Liturgia: La trasfiguración del Señor
Hoy celebra la Iglesia la transfiguración del Señor, ese
acontecimiento excepcional que se dio en la vida de Jesús. Jesús toma consigo a
Pedro, Santiago y Juan (Mt 17, 1-9) y se los lleva a una montaña alta, el monte
Tabor. Ocho días antes había sucedido aquel momento duro en que los discípulos
se habían escandalizado ante el anuncio de una persecución y una cruz a manos
del poder civil. Y Jesús había reprendido severamente a Pedro (y en realidad,
en Pedro iba la corrección de todos los demás).
Ahora Jesús toma a Simón y con él a Juan y a Santiago, los
que siempre fueron testigos de los grandes acontecimientos de la vida del
Maestro. Y con ellos se sube a la montaña y a ellos les hace ver su gloria. Sus
vestidos quedan blancos como la nieve y su rostro se ilumina resplandeciendo
como el sol. Jesús les pone delante el destello de su realidad, que deja a las
claras que es ese Mesías, Hijo del Dios
vivo, que Simón había confesado. Aparecen Moisés y Elías conversando con Jesús.
Moisés representa la Ley, toda la historia del pueblo judío que se fue haciendo
a través de la orientación que él les trasmitió de parte de Dios. Elías es el
símbolo de toda la enseñanza de los profetas a través de los siglos. Pues bien:
San Lucas nos dirá que hablaban de su
muerte que iba a suceder en Jerusalén. Por tanto la luz de la
transfiguración no disminuye en nada del anuncio anterior de su padecer.
Transfiguración y cruz van unidas en la pedagogía de la historia de la
salvación.
Y como la corroboración definitiva, una nube densa, signo
bíblico muy conocido para expresar la presencia de Dios, y una voz del Cielo que
afirma a los discípulos que Éste es mi HIJO MUY AMADO, voz de
Dios que ratifica ante Pedro, Juan y Santiago y ante toda persona que se
acerque al Evangelio, que Jesucristo, el de la Cruz y el de la luz
resplandeciente, es el mismo HIJO AMADO DE DIOS.
Pedro encuentra más bello lo que da la experiencia del
Tabor que lo que antes había anunciado Jesús sobre su padecer, y pregunta a Jesús
si hacen allí tres tiendas, como
lugar de estancia de Jesús, de Moisés y de Elías. Lo que los tres discípulos no
quieren es bajar al llano, allí donde ha quedado tan cruda la realidad de un
Mesías que tiene que padecer.
El hecho es que cuando los discípulos vuelven en sí, se
encuentran con Jesús, el de siempre, el Jesús sin brillos ni luces, o como dice
el texto llanamente, vieron a Jesús solo.
Ni había ya signos del cambio anterior, ni estaban Moisés ni Elías. Puestos
ante los ojos todos los signos anteriores como pedagogía del conjunto que
espera, ahora ya queda solo Jesús, el Jesús de los caminos de Palestina, el de
la barca, el de las gentes.
Ésta es la gran lección que nos deja la fiesta de hoy:
Jesús tiene destellos diversos en la vida de las personas. Puede haber momentos
en que sintamos más de cerca su presencia y su acción. Pero la vida diaria es
la que va quedando, con esa presencia normal por la que Jesús se nos revela en
los acontecimientos, algunos que son más luminosos y otros que son más del
llano, más de la vida del día a día.
Se completa la liturgia del día con esa 1ª lectura del
libro de Daniel (7, 9-10.13-14) que nos presenta a Dios mismo, revelándose bajo
unos signos que expresan su eternidad (“Anciano” vestido de blanco y cabellera
como de lana purísima) y toda esa visión sobrenatural en la que se anuncia ya
la llegada del Hijo del hombre sobre las nube del cielo. Prepara así el hecho
de la transfiguración.
Del hecho en sí da fe Pedro en la 2ª lectura (2ª, 1,16-19)
como testigo presencial, que expresa con gran emoción aquello que él vio y la
voz que él escuchó cuando estaban en la montaña santa. Y nos exhorta a
prestarle atención al hecho, que es como una lámpara encendida en medio de las
tinieblas, porque nos pone delante el triunfo de Jesucristo que no será vencido
por la muerte. Jesucristo es una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta
que despunte el día. En efecto, los que
vivimos en la oscuridad de la vida diaria, tenemos que tener los ojos abiertos
y la fe muy dispuesta para confiar en la luz que nos espera.
La EUCARISTÍA sintetiza toda esta lección y todo ese
suceso, pues, en la celebración de la que participamos, estamos anunciando –de
una parte- la muerte de Cristo, y simultáneamente estamos proclamando su
resurrección. Tenemos juntas las dos experiencias del Jesús que padece y del
Jesús triunfal que vive junto al Padre y está sentado a la derecha de Dios.
Al Dios eterno, que nos presenta a su Hijo, elevamos nuestra
súplica.
-
Que no nos escandalice la cruz, y que sepamos asimilarla en nuestra
vida. Roguemos al Señor.
-
Que vivamos en la firme esperanza de la resurrección, que nos anuncia
Cristo transfigurado, Roguemos al señor.
-
Que hagamos “tienda” en nosotros donde pueda hacer presencia Jesús, Roguemos al Señor.
-
Que la Eucaristía nos haga presente el misterio salvador de Jesucristo,
Roguemos al Señor.
Concédenos,
Padre, ser transformados a imagen de Jesús para darle más pleno sentido a los
sucesos de nuestra vida.
Por Jesucristo N. S.
Jesús, iba camino de Jerusalén en compañíade Pedro, Santiago y Juan y se transfiguró ante ellos , en una especie de aparición anticipada del Resucitado: Para que no tuvieran ninguna duda y acabaran de creer que aquel Jessús que caminaba con ellos, sencillo, vulgar, que pronto loiban a ver tendido sobre la cruz, deshecho, cubierto de sangre es el mismo que pronto lo van a ver cubierto de gloria. Al celebrar ahora este episodio de la vida de Jesús, queremos decir que es un buen momento para incortorarlo en nuestra vida cotidiana. Seguramente que nos habrá ocurrido como Pedro, Santiago y Juan, que también nosotros hemos percibido su presencia divina en nuestros corazones y nos hemos sentido super bien; en el núcleo más auténtico de cada ser humano, allí donde reside toda su dignidad de ser hijo de Dios que ningún pecado ni circunstancia de ningún tipo, puede destruir. Entonces podemos amar a los demás tal como son porque los vemos tal como serán . Esto también nos sirve para vernos a nosotros mismos. Es una buena manera de fomentar nuetra autoestima.
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