LITURGIA
De tantas veces como se repite este evangelio de hoy (Mt.16,13-20),
resulta ya muy difícil dar una explicación que contenga una originalidad. De
hecho es para los católicos un texto de suma importancia porque es la promesa
de institución de la Iglesia sobre los hombros de un hombre que va a ser el que
represente a Jesucristo a través de los siglos.
Jesucristo ha preparado el terreno a
base de preguntar a sus discípulos; primero con una pegunta que no comprometía
nada: ¿Quién dicen los hombres que es el
Hijo del hombre? Ahí tenían los discípulos todo el terreno para explayarse…
Les bastaba trasladarle a Jesús lo que
cada uno había escuchado: unos que Elías, otros que Jeremías o alguno de
los profetas.
La pregunta clave venía después, cuando ya cada cual
había expresado lo que había oído. Y lo que queda claro es que todas las
comparaciones iban en la línea de lo religioso. Nadie de entre la gente había
pensado en otra cosa que fuera de orden meramente humano. A Jesús lo veían, de
una otra manera, como un enviado de Dios.
Y Jesús ahora les pregunta
directamente a ellos: Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo? Ahí es donde Dios habla por boca de Simón, que se
adelanta a sus compañeros y confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios
vivo. Es evidente que eso no lo ha dicho Simón de su propia cosecha, y
que ahí ha intervenido Dios mismo. Y así lo expresa Jesús con una admiración y
bendición grandes hacia Simón: Bienaventurado
eres, Simón, el hijo de Jonás, porque eso no es lo que tú ves sino que te lo
ha revelado mi Padre del Cielo.
Y yo
ahora por mi parte te digo que tú eres
Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno
no podrán contra ella.
Lo que viene a continuación atrae a
la 1ª lectura de Isaías (22, 19.23) en la que se promete a Eliacín poderes
sobre el pueblo, y la llave de David, que abre y nadie puede cerrar, o cierra y
nadie puede abrir. Porque Jesús promete ahora a Pedro las llaves del reino de los cielos, de modo que lo que ate en la tierra
queda atado en el cielo, y lo que desate en la tierra queda desatado en el
Cielo. Es decir: los plenos poderes, el mismo poder de Jesús en lo tocante
a la realidad de esa Iglesia.
Éste es el mensaje que nos trasmite
hoy la liturgia del día. Y como la persona de Pedro no es eterna, quiere decir
que la promesa de Jesús está extendiendo su realización a una perennidad que es
la que se verifica en cada “Pedro” que sucede a Simón Pedro en esa cátedra de
la Iglesia que se va desarrollando a través de los siglos en cada Papa.
Rom 11,33-36 es como un coro de
alabanza hacia todo ese misterio que ha expresado la liturgia esencial del día:
¡Qué insondables los caminos de Dios!...
¡Qué riqueza y sabiduría la de Dios! De él, por él y para él son todas las
cosas. Por eso la “contemplación de Dios” o de “las cosas de Dios” por
parte de nosotros ha de hacerse con una enorme reverencia y aceptación. Cuando
algo no entendemos, hemos de reconocer que no lo entendemos nosotros, pero
nunca hemos de volvernos contra Dios, en quejas contra Dios y menos aún en
protestas contra Dios. Nos toca comprender que hay un abismo de sabiduría y
ciencia al que no podemos llegar, pero que hemos de acoger con verdadero
sentido de adoración. Porque Dios es sublime y está muy por encima de nuestras
capacidades de comprensión. Él las sobrepasa y lo que nos queda es que ir
viviendo el día a día en búsqueda de oración para poder ir descifrando lo
misterios que no entendemos.
La Eucaristía vendrá a abrirnos
luces sobrenaturales con las que ir abriendo el cofre de los secretos de Dios.
Cuando se conoce superficialmente a una persona hay cosas que pueden pasar desapercibidas, que te pueden dejar indiferente; pero si conoces tan profundamente a alguién como Pedro conoció a Jesús, te implica y te transforma. Nos lo dice el Evangelio de hoy: hay gente debatiendo sobre Jesús, como se debate sobre cualquier personaje famoso; pero Simón se ha implicado con Jesús y ha querido conocer el secreto de su corazón y esto le transformó de una manera que Jesús le cambió el nombre: Pedro. Y, sobre esta FE que es un don del Padre, se edifica la Iglesia como Comunidad de los discípulos de Jesús. Él nos devuelve la implicación y se compromete con nosotros y le da a Pedro las llaves del Reino de los cielos. Somos Iglesia, somos responsables de abrir a todos las puertas del Reino; es la voluntad del Padre que nadie se sienta excluido. Jesús prohibió a los discípulos que dijeran que Él era el Mesías. Primero tenía que ser crucificado y resucitar. Nosotros, no podemos esconderlo a nadie.
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