La sobriedad
de Marcos
El evangelista
Marcos sólo aporta algunos hechos laterales a la historia central: la condena a
muerte de Jesús, su agonía y muerte. Ni siquiera pone al pie de la cruz a
ningún deudo del ajusticiado. Ya, al final del relato, nos dirá que había a distancia unas mujeres de las que
acompañaban a Jesús, que habían subido con Él a Jerusalén.
En esa
sobriedad se producen las tinieblas a
mediodía para hacer resaltar más la soledad espantosa de Jesús. Ni siquiera
hace alusión –que sería lo lógico- al terror que debió producir aquella
oscuridad en las gentes. Y cercanas ya las tres de la tarde, nos conserva
aquella misteriosa oración de Jesús, en su arameo natal (que indica ya el casi
desvarío de la muerte cercana), en que reza un Salmo de angustia y confianza y
espantosa soledad: Eloi, Eloi: Dios
mío, Dios mío, por qué me has desamparado. Los soldados que no
entendían el arameo llegan a pensar que en la agonía llama a Elías para que
venga a salvarlo. Un soldado se hace cargo del espanto que está viviendo Jesús
y tiene el buen rasgo de empapar una esponja en vinagre refrescante para acercarlo
a los labios resecos de Jesús, mientras los compañeros hacían burla, diciendo:
Espera, a ver si viene Elías.
El centurión
vio que estaba acabando la vida de aquel hombre y se colocó delante, con la
mirada fija en él para poder certificar su muerte. Y en eso el moribundo lanza
un enorme grito que aturde la atención del oficial romano, que acaba diciendo,
pasmado: Verdaderamente Éste era Hijo de
Dios. San Marcos ha cerrado el círculo. Comenzó su evangelio con aquellas
significativas palabras: Comienzo del
evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios, y ahora lo da ya por afirmado por un
pagano, a la vista de los acontecimientos: Verdaderamente
Éste era Hijo de Dios.
Y como si el grito
de Jesús hubiera abierto la luz en medio de las tinieblas, se rasga en dos el
velo del Templo, el que cubría todo lo más sagrado y misterioso del Antiguo
Testamento de la religión judía, dejando ya al descubierto un algo muy nuevo.
También José de Arimatea, desconocido hasta el momento –un senador ilustre que
esperaba el Reino de Dios- sale de su anonimato y cobrando osadía –nos dice el evangelista- se presenta a Pilato para
pedirle sepultar el cuerpo de Jesús. Las “tinieblas” van haciendo luces.
Comprobado el hecho de la muerte a través del Centurión, Pilato concede el
permiso.
José de
Arimatea, compra una gran sábana para poder depositar el cuerpo de Jesús y lo
llevan hasta un sepulcro cercano que había excavado en la roca. Marcos no dice
más que eso. No explicita detalles. No cita a nadie más en esta operación.
Sólo nos da como conclusión que
María Magdalena y María la de José observaban
dónde quedaba colocado. Es un dato con el que San Marcos reiniciará la “otra
historia” siguiente a aquella sepultura del viernes, ya al filo del Gran
Sábado, en el que quedaba paralizada la vida del pueblo de Israel, salvo para
la solemne Pascua. Lo que pasa –y eso se ve claramente en San Juan- es que esa “gran
pascua” es ya la pascua de los judíos,
y no la “Pascua del Señor”, porque ha quedado anulada por la NUEVA PASCUA, y ya
con el velo rasgado del Templo. Quiere decir que Jesús no celebró “la Pascua”
oficial, sino que se adelantó y estableció otra
Pascua, otra Alianza nueva y eterna, que ya tenía OTRO CORDERO y otra
realidad. Esa nueva Pascua en la que vivimos nosotros.
Liturgia del día
ResponderEliminarEl tema vuelve a ser EL PERDÓN, insistencia que dice mucho de un fruto esencial de la Cuaresma. Primero, el perdón que se le pide a Dios: Dan 3, 25, 34-43. “Somos los más pequeños de todos los pueblos; estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados”. Razón más que suficiente para suplicar el perdón de Dios: no apartes de nosotros tu misericordia… Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde…; trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia.
Mateo 18, 21-35 es “la traducción” de Jesús de ese perdón, que tiene que empezar por nacer del mismo corazón de la persona hacia sus semejantes. – Hasta cuánto perdonar?; ¿hasta siete veces?, pregunta Pedro. Y la respuesta de Jesús del perdón sin límites y sin “peros”: ¡Hasta 70 veces siete!
Lo que sí hace es clarificar la necesidad de ese perdón entre nosotros para acceder al perdón de Dios, porque sería un sarcasmo ir a Dios a pedirle perdones mientras albergamos venenos en la propia alma que no acabamos de combatir con ningún antídoto de objetividad y verdad. Que ahí radica la falta de honestidad espiritual: que no vamos con la verdad por delante sino con nuestro YO como coraza y como justificación de nuestras “razones”. Y somos capaces de presentarnos ante Dios a pedirle perdón… Jesús deja claro que así no es forma de recibir ese perdón.
Jamás podemos pagarle a Dios la enorme deuda de nuestros pecados; jamás podemos agradecerle que nos haya dado la vida y ahora que nos la conserve, somos unas nadas que nada merecemos; pero si somos capaces de perdonar al que nos ha ofendido y si somos capaces de amarlo y reconciliarnos con él, nuestro Padre bueno y misericordioso; también nos perdonará y será el comienzo de una gran fiesta que acabará en el cielo.Lo importante es reconocer el momento de ofrecer a nuestro hermano un poco de amor. Señor, enséñanos a perdonar y a tener gestos puntuales de aprecio a los demás, incondicionalmente, como Tú.
ResponderEliminarCuando somos sinceros co nosotros mismos y con Dios no es difícil reconocer que somos como aquel siervo que "no tenía con qué pagar ",no sólo porque todo lo que tenemos y somos se lo debemos a Dios,sino porque han sido muchas las ofensas perdonadas. Reconocer nuestras muchas deudas para con Dios nos ayudará a perdonar y a disculpar a los demás.
ResponderEliminarCuando perdonamos,somos nosotros los que sacamos mayor ganancia.Nuestra vida se vuelve más alegre y serena y no sufrimos por pequeñeces.
La caridad ensancha el corazón para que quepan en él todos los hombres,incluso los que no nos comprenden o no corresponden a nuestra amistad.