevo estilo, que es el planteamiento que tenemos a lo largo del Evangelio. Y,
volviendo, sobre lo dicho más arriba, es el matiz que el Papa imprime en sus
intervenciones, acentuando el aspecto de la misericordia sobre la ley.
Precisamente lo que Jesús dijo de: misericordia
quiero y no sacrificios; que no he venido a buscar a los justos sino a los
pecadores.
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