Los detalles
de San Mateo
Estamos
intentando descubrir peculiaridades del evangelio de San Mateo en la descripción
de la Pasión de Jesús.
Una variante
importante es el recado que la esposa de Pilato envía a su marido: No hagas nada a ese justo, porque he
padecido mucho hoy en sueños por su causa. Ya estaba Pilato sentado en el
tribunal y a punto de dar sentencia, cuando surge un recado que define a Jesús
como “justo”, como no culpable, como inocente.
No obstante
Pilato entrega a Jesús a los azotes, que eran previos a la sentencia de cruz. Y
aún deja Pilato en manos de la soldadesca al “justo”.
Mateo añade un
matiz a las otras descripciones de la coronación de espinas, y es esa caña –a modo
de cetro- que ponen en las manos a Jesús (para burlarse de su realeza) y cogían la caña y golpeaban su cabeza. Un
dato que no es de poca importancia porque reproducía y amplificada el tormento,
casi mortal, de las espiras hiriendo los huesos de la cabeza.
Hay quienes piensan
que no fue corona sino casquete, pero la premura del tiempo y la improvisación
avalan más que fue una corona alrededor de la cabeza, mucho más fácil de
construir sobre la marcha, y para la burla que estaban realizando.
Y después de
todo esto, hallamos una de las situaciones más absurdas de toda esta historia.
La aporta San Mateo: Viendo Pilato que no adelantaba nada sino que el
tumulto aumentaba, tomó agua y se lavó las manos, diciendo: “Soy inocente de la
sangre de este justo”. Confieso que es uno de los momentos que más me
indignan en la Pasión. Porque ¿qué quería “adelantar” un juez que no ha hecho
otra cosa que recular desde que empezó el proceso? ¿Qué puede adelantar un
hombre que no ha querido ni saber “la verdad”, y que ha ido dejando en manos de
los demás la dirección de cada momento de aquellos?
Pero si
indignante es eso, mucho más es la “respuesta” que da al aviso de su esposa sobre
“ese justo”: que él, Pilato, pide agua para hacer un teatro ridículo ante el
pueblo y lavarse las manos porque yo soy inocente de la sangre de este justo;
vosotros veréis. No hay una falsía más fuerte. Reconoce y acepta el recado
de su mujer: el hombre Jesús es “justo”. Pero lo condena, lavándose
vergonzosamente las manos y declarándose a sí mismo “inocente”. Es que no caben
más despropósitos en tan pocas líneas. El final: “Vosotros veréis” es de una irresponsabilidad lacerante, porque se
ha quitado de en medio con una mentira tan gruesa como la de entregar a la
plebe al hombre “justo”, y decirles cobardemente: “Vosotros veréis”. ¿Dónde está el juez, el representante de la ley
romana, el responsable de dirimir un caso flagrante de injusticia?
San Mateo nos
aportó aquí un detalle de inmenso valor para calibrar el proceso de Jesús.
DEBAJO
ESTÁ LA LITURGIA DEL DÍA
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