29 de marzo de 2015 (Zenit.org) - El papa Francisco ha presidido
hoy, a las 9:30 horas, la solemne celebración litúrgica del Domingo de Ramos y
de la Pasión del Señor en la Plaza de San Pedro.
En el centro de la plaza, cerca del obelisco, el Santo Padre ha
bendecido las palmas y ramas de olivo y, al final de la procesión, ha celebrado
la Misa de la Pasión del Señor delante de la basílica de San Pedro.
Con motivo de la XXX Jornada Mundial de la Juventud, sobre el tema
"Bienaventurados los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios", han participado en la celebración
eucarística numerosos jóvenes de Roma y de otras diócesis.
A continuación publicamos la homilía que ha pronunciado el
Pontífice después de la proclamación de la Pasión del Señor según San Marcos:
"En el centro de esta celebración, que se presenta tan
festiva, está la palabra que hemos escuchado en el himno de la Carta a los
Filipenses: «Se humilló a sí mismo». La humillación de Jesús.
Esta palabra nos desvela el estilo de Dios y, en
consecuencia, el que debe ser del cristiano: la humildad. Un estilo que nunca
dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un
Dios humilde.
Humillarse es ante todo el estilo de Dios: Dios se humilla
para caminar con su pueblo, para soportar sus infidelidades. Esto se aprecia
bien leyendo el Libro del Éxodo: ¡Qué humillación para el Señor oír todas
aquellas murmuraciones, aquellas quejas! Estaban dirigidas contra Moisés, pero,
en el fondo, iban contra él, contra su Padre, que los había sacado de la
esclavitud y los guiaba en el camino por el desierto hasta la tierra de la
libertad.
En esta semana, la Semana Santa, que nos conduce a la Pascua, seguiremos
este camino de la humillación de Jesús. Y sólo así será «santa» también
para nosotros.
Veremos el desprecio de los jefes del pueblo y sus engaños para
acabar con él. Asistiremos a la traición de Judas, uno de los Doce, que lo
venderá por treinta monedas. Veremos al Señor apresado y tratado como un
malhechor; abandonado por sus discípulos; llevado ante el Sanedrín, condenado a
muerte, azotado y ultrajado. Escucharemos cómo Pedro, la «roca» de los
discípulos, lo negará tres veces. Oiremos los gritos de la muchedumbre,
soliviantada por los jefes, pidiendo que Barrabás quede libre y que a él lo
crucifiquen. Veremos cómo los soldados se burlarán de él, vestido con un manto
color púrpura y coronado de espinas. Y después, a lo largo de la vía dolorosa y
a los pies de la cruz, sentiremos los insultos de la gente y de los jefes, que
se ríen de su condición de Rey e Hijo de Dios.
Esta es la vía de Dios, el camino de la humildad.
Es el camino de Jesús, no hay otro. Y no hay humildad sin
humillación.
Al recorrer hasta el final este camino, el Hijo de Dios tomó la
«condición de siervo». En efecto, la humildad quiere decir servicio,
significa dejar espacio a Dios despojándose de uno
mismo, «vaciándose», como dice la Escritura. Este «vaciarse» es
la humillación más grande.
Hay otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La
mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo, del éxito... Es la
otra vía. El maligno se la propuso también a Jesús durante cuarenta días en el
desierto. Pero Jesús la rechazó sin dudarlo. Y con él, sólo con su gracia, con
su ayuda, también nosotros podemos vencer esta tentación de la vanidad, de la
mundanidad, no sólo en las grandes ocasiones, sino también en las
circunstancias ordinarias de la vida.
En esto, nos ayuda y nos conforta el ejemplo de muchos hombres y
mujeres que, en silencio y sin hacerse ver, renuncian cada día a sí mismos
para servir a los demás: un familiar enfermo, un anciano solo, una persona con
discapacidad, un sin techo...
Pensemos también en la humillación de los que, por mantenerse
fieles al Evangelio, son discriminados y sufren las consecuencias en su propia
carne. Y pensemos en nuestros hermanos y hermanas perseguidos por ser
cristianos, los mártires de hoy, hay muchos. No reniegan de Jesús y soportan
con dignidad insultos y ultrajes. Lo siguen por su camino. Podemos hablar, en
verdad, de «una nube de testigos»: los mártires de hoy.
Durante esta semana, emprendamos también nosotros con
decisión este camino de la humildad, con mucho amor a Él, nuestro Señor y
Salvador. El amor nos guiará y nos dará fuerza. Y, donde está él,
estaremos también nosotros".
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