LITURGIA
Continúa el libro de Rut (2.1-3. 8-11; 4, 13-17). Rut le pide a Noemí
que le deje espigar, y Noemí le recomienda hacerlo en el campo de Boaz, quien
la acoge muy bien y le da facilidades y le pide que no vaya a otros campos, y
que en el suyo puede ella beber incluso del botijo de los segadores. Ella se
extraña de tanta ayuda y la agradece. Pero lo más notorio de todo es que Boaz
se casa con ella y ella queda encinta y da a luz un niño, que pone en el regazo
de su suegra Noemí. Y por esa mentalidad de culturas, las mujeres admiran que
“Noemí ha tenido un niño” como descendiente que no había tenido con su marido.
Se trata de no romper la línea de la
descendencia, porque el niño va a ser eslabón de continuidad. Le ponen por
nombre Obed, y será el padre de Jesé, que será el padre de David.
Para una línea de descendencia, que
viene desde Abrahán y que ahora apunta ya a David, el relato escogido por los
liturgos es de mucha importancia. Porque David será el punto de encuentro con
el Mesías futuro, en ese hilo conductor de la historia de la salvación. Hoy se
encuentra con Rut como personaje agradable, así como otras veces se encontrará
con personajes poco recomendables, pero con los que va trenzándose la historia
sagrada que nos quiere poner de manifiesto que el Mesías, cuando venga, abarca
al mundo entero con toda clase de ascendientes en su derredor. El Mesías no
será sólo el libertador de “los buenos” sino el salvador de todos. Y no será un
Mesías que surge de pronto sino entroncado en un mundo anterior. No podría entenderse de otra manera para que
la línea de Adán quede rehecha, y lo que perdió el hombre creado por Dios,
quede renovado en el nuevo Hombre, Jesús, el Mesías de Dios, el hijo de David.
En Mt 23,1-12 Jesús habla a la gente
y le previene. En la cátedra de Moisés se
han sentado los escribas y fariseos: haced lo que dicen pero no hagáis lo que
hacen. Hacer lo que dicen porque ellos leen las Escrituras santas (esa
larga historia de la salvación que Dios ha entretejido a través de siglos, y
esas tienen todo su valor). Otra cosa es lo que ellos hacen, porque ellos dicen
una cosa y obran de otra.
Ellos van buscando medrar, ser
reverenciados… La fuerza se les va por las apariencias: buscar los primeros
puestos en las sinagogas, y las reverencias por las calles y plazas… Imponen
cargas pesadas a los fieles, pero ellos no las tocan siquiera. Buscan ser
llamados “maestro”…
Vosotros nos os hagáis llamar ni
“maestro”, ni “padre”, ni “jefe”, porque el único que es padre, maestro y jefe
vuestro es Dios. Ya sabemos que Jesús gusta irse al extremo. Pero su enseñanza
básica en este momento es que el primero
entre vosotros se haga servidor porque el que se humilla será enaltecido.
Ahí queda esa realidad última como
el núcleo de esa enseñanza de Jesús. No se opone Jesús a la enseñanza que dan
los fariseos, que se basa en toda la historia anterior, la historia de sus
padres y la permanente presencia de Dios junto a su pueblo. Lo que Jesús busca
es que todo eso redunde en una posición distinta a la que van los fariseos. No
está Jesús contra la ley y contra los profetas, la doctrina que viene de
antiguo, a la que Jesús no quita ni una coma. Frente a lo que está Jesús es
contra la mala praxis que de hecho vivían los fariseos, en esa postura de
apariencias, que había desfigurado el proyecto de Dios. Por eso hay que vivir
en la humildad del que se pone en el último lugar. Y el que se humilla y se
sitúa el último, será enaltecido y puesto en primer lugar.
Predicad, predicad a vuestros hermanos el Evangelio y, si fuera necesario, hacedlo hasta con vuestras propias palabras...No hay un testimonio sin una vida coherente. Lo que hoy hace falta, más que maestros, unos testigos valientes que se atrevan a hablar de Jesucristo; que no se avergúencen del Nombre de Cristo y de su Cruz, que sean capaces de hablar en las plazas ante los voraces leones y que sean valientes y que no se vengan abajo ante las potencias de este mundo...Porque mis obras harán más comprensible tu mensaje.
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