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LITURGIA
El auge de la vida y las enseñanzas de los
discípulos provocó los recelos de los judíos. En el grupo de esos discípulos se
distinguía Esteban (Hech.6,8-15) por sus obras prodigiosas y los signos que
hacía en medio del pueblo, aparte de su vida personal, llena de gracia y poder.
Unos cuantos de la sinagoga de Los Libertos, se pusieron a
discutir con Esteban, pero no lograban hacer frente a su sabiduría y al
espíritu con que hablaba. Y como por razones y argumentos no podían hacerle
frente, optaron por la calumnia para desprestigiarle. Indujeron a algunos a
acusarlo: “Le hemos oído palabras
blasfemas contra Moisés y contra Dios”. Y con ello alborotaron al pueblo y
a los senadores y sacerdotes que determinaron llevarlo ante el tribunal. Allí
se presentaron otras acusaciones contra él, siempre falsas: Le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret
destruirá el templo y cambiará las tradiciones que recibimos de Moisés.
Pero la realidad de su presencia decía todo lo contrario a todas esas
difamaciones. Los sacerdotes lo miraron y su rostro les pareció el de un ángel.
Dios se reflejaba en su rostro, porque era ese rostro pacífico y sincero el que
decía la verdad sobre este hombre.
El evangelio continúa el relato de San Juan (6,22-29). La
gente que estaba en el lugar de la multiplicación notó algo raro. Sólo había
una barca y en ella se habían embarcado los discípulos solos. Y sin embargo
ahora no está allí Jesús. Lo buscaron pero no lo hallaron y quedaron
extrañados. De modo que se volvieron de nuevo y fueron a Cafarnaúm en busca de
Jesús, y le preguntaron: Maestro ¿cuándo
has venido aquí?
Jesús les contestó que lo buscaban no porque habían visto
signos sino porque habían comido de los panes hasta saciarse. Y entonces le
exhorta: Trabajad no por el alimento
material sino por el otro que perdura, que os dará el Hijo del hombre, pues a
él lo ha sellado el Padre Dios.
Evidentemente la respuesta les hacía perder pie porque
Jesús les estaba hablando de otro alimento y eso era para ellos otro lenguaje.
Pero como Jesús les ha hablado de “trabajar” y en algo de orden espiritual,
ahora preguntan: ¿Cómo podremos ocuparnos
en los trabajos que Dios quiere?
A lo que Jesús responde de forma muy directa y concreta: Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado.
Ahí está el secreto. La fe en Jesucristo, la aceptación de su obra y enseñanza.
Y esa es la lección que trasciende y que nos llega igualmente a nosotros. Y
CREER no es un acto meramente de la cabeza y del asentimiento. Es todo un modo de
vivir y proceder.
El mundo de hoy, cada vez más enviciado y materializado,
que vive del goce inmediato, tiene más crudo este CREER con todas las
consecuencias que se han de reflejar en la vida real concreta. Hay una fe
lánguida que cree pero que no compromete y eso no es la fe de que Jesús ha
hablado. Habla Jesús de “trabajar”, lo que expresa una acción que no sale sola
por sí misma sino que hay que laborarla y luchar en los diferentes aspectos de
la vida: en el personal, en el familiar, en el social (de relaciones y de
convivencia), en la vida íntima y en la manera de vivir en medio de un mundo
que es hostil a los valores del espíritu y vive de espaldas y en contra de todo
lo espiritual. Y en medio de ese mundo hay que desenvolverse con toda la fuerza
del que CREE y está dispuesto a llevarlo a cabo contra viento y marea.
De hecho, San Pablo enseña a su discípulo a participar en los duros trabajos del
evangelio, y es una manera de enseñarle a que en la vida cristiana la cruz
es una parte componente del desenvolvimiento de la misma. Hay que “trabajar”
(aceptar que la cruz nos acompaña) para poder llegar a creer verdaderamente.
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