Liturgia
Hoy es el día de la VIRGEN DE LOS ÁNGELES. Felicidades a
todas las Ángeles, Angelitas y María de los Ángeles.
En la Liturgia del miércoles –Ex 34, 29-35-encontramos a
Moisés que baja del Monte Sinaí después de haber estado allí 40 días hablando
con Dios, y llevando en sus manos las dos Tablas de la Alianza, el Decálogo. Le
brillaba el rostro, como si hiciera de espejo que refleja la luz de la
presencia de Dios. Tuvo que echarse un velo por el rostro cuando hablaba al
pueblo, mientras que ese velo lo levantaba cuando iba a la Tienda del Encuentro
para hablar con Dios.
Es todo un símbolo y llamada a la profundidad de nuestra
oración, que debe irnos transformando la faz de nuestra vida y que vaya
reflejando esas horas de haber estado con Dios a través de nuestra existencia.
Yo recuerdo que el Padre Maestro de novicios jesuitas que yo tuve, nos decía
que él haría con gusto una doble fotografía: al aspirante que llega al
noviciado y a esa misma persona al cabo de un año de noviciado. Aseguraba que
reflejaban dos imágenes diferentes. La causa era esa paz de la vida vivida en
el noviciado, que encerraba tantas horas de estar en oración en la presencia de
Dios, más la formación espiritual de aquel año.
Y no es difícil de constatar en muchas personas de vida
interior, cuyo semblante refleja algo muy diferente de quienes no tienen esa
riqueza de la relación personal con Dios a través de la oración y la
Eucaristía.
Mt 13,44-45 nos vuelve a las parábolas del tesoro
encontrado en el campo y la perla fina con que se topa un comerciante en joyas.
Jesucristo nos muestra ahí el valor del Reino. El Reino, ese mundo en el que
predomina Dios y la voluntad de Dios, y en definitiva a Cristo, es el gran
tesoro, la gran perla. El día que alguien se lo encuentra de verdad, es el
momento en que merece la pena vender todo lo que uno tiene y comprar aquel
campo o aquella perla, que vale más que todo lo que se poseía.
Lo importante es pasar estas cosas a la vida real.
Comprobar en nosotros mismos si es un hecho que daríamos todo lo que
tenemos con tal de encontrar la riqueza
del Reino. Con tal de no perder un tiempo de oración, un rato de visita al
Señor, una Eucaristía, la visita a una persona que lo necesita, la muestra de
cariño a quien nos resulta menos agradable, y tantos y tantos detalles como en
la vida práctica suponen “vender lo propio” –tenemos muchas “cosas propias-
para hacer posible estar dispuestos a afrontar valores superiores del Evangelio.
Sería buena oportunidad para hacer un poco de revisión de “nuestras
cosas”. Que no son sólo objetos materiales (muchas veces es lo de menos) pero
que son realidades personales que llevamos arrastrando en nuestra vida. Máxime
cuando se convierten en “posesiones” de uno mismo, en las que uno se encierra
fácilmente con su “yo soy así”…
Las parábolas en cuestión son de mucha más aplicación
práctica de lo que parecen, y lo que nos ocurre es que al cabo de haberlas escuchado
tantas veces las hemos metido ya en ese arcón de “la espiritualidad” donde los
valores profundos del evangelio se quedan archivados y sin referencia práctica
en la vida de la persona.
El Evangelio de hoy nos reporta alegría; nos dice que todo esfuerzo tiene sentido y no supone obligación. El encuentro con Cristo puede ser contagioso, dulcemente contagioso si se conoce a Jesucristo y si se vive con enamoramiento. Si todo nos habla de Él.El seguimiento cristiano es contagioso de necesidad cuando se vive a flor de piel y se alimenta con la Eucaristía y la Oración personal y comunitaria. Nuestro rostro se vuelve resplandeciente con Su Presencia, como el de Moisés.
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