Historias
divergentes
Jesús ha sido
prendido y maniatado. Los apóstoles han huido. Uno, ha sido el responsable de
todo esto: Judas, el traidor, que sólo Dios sabe adónde se fue tras aquella
acción. Lo que San Marcos nos aporta ya es la “procesión” de aquellos hombres
que conducen a Jesús a los palacios del sumo sacerdote, adonde se han reunido
los sacerdotes, los ancianos, los escribas… (en una mescolanza no normal, pero
ahora puesta de acuerdo en la causa contra Jesús).
En un aparte, de lejos, Simón Pedro que va siguiendo a la
comitiva y que logra meterse en el patio del palacio y sentarse al fuego de
unas brasas para calentarse.
En el trayecto
desde el Huerto, a Jesús le han empujado y le han llevado de mala manera. No se
puede perder de vista que Jesús viene de tres horas de agotadora oración en su
lucha entre el sí a Dios y la resistencia de su ser humano. Y que Jesús no
puede seguir el paso de los “triunfadores” que van eufóricos por lo bien que
les ha salido todo, y sin tantas dificultades como de las que les había
prevenido el propio Judas.
Entran en el
pato aquel. Y Marcos sitúa ya los hechos directamente en la “sala de juicios”,
con los sumos sacerdotes y ancianos buscando motivos y testimonios para
condenar a Jesús. Porque no se pretendía otra cosa. No se pretendía aclarar
nada. Se tenía ya decidido de antemano la sentencia, pero había que
justificarla (hacerla “justa”). Y los testigos que aparecen no dan datos
consistentes, y no se halla el testimonio necesario para sentenciar lo que ya
está decidido. Cuando aparece uno que –falsamente- testifica haberle oído a Jesús decir que Él destruiría
el Templo edificado por hombres y edificaría en tres días uno que no estaría
hecho por manos humanas. Aun así no se ponen de acuerdo los testigos.
Todavía
podemos sacar dos historias de esta historia: de una parte, Simón Pedro que se
bebe con la vista todo lo que se mueve, en su intento de saber qué está
ocurriendo con Jesús y, sin darse cuenta ni pretenderlo, señalándose en medio
de gente baja muy acostumbrada a la sospecha y al chismorreo.
De otra parte,
hay una historia paralela, que es la que vive Jesús desde el primer instante.
Desde ese momento del poder de las
tinieblas en que han caído sobre Él los apresadores… Judas, resonando y
rechinando en el corazón de Jesucristo…: el discípulo que ha sido capaz de
traicionarle, con aquel beso que quemaba todavía su rostro.
Sus manos
atadas como las de un malhechor, pasando por entre las casas de la ciudad, que
si bien ya todo el mundo dormía, bien podía ser que una sola persona se asomara
ante el ruido de tropel de gentes, y bastaba para que a la mañana siguiente se corriera
la noticia. Y en lo más hondo de su corazón, el dolor por sus apóstoles huidos…:
¿dónde estarían?, ¿qué harían?, ¿cómo estarían? ¡Se habían escandalizado! ¡No
supieron o no pudieron velar una hora…
Y luego, ya durante
aquel simulacro de juicio, el dolor de quien es la honradez en persona,
observando las pasiones desatadas de jefes y testigos…, la falsía de todo
aquello, donde se tenía la sentencia dada y todo lo demás era un paripé. ¿Qué
sentía en su alma aquel que era la Verdad misma? ¿Qué veían sus ojos y qué
sentía en su corazón? Precisamente cuando todo aquello ya estaba abocado a que
iban a condenarlo a muerte…
LITURGIA DEL DÍA
ResponderEliminarAbordan las lecturas de hoy el tema del SABER PERDONAR, de vivir el perdón.
Dan 9, 4-10 es un reconocimiento de la propia culpa y la culpa del pueblo. Un reconocimiento dolorido y arrepentido. Un reconocimiento que les lleva a suplicar el perdón y a esperarlo del Dios, que es piadoso y perdonador.
Lc 6, 36-38 es la propia enseñanza de Jesús, que empieza recordándonos que hemos de ser misericordiosos como nuestro Padre del Cielo lo es. Y que es misericordia traducida a nosotros nos debe llevar a perdonar a quien nos ha ofendido. Que no juzguemos si no queremos entrar en la rueda de que a nosotros también nos juzguen. Porque la "ley del talión" lleva a que nos juzguen como nosotros juzgamos. Y que a la grandeza del perdón que otorguemos, sucederá la medida también generosa por la que seremos perdonados.
Pedimos perdón a Dios, sinceramente, en esta Cuaresma (es período que nos incita a ello). Pensemos que el perdón no es sólo palabra: supone reconocimiento sincero de la culpa, sin justificaciones para aminorarla. Y pensemos que sólo podemos dirigirnos a Dios a pedirle perdón si nosotros hemos ya perdonado a quienes nos han ofendido. Y Dios perdonará con abundancia de su perdón.
"Señor, Dios impresionante y temible...Nosotros hemos pecado, nos hemos rebelado, te hemos desobedecido.." Esta confesión que hiciera el profeta Daniel en nombre del pueblo de Israel, nos sirve perfectamente a los hombres y a las mujeres de nuestros días. No escuchamos a nuestro Padre que nos habla a través de sus Ministros; desobedecemos y esto es muy grave ya que es imposible conseguir la salvación eterna si no nos unimos a Cristo y obedecemos como Él, que se sometió, por nuestra salvación , a cuantos colaboraron, de alguna manera, en los planes de la Redención que llevó a cabo, , tanto si eran dignos como si no lo eran; a Sacerdotes o simples funcionarios del Imperio Romano.
ResponderEliminarSABER PERDONAR y AMAR A LOS ENEMIGOS; es un mensaje corto pero muy intenso y de muy dificil cumplimiento...El Señor que tanto nos ha perdonado y nos perdona nos ayuda y nos pide que lo hagamos nosotros: que seamos compasivos, que no juzguemos, que no condenemos nunca, que vivamos nuestra vida en clave de amor y de perdón ¡SIEMPRE..!. Sólo así, el Señor podrá perdonarnos y salvarnos. Para poder perdonar como el Señor perdona, necesariamente, tiene que haber una intervención divina, nosotros, como criaturas, no podemos perdonar y amar al que nos ha herido...Si conseguimos perdonar es porque Dios nos ha dispensado su ayuda.