LITURGIA
Hoy no cabe hacer mucha
reflexión escrita sobre la primera lectura (Jos 24, 1-13) porque es una
enumeración de la historia del pueblo israelita. Digo “reflexión escrita”
porque se tendría que reducir a repetir lo mismo que leemos. Pero queda la reflexión
mental que puede ir recordando y agradeciendo ese acompañamiento que Dios hizo
a aquel pueblo desde el momento que Abrán salió de su tierra y fue conducido
por Dios para crear una descendencia sobre la que depositar sus promesas, que
luego va cumpliendo a través de los años y de los siglos y que ha llegado hasta
el momento presente, en el que Josué puede ya mostrar la tierra prometida a
aquellos descendientes de los primeros hebreos que habían recibido las lejanas
promesas. Dios es fiel a su palabra y Josué puede mostrarlo ahora al pueblo
como realidad de la que están a punto de gozar.
Todo ello nos puede
llevar a la reflexión sobre Dios, mirado ahora desde esa fidelidad que sigue
teniendo con nosotros y seguirá teniendo porque Dios es el mismo y nosotros
podemos confiarnos a él que seguirá siendo así con nosotros. Y su promesa se ha
hecho realidad plena en Jesucristo, en el que tenemos la seguridad de su terna
alianza que ya no nos faltará. La palabra de Jesús debe ser para nosotros
firmeza de verdad incuestionable, lo mismo cuando dice algo que va con nuestro
gusto que cuando sobrepasa nuestras ideas y nos pone ante realidades que nos
rebasan y nos contradicen.
Es lo que ocurre hoy
en el Evangelio que tenemos delante: Mt 19, 3-12, que hoy día está tan
conculcado que casi parece evangelio de otra galaxia. Porque Jesús nos habla de
la ilegalidad moral del divorcio y de la contrariedad que supone que un
divorciado pueda casarse con otro u otra. Es contrario al proyecto primero de
Dios, quien al crear al hombre y la mujer los crea para su unión definitiva por
la que cada uno abandona su casa y a sus mismos padres en orden a formar una
familia en la que él y ella son un bloque indisoluble.
Y cuando le objetan
que Moisés permitió el libelo de repudio contra la esposa, Jesucristo dice que
fue la terquedad de ellos lo que llevó a Moisés a esa excepción pero que al
principio, en el plan de Dios, no fue así. De donde se tiene que deducir que el
divorciado que contrae nueva unión, está cayendo en el adulterio. Así de
sencillo, así de tajante. Jesús no se anda por las ramas. Y cuanto hoy día
estamos viendo, está en plena contradicción con los planes de Dios.
Los discípulos
advierten a Jesús que entonces es mejor no casarse y lo que Jesús responde es
que no todo hombre y mujer tiene vocación de casado, ni capacidad para vivir un
matrimonio. Y les presenta el triple caso del varón soltero (que es aplicable a
la mujer soltera). Los hay, dice Jesús, que nacen así, y que no son aptos al
matrimonio porque son egoístas y no están abiertos al amor. Los hay que se
hicieron egoístas a través de su vida y de su “educación”. Son personas que
sólo viven para sí, y por consiguiente no podrán constituir un hogar. Y los hay
que renuncian al matrimonio por una causa de otro orden a los que les mueve su
profundo sentido del amor: bien sea para dedicarse ampliamente al servicio de
los demás, en una soltería fecunda, o en una vida consagrada a la causa de
Dios.
La vocación de casado
supone una actitud capaz de donación, una capacidad de sacrificio, por la que
sale uno de sí para formar esa nueva realidad que es el “nosotros” donde ya no
hay “tuyo” o “mío” sino que se piensa y se vive “en plural”. Y por tanto, de
acuerdo con el plan de Dios, hay apertura de corazón hacia unos hijos, que son
la muestra fehaciente de la donación completa, Y digo “apertura” porque los
hijos vienen o no vienen, pero el “nosotros” permanece en un servicio que se
presta por otro lado, de otra forma… El amor es fecundo y estas personas saben
darle cauce.
Ésta es la
continuación de la historia de la presencia de Dios con el pueblo suyo, con su
Iglesia, que sigue siendo válida en el momento actual, aunque la sociedad a la
que asistimos sea una sociedad hecha al revés del Evangelio y al revés de los
proyectos y sueños de Dios.
La familia es un gran misterio. La familia basada en el matrimonio, es un gran misterio( Ef 5,32). Tiene la categoría de Sacramentoy, en él se manifiesta el amor esponsal de Cristo por la Iglesia. En este sentido el matrimonio y la familia son la actualización del amor de Cristo a su Iglesia. El matrimonio es la llamada de Dios que quiere realizar en la humanidad su desígnio de amor. Es un acontecimiento de gracia. El matrimonio cristiano que es una realidad terrena que está al alcance de cualquier hombre y de cualquier mujer, es un misterio de salvación.El matrimonio es una vocación que exige fidelidad y respeto por la otra persona. El matrimonio cristiano es eterrno y por eso la Iglesia condena el divorcio.
ResponderEliminarLa familia es el ámbito privilegiado para colaborar con el Dios Creador y de la vida.El hogar es un buen lugar de santificación cuando los cónyuges tienen una actividad procreadora y educativa, reflejo de la obra creadora de Dios.; y cuando se aman recíprocamente con un amor grande, sin egoísmos y se aceptan tal como son, sin ver las limitaciones del otro.