La figura de
Simón de Cirene
No quiero
seguir adelante en mi reflexión sobre la Pasión en San Marcos, sin echar atrás
la moviola y poder volver sobre esa figura del “Cireneo” que cada día se me
hace más completa.
Que fue un
hombre a quien se le vino encima una obligación impuesta y muy desagradable.
Que lo tuvieron que obligar, y que muy a su pesar le tocó echarse a cuestas el
matero transversal que le tocaba llevar a Jesús, Pero Jesús ya no podía tirar
de su alma y los soldados aseguraron el paso final de la sentencia –la cruz-
buscando que otro llevara el peso que el condenado no podía sostener por su
enorme debilidad consecuente con los tormentos recibidos.
Simón empezó
siendo el “Cireneo” del madero, y un poco el “reñido” con Jesús, al que le
tenía que ayudar. Pero algo ocurrió en aquel corto espacio que Simón empezó a
ocuparse de Jesús mismo: de atenderlo, sostenerlo, ayudarle, tomarlo del brazo
y así casi llevarlo en peso porque veía que Jesús desfallecía. Y su corazón se
fue moviendo por un sentimiento de sintonía con el preso, que llegó a cogerle
por dentro. Ahora era no sólo el Cireneo del madero sino el Cireneo de Jesús. Se había establecido una simbiosis con aquel
hombre que padecía con tanta dignidad, silencio, humildad, grandeza, y que
mostraba tal agradecimiento por la ayuda que recibía, que Simón se encontró
metido de pronto en los sentimientos mismos de Jesús. Y el trayecto se fue
haciendo mucho más humano y de acompañamiento a la persona.
Hasta que lo
dejó en el Gólgota, y dejó en el suelo aquel madero que le dolía más porque era
en él donde iban a ajusticiar a quien experimentaba ya como amigo.
No se fue a
comer aunque había cumplido ya su cometido. Ya no podía separarse de Jesús y
quiso permanecer allí como alguien que acompaña y que sufre con el sufrimiento
del otro. Lo que él no podía entender que hubiera allí curiosos para un espectáculo
tan macabro como el de ver crucificar y retorcerse de dolor a los eran
crucificados. Él se mantuvo porque a Jesús ya lo sintió como algo suyo.
Observó con
admiración que Jesús declinó tomar el vino mirrado, el anestésico que daban a
los que iban a crucificar. No quiso Jesús esa ayuda tan leve, mientras había
admitido la de Simón.
Y se
estremeció el Cireneo ante aquel primer martillazo que levantó un quejido seco
en Jesús, mientras el clavo atravesaba su muñeca. También el de Cirene sintió
como si le atravesaran a él. Permaneció allí por fidelidad, aunque su cuerpo le
invitaba a apartarse de aquella barbarie. Vio cómo le estirazaban los brazos
con cuerdas, con el descoyuntamiento que eso producía, y el nuevo golpe de
martillo sobre el otro brazo.
Y ahora la
espantosa operación de elevar el cuerpo péndulo hasta el mástil, ya hincado en
tierra, y que el cuerpo del crucificado pudiera tener el pequeño apoyo del
sedil, mientras clavaban o ataban los dos maderos, y otros soldados –verdugos-
forzaban la posición de los dos pies para atravesarlos con un solo clavo. ¡Qué
brutalidad!, pensaba Simón, que nunca había asistido a un hecho igual. Hoy lo
soportaba porque se había hecho una masa con aquel hombre del patíbulo y ya
sentía con sus sentimientos.
Jesús quedó
colgado y desde su altura dirigió una mirada a Simón de Cirene. Le estaba dando
las gracias. Y Simón se admiró de la frialdad de témpano de aquellos soldados
que, tras aquella barbaridad, se sentaban ahora a rifarse los vestidos de
Jesús. Casi que sólo la túnica, que era lo que llevaba encima. Simón se la
hubiera quedado, pero en realidad no quiso ni insinuarlo porque le impresionaba
tanta sangre en aquel vestido.
DEBAJO ESTÁ LA
LITURGIA DEL DÍA
Escalofriante este relato de la PASIÓN de Cristo y dichoso Simón el de Cirene que ayudó a Jesús llevar la cruz. Simón cogió el extremo de la cruz y lo cargó sobre sus hombros.El otro, el más pesado, el del amor no correspondido, el de los pecados de cada hombre, ése lo llevó Cristo ,solo.
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