Liturgia
Pasamos al libro de los Números (11,4-15) y nos encontramos
con el pueblo que se queda porque añora
las ollas de carne que tenía en Egipto gratuitas, con sus puerros y cebollas, y
sus hortalizas, mientras que en el desierto no come otra cosa que el maná, que
ya llega a causarle náuseas.
Moisés escucha los lamentos del pueblo y se dirige Dios con una oracion confiada e insistente,
en la que él mismo le dice a Dios ue le ha puesto sobre sus hombros una carga
que él no puede llevar; que le ha constituido en una especie de nodriza que
tiene que llevar en brazos a todo ese pueblo. ¡Y él no puede más! Y en esa
confianza de oración con quien ha dialogado otras veces cara a cara, le llega a
poner en un dilema: o tú, Dios. Sales en ayuda
de este pueblo, o mejor, si no, que me hagas morir.
No tenemos hoy la solución, pero ya nos sirve muy bien esta
forma de orar como una enseñanza para nuestros momentos más difíciles, en que
uno puede hablar con Dios con toda espontaneidad y confianza, y vivir así la forma
de oración que Jesús nos enseñó en el evangelio: oración insistente,
repetitiva, continuada…, que acabe alcanzando de Dios lo que se le pide. Quizás
nos enseña un aspecto que no solemos tener porque nos parecería de poco respeto
o de poca aceptación de los planes de Dios. Pero es que muchas veces esos son precisamente los planes de Dios: que lo
tratemos con esa cercanía y esa insistente confianza que busca alcanzar lo que
pedios, “sea como sea”. El paso siguiente es quedarse a la espera de Dios, que
da las soluciones, aunque no sea siempre ni tan inmediata ni tan como la
deseamos.
Herodes ha decapitado al Bautista. Jesús experimenta un
rechazo cordial a aquella situación y –muy a su estilo- opta por pasarse a la
otra orilla. [No deja de ser pedagógico para nosotros saber descubrir que ante
una situación no recta por nuestra parte, Jesús “se pasa a la otra orilla”; no
acepta las medias tintas, no está de acuerdo con determinadas actitudes. Y no
nos dice nada, no nos reprocha, pero se retira. Que ya es una enseñanza para
nosotros].
Va en la barca con sus Doce, buscando un sitio tranquilo y
apartado, donde digerir el dolor por la muerte del hombre ejemplar que fue
Juan. Pero las gentes han adivinado hacia dónde se dirigía la barca y –por tierra-
han ido reuniéndose miles de personas que llegan al lugar adonde iba Jesús, y
allí viene a encontrarse el Señor con aquel espectáculo, que lleva por
delante sus enfermos y que son el
reclamo evidente para atraer la atención del Maestro.
Jesús se olvidó ya de todo. Se dedicó a curar a los
enfermos imponiéndoles las manos, y a hablarles a las gentes del Reino de Dios.
Y se le fue el santo al cielo. Fueron los apóstoles quienes tuvieron que venir
a avisarle que despidiera a las gentes para que se buscaran comida en las
aldeas vecinas. Y se encontraron con la sorpresa y extrañeza de que Jesús les
decía que ellos les dieran de comer.
Podemos imaginar la estupefacción de aquellos hombres, que sólo contaban con lo
que ellos llevaban para comer aquel día el grupo: 5 panes y dos peces. Y así se
lo hacen saber a Jesús.
Jesús les pide que se los lleven. Los bendice con su acción
de gracias a Dios, y los hace trozos que va dando a cada uno de ellos para que
ellos los repartan entre las gentes. Nueva perplejidad: ¿qué hacen ellos con un
trozo de pan para repartir entre miles? ¡Pues puede ser! Y conforme daban,
nuevos trozos les quedaban. Y así repartieron entre 5,000 varones adultos,
aparte de las mujeres y los niños que estaban también presentes allí.
Comieron y se saciaron, y todavía sobró, lo que Jesús quiso
que constara haciéndose recoger a los discípulos, que se hicieron de doce
cestos y cada uno recogió su parte: los doce cestos llenos.
La narración acaba aquí por hoy. Pero algo extraño debió
ocurrir cuando el momento siguiente comenzará con Jesús obligando perentoriamente a sus discípulos a subirse solos a la
barca y marchar de allí. Seguramente tengamos que recurrir a San Juan para
tener una idea de lo que había pasado: que las gentes entusiasmadas por lo
sucedido pretendieron hacer a Jesús “su rey”, porque era ventajoso tener de
jefe a quien resolvía los problemas de aquella manera. Y a lo mejor los Doce se
implicaron de alguna manera en aquel movimiento.
La reacción de los Discípulos es normal; estaban dispuestos a compartir lo que tenían pero dentro de un orden...Siempre se llega si se tiene buena voluntad y ellos la tenían y sobre todo, tenían a Jesús al lado...Siempre cuando hemos compartido nuestra comida o nuestro tiempo, nos ha llegado y , aún nos ha sobrado; estamos acostumbrados a que en nuestra vida corriente se produzcan estos "milagros".J4esús, sufre por aquella multitud y, para que no les falte, se da a SÍ mismo. NO DA LO QUE LE SOBRA... NOS DICE A NOSOTROS. Sed delicados y afectuosos como Yo.
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