05 de marzo de 2015 (Zenit.org) - La mundanidad oscurece el alma,
haciéndonos incapaces de ver a los pobres que viven junto a nosotros con todas
sus llagas. Lo ha señalado este jueves el papa Francisco en la misa matutina
celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta.
Durante la homilía, el Santo Padre ha comentado la parábola del
rico epulón, un hombre vestido "de púrpura y lino finísimo" que
"cada día se daba lujosos banquetes". El Pontífice ha observado que
no se dice de él que fuera malvado: al contrario, "tal vez era un hombre
religioso, a su manera. Rezaba, quizás, alguna oración y dos o tres veces al
año seguramente iba al Templo a hacer sacrificios y daba grandes ofrendas a los
sacerdotes, y ellos con aquella pusilanimidad clerical se lo agradecían y le
hacían sentarse en el lugar de honor". Pero no se daba cuenta de que a su
puerta estaba un pobre mendigo, Lázaro, hambriento, lleno de llagas,
"símbolo de tanta necesidad que tenía". El Papa ha explicado la
situación del hombre rico:
"Cuando salía de casa, eh no... tal vez el vehículo con el
que salía tenía los cristales polarizados para no ver fuera... tal vez, pero no
sé... Pero seguramente, sí, su alma, los ojos de su alma estaban oscurecidos
para no ver. Solo veía dentro de su vida, y no se daba cuenta de lo que había
sucedido a este hombre, que no era malo: estaba enfermo. Enfermo de mundanidad.
Y la mundanidad transforma las almas, hace perder la conciencia de la realidad:
viven en un mundo artificial, hecho por ellos... La mundanidad anestesia el
alma. Y por eso, este hombre mundano no era capaz de ver la realidad".
Y la realidad es la de muchas personas pobres que viven junto a nosotros:
"Muchas personas que llevan la vida de manera difícil, de
modo difícil; pero si tengo el corazón mundano, nunca entenderé eso. Con el
corazón mundano no se puede entender la necesidad y lo que hace falta a los
demás. Con el corazón mundano se puede ir a la iglesia, se puede rezar, se
pueden hacer tantas cosas. Pero Jesús, en la Última Cena, en la oración al
Padre, ¿qué ha rezado? 'Pero, por favor, Padre, custodia a estos discípulos
para que no caigan en el mundo, que no caigan en la mundanidad'. Es un pecado
sutil, es más que un pecado: es un estado pecador del alma".
En estas dos historias --ha afirmado el Santo Padre-- hay dos
sentencias: una maldición para el hombre que confía en el mundo y una bendición
para el que confía en el Señor. El hombre rico aleja su corazón de Dios:
"su alma está desierta", una "tierra salobre donde ninguno puede
vivir", "porque los mundanos, a decir verdad, están solos con su
egoísmo". Tiene "el corazón enfermo, tan apegado a este modo de vivir
mundano que difícilmente podía sanar". Además --ha añadido el Pontífice--,
mientras que el pobre tenía un nombre, Lázaro, el rico no lo tiene: "no
tenía nombre, porque los mundanos pierden el nombre. Son solo uno más de la
masa acomodada, que no necesita nada. Los mundanos pierden el nombre".
En la parábola, el hombre rico, cuando muere se encuentra
atormentado en el infierno, y le pide a Abraham que envíe a alguien de entre
los muertos para advertir a los familiares que aún viven. Pero Abraham le
contesta que si no oyen a Moisés y a los Profetas tampoco se persuadirán aunque
uno resucitase de entre los muertos. El Papa ha señalado que los mundanos
quieren manifestaciones extraordinarias, sin embargo, "en la Iglesia todo
está claro, Jesús ha hablado con claridad: ese es el camino. Pero al final hay
una palabra de consuelo":
"Cuando aquel pobre hombre mundano, atormentado, le pide que
envíe a Lázaro con un poco de agua para ayudarlo, ¿cómo responde a Abraham?
Abraham es la figura de Dios, el Padre. ¿Cómo responde? 'Hijo, recuerda...'.
Los mundanos han perdido el nombre; también nosotros, si tenemos el corazón
mundano, hemos perdido el nombre. Pero no somos huérfanos. Hasta el final,
hasta el último momento existe la seguridad de que tenemos un Padre que nos
espera. Confiemonos a Él. 'Hijo'. Nos dice 'hijo', en medio de esa mundanidad:
'hijo'. No somos huérfanos".
Tal vez mi corazón esté un poco enfermo de mundanidad y no sea capaz de ver el sufrimiento que hay a mi alrededor...¿ a qué dedico mi vida? ¿a la caridad, al amor, al servicio o a contemplarme a mí misma y celebrar cada día lo bien que hago las cosas y lo honrada que soy?
ResponderEliminarNo perderemos nuestro nombre si nos unimos a Cristo para que nos enseñe a vivir como hijos de Dios, ya que Él mismo nos enseñó a llamarle ABBA que, traducido queda en: "papá", "papaíto".Al mismo tiempo, nos ayudará a descubrirlo en los hermanos, sobre todo, en los pobres. Somos muy frágiles, pero tenemos un Padre que nos espera y nos da seguridad si le pedimos que sane nuestro corazón.