A partir de mañana 13, lo más probable es
que el blog salga con un poco de retraso sobre su horario habitual.
Liturgia
Moisés está rematando su obra ante el pueblo israelita. En
el libro del Deuteronomio (6,4-13) le recuerda a la comunidad el primer
mandamiento. Es la base de un pueblo, y por tanto la base de aquel pueblo al
que el Señor se había escogido para habitar en él: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con
todas tus fuerzas. Es la base de todo pueblo bien estructurado el que tenga
mirada abierta a su dios. Para el pueblo hebreo es Dios, el Señor, el Dios de
los dioses y el Señor de los señores, quien ha dado leyes justas y superiores
que están por encima de las leyes de los otros pueblos.
Las palabras que hoy
te digo quedarán en tu memoria; se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas
estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado. Imaginemos –o recordemos
tiempos- en que el niño, desde la cuna, ya estaba viendo la señal de la cruz y
rezando a su manera: Jesusito de mi vida.
De esos niños que se crían en un ambiente religioso, pueden surgir personas
maduras religiosas, que conservan su fe a machamartillo. Han crecido en un
ambiente en el que Dios ha estado presente y ha sido punto indispensable de
referencia. De ahí salen las gentes serias, honradas, responsables, con un
sentido sagrado de “dependencia” de algo o Alguien que está por encima de los
propios deseos y caprichos e instintos. Como concluye la lectura en cuestión: Al Señor tu Dios amarás y a él solo
servirás. El día que entres en la tierra prometida, no olvides al Señor que
te sacó de Egipto.
Ha sido la lección de Moisés sobre aquel pueblo al que
pronto va a dejar, porque se acercan sus días. Deja la esencia misma de la
religión, y nos la deja a nosotros, porque nos ha puesto delante la mejor
enseñanza que nos podía dejar. Ahora toda esa traducción simple –y preñada de
enorme exigencia- con la que formulamos nosotros el primer mandamiento: Amarás
a Dios SOBRE TODAS LAS COSAS. Algo digno de meditar y de ir haciendo un
poco de examen sobre realidades de la vida diaria en la que es posible que Dios
no está SOBRE TODAS LAS COSAS en nuestra vida real.
Al bajar Jesús del Tabor se encontró con un caso que
requería su intervención: Mt 17,14-19 resume algo un episodio que otros
evangelistas explican con más detalle. Se trata de un padre que lleva consigo a
su hijo para el que le hace una petición: Señor,
ten compasión de mi hijo, que sufre epilepsia, y le dan ataques; muchas veces
ha caído en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos y no han
sido capaces de curarlo.
Sigue una frase extraña. ¡Gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? ¿A
quién dirige esa expresión? ¿Al padre? Es evidente que no, porque el padre
viene con toda su humildad a pedir ayuda. ¿A los discípulos que no han podido
curar? No tiene sentido. ¿Al “demonio” de la enfermedad? Podría ser. ¿O es lo
que se llama una “interpolación” en la que el copista de este evangelio (copias
que se hacían a mano, lógicamente) ha metido aquí una frase que corresponde a
otro momento? Es lo más probable. La frase en sí se despega del contexto
completamente y no tiene sentido en esta ocasión. Le sigue la palabra de Jesús
al padre, pidiendo la presencia del enfermo: Traédmelo.
Jesús increpó al “demonio” y salió, y devolvió el hijo sano
a su padre. Otros evangelistas dramatizan bastante más este momento. Mateo se
ha quedado con el hecho, que es realmente lo que interesa: Jesús ha curado al
enfermo y le ha dado la salud. Jesús se ha fijado en la fe de aquel padre
angustiado y ha actuado de acuerdo a esa fe que le ha hecho patente desde el
primer momento.
Los discípulos se han quedado molestos. ¿Cómo es que ellos
no pudieron echar al demonio? Y la respuesta de Jesús es: Por vuestra falta de fe. Os aseguro que si vuestra fe fuera siquiera
como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y
vendría. Nada sería imposible.
Bien nos incumbe en lo que toca a nuestra fe. No se cumplen
muchas cosas que deseamos y pedimos a Dios. Es evidente que creemos y tenemos
fe, pero no tan plena y entregada como la que aquí está refiriéndose Jesús.
Haríamos milagros si estuviéramos convencidos de que los podemos hacer.
Echaríamos demonios, si tuviéramos una fe como un grano de mostaza.
El Deuteronomio nos presenta un plan de vida propio para unos cristianos enamorados de su Dios , que creen lo que profesan. Creen que Dios es el Señor, el Dios de los dioses, el Señor de la Vida; el único que les ha dado unas leyes justas. Ellos se sienten orgullosos de pertenecer al pueblo elegido: Israel. Los discípulos no pueden curar como el Maestro, porque dudan. Se ven impotentes porque trabajan por su cuenta; no cuentan con Jesús. Nos resultará mucho más familiar consultar con el Señor en los momentos de apuro si lo tenemos presente a lo largo del día.Él, no nos deja nunca y quiere que lo busquemos cuando estemos agobiados; le gusta dejarse encontrar.
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