LITURGIA
Estamos en el período de los Jueces
(6,11-24). El Señor se hace presente a Gedeón y lo saluda con una expresión
cordial: El Señor está contigo, valiente.
La reacción de Gedeón es muy normal y diríamos que típica: Si el Señor está con nosotros, ¿cómo es que nos suceden tantos males?
Y la respuesta de Dios es muy clara: No se trata de que Dios sea el que
solución todo; encárgate tú de salvar a Israel de los madianitas; tú con tus propias fuerzas. Yo te envío.
Gedeón se espanta: ¿Cómo te diriges
a mí que soy el más pequeño de la tribu más pequeña? –Yo estaré contigo, responde Dios.
Y Gedeón le pide una señal de que
eso será así, y pide al ángel de Dios
que se quede allí mientras él le prepara una comida. Asiente Dios y Gedeón va a
prepararle una comida generosa.
Cuando regresa Gedeón con todas las
viandas, Dios le dice que derrame todo aquello sobre una piedra. Así lo hace
Gedeón y Dios toca la carne con la punta de su cayado y se levanta una humareda
que consume todo en un instante. Gedeón queda admirado y asustado: Verdaderamente era Dios y yo lo he visto
cara a cara. La respuesta de Dios es la propia de Dios: Paz, no temas. No morirás. Y Gedeón
levanta allí un altar en honor del Señor. La historia no acaba aquí. No ha sido
más que el principio. Ha sido “la vocación”, la llamada. Pero eso tendrá
posterior desarrollo.
El evangelio (Mt 19,23-30) es la
continuación del de ayer: el individuo que se presenta a Jesús queriendo tener
vida eterna, pero que –cuando Jesús le pone delante la condición para ir con
él- no acepta las condiciones (hacerse pobre para poder llegar hasta el final) y opta por la vergonzante decisión de marcharse.
Se va triste porque es muy triste salirse humillado por la propia incapacidad.
Jesús no se queda igual. Jesús lo ve
irse y se queda mirándolo. Y como un
suspiro de dolor, se vuelve a sus discípulos y les dice: Creedme: ¡qué difícil es a un rico entrar en el reino! Y como los
apóstoles se extrañan, Jesús se lo aclara con unas comparaciones extremas a las
que es tan aficionado: Es más difícil que
un rico entre en el reino que meter a un camello por el ojo de una aguja.
Los apóstoles insisten en su
extrañeza: Entonces ¿quién puede
salvarse? Y Jesús responde: Imposible
a los hombres. Es un hecho que la riqueza imposibilita a los ricos entrar
en el reino de los cielos. Pero lo que es
imposible a los hombres, es posible para Dios. Quiere decir que Dios tiene
en su mano hacer pobre a un rico, y ponerlo en condiciones de ser apto para el
reino.
Si tuviéramos ese sexto sentido que
nos hiciere posible “leer” las acciones de Dios, descubriríamos que detrás de
muchas realidades que nos hacen agachar la cabeza –y nos duelen-, está la mano
de Dios, que hace posible en nosotros que podamos tender al reino. Dios nos
hace sentir y mascar situaciones de pobreza, de carencias, que nos dejan
pobres… Situaciones a las que nosotros no hubiéramos llegado por nuestra cuenta,
porque nos hubiera rebasado nuestras fuerzas. Pero Dios lo hace a la chita
callando y sencillamente nos vamos encontrando pobres, y sin darnos cuenta,
vamos estando preparados para ser parte del Reino.
Simón preguntó entones: Pues a nosotros, que lo hemos dejado todo,
¿qué nos va a tocar? Y Jesús responde que a los que dejan realmente todo (y
“todo” queda sintetizado en lo que es más valioso: “padres, hijos, hermanos,
esposos o tierras”), tendrá premio en esta vida (multiplicado por cien lo que
dejó) y alcanzará después la eterna.
Es un hecho que las riquezas nos alejan del seguimiento de Jesús; la riqueza, la vanidad y el orgullo; porque nos hace sentirnos superiores a los demás...Pero, ¡que bien si tenemos alguna cosita y si nos dejamos guiar por el amor de Dios y somos capaces de infundirlo a los demás! La riqueza no es mala.Todo lo que tenemos se lo debemos a Dios y lo coherente sería que nos pasáramos la vida entera bendiciéndolo y adorándolo y agtradeciendo sus dones, mirando a nuestro alrededor a ver si puedo ayudar a mi vecino que parece que no tiene tanto.
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